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Tomado de:
Malvinas no es una simple anécdota histórica (Primera Parte)
En mérito a la brevedad, cabe decir que las Malvinas están en
la Plataforma Continental Argentina, a menos de trescientos cincuenta
kilómetros del punto más cercano del territorio continental argentino; mientras
que se sitúan a catorce mil kilómetros de Gran Bretaña.
Su usurpación y continuada ocupación es otro de los tantos
actos de piratería que el vetusto imperio realizó en su existencia. Un poco más
alejados pero claramente en jurisdicción del Mar Argentino o de sus adyacencias,
están los otros dos archipiélagos en disputa. Claramente sus usurpaciones
forman parte de las evidentes amenazas estratégicas a Sudamérica, de la OTAN,
del Commonwealth y de la entente explícita EEUU-Gran Bretaña, aliados en los
procesos de neocolonialismo del siglo XXI.
Quede en claro que no se trata de ningún prejuicio ni menos
aún odio, al pueblo británico, el cual merece respeto, como cualquier otro
grupo humano, en un contexto de pensamiento fuera de toda connotación racista o
discriminativa.
Resulta muy claro que pese al buen nivel de vida medio
existente en Gran Bretaña, la estructura socio política de ese país es
fuertemente clasista, estructurada en estratos diferenciados pétreos,
discriminando y excluyendo a las grandes mayorías, pues la movilidad social
tiene un techo casi infranqueable, muy característico de las sociedades humanas
que separan a la gente en nobles y plebeyos, en una estructuración segmentada,
como herencia anacrónica post medieval, dieciochesca congelada en el tiempo.
De hecho, el sistema monárquico, mantenido y en parte
renacido en Europa, resulta en el mantenimiento de castas ociosas,
improductivas y cargadas de injustificables privilegios, que mal pueden
considerarse un ejemplo para el mundo.
Por otra parte, en Gran Bretaña el acceso a la educación
superior es restringido por la vía de elevados aranceles, acentuando la
estratificación socioeconómica.
Ese tipo de cerrada discriminación era el que padecían los
kelpers (isleños malvinenses), siendo notable que por las cerradas pautas
culturales impuestas por el anacrónico imperio, esa realidad era mansamente
tolerada y aceptada –seguramente sin margen de discrepancia- por esos
pobladores, que eran considerados “súbditos británicos de segunda categoría”.
En ese contexto semi feudal dieciochescamente monárquico, tiene enorme
importancia la valiente actitud de Alejandro Betts, quien enfrentando presiones
sociales e incluso familiares, asumió plenamente la ciudadanía argentina, que
por derecho le corresponde, pues nació en territorio argentino, nació en
Malvinas.
Con esos condicionamientos culturales, puede entenderse el
rechazo a Argentina, manifestado por la población isleña, que es básicamente
británica trasplantada a las islas. Pero pueden quedarse tranquilos, pues
Argentina es un país tolerante, sin racismos, que integró bien a diferentes
contingentes de inmigrantes de muchos orígenes. Cuando esas islas vuelvan a la
soberanía argentina –como corresponde-, serán respetados plenamente, podrán
vivir en paz, y acceder a los muchos beneficios que la Argentina continental
dispensa a todos los habitantes.
Si bien el colonialismo es de muy vieja data, y en América
comenzó desde el descubrimiento formal del continente por parte de los
europeos, en 1492; la elevación (¿¡!?) al rango de estatus formal incluso
exhibido con aires de grandeza por las potencias que lo practicaban, puede
situarse en el siglo XIX, con el punto de máxima exaltación en la Conferencia
de Berlín, realizada en 1884/5.
Básicamente en esa Conferencia, se acordó la repartija de
África –como si fuera un simple bien mostrenco, sin importar nada sus
pobladores y sus culturas-, entre las varias potencias colonialistas europeas
de fines del siglo XIX.
Ya antes habían logrado subyugar a antiquísimos pueblos y
culturas, como los casos de India y China, por citar tal vez los más relevantes
pero no los únicos.
