Tomado de:
El artículo de Pablo Correa sobre la deforestación de la
Amazonia, del 7 de noviembre en este diario, es un tremendo grito de la Tierra
para que la salven.
http://tinyurl.com/oltwtla
Parece un cuento negro aquello de que
Alemania cabe dos veces en el área que se ha descuajado en la selva, con
efectos que se proyectan mucho más allá de “Los límites del paraíso”, título de
un poemario de la argentina Ana Unhold. Es devastadora la acción humana sobre
el territorio que provee de oxígeno a buena parte del mundo y que además se
reconoce como quizá su más grande fábrica de agua.
Tal vez por primera vez se hace un planteamiento tan drástico
como el del brasileño Antonio Nobre, en cuanto a que hoy no es suficiente parar
la tala de árboles de los “civilizadores” que se tragan la selva. Se requiere
además, dice Nobre, que la superficie destruida se repueble, se reforeste, de
modo que en unos años la Amazonia vuelva a funcionar como años atrás.
De los términos de Correa sobre la gravedad de la situación
se desprende que desde este momento los gobiernos del mundo, depositarios del
poder, debieran dedicarse a establecer los mecanismos para “replantear la
selva”, y podemos agregar que, a semejanza de lo que se ha propuesto en otros
casos, literalmente esos gobiernos no puedan pararse de sus sillas en un
recinto cerrado hasta definir los recursos y las acciones que permitan echar a
andar un programa concreto para terminar con la salvajada de los colonos que
echan motosierra para asesinar el entorno vital del Amazonas.
Confesamos que al leer el texto de Pablo Correa hemos sentido
un estremecimiento equiparable a la imagen que el periodista nos presenta
cuando cuenta que el área perdida equivale al espacio que ocupa una imaginaria
carretera de dos kilómetros de ancho trazada entre la Tierra y la Luna.
¿Cuánto pudiera costar la tarea de cubrir de verde esa
autopista de muerte para evitar que el calentamiento global nos consuma si
continúa ascendiendo la temperatura del mundo y, por el contrario, atendiendo
otros factores concomitantes, se reverse el proceso que desata catástrofes por
todas partes? No importa cuánto, decimos, ya que la realidad nos enseña que,
por ejemplo, cuando se trata de producir armas para que los hombres se maten,
las cifras no inquietan a los guerreristas y quienes directamente se lucran con
las peloteras que fomentan para hacer sus negocios.
Entrar entonces a calcular costos y determinar si la idea de
preservar un pulmón del mundo, regulador de nuestra respiración como humanos,
justifica el esfuerzo económico que tal empresa entraña, equivale a hacerse el
desentendido frente a la dimensión de una de las calamidades ecológicas más
grandes de la historia. ¿Acaso, cuando se trata de vender y mandar fierros para
que los pueblos se enfrenten y se aniquilen, los mafiosos del armamentismo se
preocupan? La tragedia climática de la Tierra es comparable a poner en marcha
varias guerras mundiales.
Sinceramente, pensamos que una realidad como la que refleja
el artículo comentado de Correa debiera generar acciones de protesta social de
todos los países, para exigir que los mandamases, especialmente de las
potencias económico-políticas, se convoquen con el propósito de establecer un
programa de la misma envergadura de lo que ocurre en el Amazonas.
* Mario Méndez
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