El colonialismo se extendió también por buena parte de Asia;
mientras que en Sudamérica el colonialismo financiero – diplomático británico
había logrado el dominio pleno, solo sutilmente reforzado por ciertas
presencias militares o exhibiciones discretas pero contundentes de su poder
naval, por entonces excluyente. El colonialismo cultural era una pieza clave de
la estrategia colonial británica en América del Sur y parte del Caribe, y la
doctrina económica liberal, sin duda operó como el duro mascarón de proa para
forzar el mantenimiento de ese esquema de subordinación real, bajo apariencias
de independencias formales.
En América Central y buena parte del Caribe, la Doctrina del
Gran Garrote (Big Stick) resultó ser la transparentación del intervencionismo
militar de EEUU en su “patio trasero” próximo; despectiva denominación que
luego se amplió a toda Iberoamérica y El Caribe, solo tolerando ciertas
presencias colonialistas de Gran Bretaña, Francia y Holanda en ese contexto
geográfico.
Después de promesas de descolonización a escala mundial,
rápidamente incumplidas por las potencias vencedoras en la Primera Guerra
Mundial, al cabo de la Segunda Guerra Mundial el proceso de descolonización
adquirió por fin fuerza efectiva, con las independencias de nuevas naciones o
los resurgimientos de viejos Estados, en un proceso históricamente muy breve,
sobre todo entre 1945 y la década del sesenta; continuando en escalas menores
en las dos o tres décadas siguientes.
Pocos enclaves abiertamente coloniales perduraron, siendo uno
de ellos el de los tres archipiélagos en disputa en el Atlántico Sur, en los
cuales Gran Bretaña mantuvo el anacrónico régimen, pese a los muy fundamentados
reclamos de Argentina.
Claramente, entre 1945 y cerca de fin de siglo, era
“políticamente incorrecto” declarar abiertamente posiciones favorables a
acciones colonialistas, desarrolladas según la tónica tradicional de las
intervenciones armadas directas; pese a lo cual hubo muchas acciones de
intervenciones solapadas en otros Estados, pudiendo citarse los sucesivos
golpes de Estado en Sudamérica en los años setenta, algunos de ellos con
directas pero encubiertas participaciones de la CIA (la inteligencia
norteamericana), pero no fueron los únicos casos en el mundo, en esos
convulsionados años, los sucesivos y también los anteriores recientes.
Pero a partir de la Revolución Neoconservadora, personificada
en la dupla Reagan–Thatcher, el intervencionismo militar directo y desembozado,
amparado por nuevas doctrinas de “ataques preventivos” y de “defensa de la
libertad, la democracia, los derechos humanos” y otros eufemismos esgrimidos
como justificativos mediáticos, puede considerarse que se dio origen a la era
del Neocolonialismo del Siglo XXI. Evidentemente el cuadro de Unipolaridad
Excluyente –que algunos vaticinaron como cuadro permanente- al emerger EEUU
como la única gran potencia mundial, y contando con la Unión Europea como socio
menor casi incondicional, fue el contexto geopolítico global que dio cabida a
esa nueva etapa del colonialismo, dentro de la cual están sucediendo muchos
hechos de gran trascendencia estratégica mundial.
Sin duda el mundo se transformó rápidamente en Multipolar,
con los roles crecientes de la Potencias Emergentes del BRICS, de los otros
Doce Emergentes (dentro de los que está Argentina), además de los cambios en
las potencias tradicionales de la troika económica de EEUU, UE y Japón.
Es por las presiones de la nueva realidad mundial, que Gran
Bretaña pretende darle una pseudo apariencia no colonial, intentando crear un
Estado prefabricado y falso, fogoneando la supuesta autodeterminación de su
población invasora y trasplantada, en Malvinas. Y con ello, no solo proyecta un
nuevo Estado tapón, sino darle mayor viabilidad a sus pretensiones de
usurpaciones de los territorios antárticos de Argentina y Chile.
Mientras, realiza constantes acciones de “guerras blandas”,
por medio de varias ONGs pseudo ecologistas (como Greenpeace), de “derechos
humanos” (una excusa eufemística para desarrollar otras acciones disolventes),
y ultra indigenistas (como Mapuche Nation, que se entromete descaradamente en
la Patagonia Argentina y la Patagonia Chilena, desde su sede en Bristol, Gran
Bretaña).
Sin duda los ultra indigenistas buscan provocar conflictos y
odios de tipo racial, acorde a la vieja usanza británica de “divide y
reinarás”.
El informe Shackleton y el informe Rockefeller
Elaborado por un equipo de especialistas, conducido por Lord
Shackleton, el informe fue presentado en 1976. Recomendaba distintas líneas de
acciones que juzgó factibles. Entre ellas la pesca –con el puerto isleño como
base operativa-, y otras operaciones vinculadas al rico mar continental austral
y similares, como cría de salmones y procesamiento de algas. Consideraba una
prioridad la extensión del aeropuerto, tanto para uso civil como militar.
No obstante, no recomendaba la actividad petrolera y
gasífera, no solo por los problemas técnicos – operativos, sino seguramente por
serle muy importante contar con un respaldo en tierra firma, el cual
lógicamente Argentina no está dispuesta a dar hasta tanto se resuelva
favorablemente el conflicto por la soberanía de los archipiélagos.
Se asegura que las conclusiones de dicho informe siguen
siendo válidas para los entes británicos en la fecha.
Sin duda constituyó otro paso en las acciones colonialistas
británicas en el Atlántico Sur y la Antártida.
Por su parte, el Informe Rockefeller, finalizado en 1969, fue
realizado por Nelson Rockefeller, en la presidencia de Nixon. Analizó los
factores que forjan la notable unidad que es Íbero América (también llamada
Latinoamérica). Los factores de unidad de nuestros pueblos son tres. Idioma en
común (incluyendo al muy similar portugués); historia en común (la cual cuenta
con numerosos antecedentes de intentos de unificación); religión en común,
siendo el catolicismo la religión mayoritaria, y con fuerte inserción histórica
en esta gran región.
Los ataques en muchos casos sutiles, se dieron en todos los
campos, siendo notable la mayor penetración de pautas culturales de violencia y
de bajo nivel, por medio de la difusión masiva de series de TV, de películas,
así como las distorsiones conceptuales difundidas por distintos medios que
operan bajo la batuta de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa).
La historia en común es omitida por los falsificadores de la
historia, al estilo del academicismo histórico basado en omisiones y
tergiversaciones, que tuvo en Argentina a Bartolomé Mitre como su fundador y
principal instigador. Incluso tratan las historias de nuestras fragmentadas
naciones como hechos aislados, no como un todo de origen, y acentúan factores
de desunión, como guerras y otros hechos conflictivos, incluyendo ciertos
prejuicios racistas inculcados con mucha sutileza, y con violencia conceptual y
de hecho en los últimos años, en el movimiento ultraindigenista, financiado
desde los centros de poder de las potencias anglosajonas, con el entusiasta
apoyo de sectores de “izquierdas” pseudo progresistas, divorciados de todo lo
vinculado al Pensamiento Nacional.
La religión en común es un factor no solo espiritual, sino
cultural de importancia formidable. Ya en 1912, Theodore Roosevelt (el
presidente de la doctrina del Gran Garrote), había manifestado su contrariedad
por el accionar de la Iglesia Católica, por hacer pensar a los fieles e
inculcarles pautas de compromiso, honestidad y de dignidad personal, entre
otros valores morales esenciales. Rockefeller fue mucho más allá, pues aconsejó
apoyar a las variopintas iglesias y sectas llamadas genéricamente
pentecostales, con interpretaciones muy curiosas de La Biblia, con énfasis
acentuado en el Antiguo Testamento, con técnicas de captación y de asimilación
férreamente consolidada de los fieles, y dentro de la notable variedad, unidas
todas por el constante ataque a la Iglesia Católica, dedicándose claramente más
a cooptar sus fieles entre católicos que entre los agnósticos o los fieles de
otras religiones. Las financiaciones provenientes de EEUU a esa expansión
pentecostal, según lo indican diversas fuentes extraoficiales, parecen ser muy
importantes y constantes.
Queda en claro que los notables esfuerzos de unidad
continental, de entes regionales como el Mercosur, la Unasur y la Celac, están
a contramano de las líneas de acciones marcadas desde los centros de poder de
América del Norte.
Por algo esos entes regionales hicieron suya la causa de
Malvinas, mientras desde los organismos panamericanos (en los que influyen
mucho EEUU y Canadá), el tema es tratado con parsimonia y evidente postura
anglófila.
co/as
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente
coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.
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