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Tomado de:
Fernando Ochoa Antich
Martes, 7 de enero de 2014
Si algo caracterizó a la democracia venezolana fue su
continuidad en la política exterior. Esto se logro mediante el diseño de una
política de Estado que, sin importar el partido gobernante, se orientaba a
través de principios y de una estructura burocrática constituida por
funcionarios de carrera que alcanzaron un elevado nivel de eficiencia y
profesionalismo
Foto: Google
Nuestra política exterior, durante estos ya largos quince
años de gobierno, se ha caracterizado por un permanente olvido de nuestros
objetivos nacionales para verse subordinada a los intereses ideológicos de lo
que han llamado “el socialismo del siglo XXI”. Esta verdad ha empezado a tener
consecuencias: la crisis con Guyana es un buen ejemplo. La ligereza de Hugo
Chávez y de Nicolás Maduro ha comprometido la vigencia del Acuerdo de Ginebra,
al preferir satisfacer los intereses cubanos en el Caribe que defender los
derechos venezolanos en la Zona en Reclamación y garantizar nuestra salida al
Atlántico. Otro caso, realmente preocupante, es el irresponsable manejo de la
delimitación de las áreas marinas y submarinas en el golfo de Venezuela y, en
general, nuestra política con Colombia.
Si algo caracterizó a la democracia venezolana fue su
continuidad en la política exterior. Esto se logro mediante el diseño de una
política de Estado que, sin importar el partido gobernante, se orientaba a
través de principios y de una estructura burocrática constituida por
funcionarios de carrera que alcanzaron un elevado nivel de eficiencia y profesionalismo.
Los aciertos de esta política fueron muy numerosos. Sólo recordaré cuatro: el
respaldo a la democracia en la América Latina, el impulso a la integración
regional, la defensa intransigente de nuestra soberanía territorial y la firma
de ventajosos acuerdos de delimitación de áreas marinas y submarinas en el
Caribe. En el caso específico de las relaciones con Colombia se establecieron,
en el Acuerdo de San Pedro Alejandrino en 1989, dos principios fundamentales:
la bilateralidad y la globalidad.
Sorprendentemente, en el año 2009, se estuvo a punto de
firmar el acuerdo Gómez-Rondón, en el cual Venezuela incumplía el principio de
la globalidad y abandonaba su tradicional posición histórica frente al Golfo de
Venezuela al aceptar para el trazado de la línea propuesta como límite el
método denominado de la equidistancia y de la línea media. Además, el trazado
de la línea Castilletes hacia el punto medio entre la península de la Goajira y
la de Paraguaná irrespetaba la tradicional posición venezolana: la prolongación
de la dirección general de la frontera terrestre. Este inmenso error tuvo su
origen en la absurda designación de Pabel Rondón como embajador en Colombia y
al mismo tiempo presidente de la Comisión Negociadora en reemplazo del general
José Antonio Olavarría, quien había logrado consistentes avances en dichas
conversaciones.
Esta falta de continuidad en la conducción de las
negociaciones fue aprovechada por Pedro Gómez Barrera, presidente de la
Comisión Colombiana, para convencer al embajador Rondón, quien demostró tener
muy poco conocimiento sobre el tema, de las ventajas de dicho acuerdo. También
influyó el interés que tuvo Hugo Chávez en transformarse en un factor dominante
en la política colombiana, con la finalidad de imponer un gobierno cercano
ideológicamente a la Revolución Bolivariana. La actitud firme y patriótica de
Francisco Nieves Croes, miembro de la Comisión Negociadora, quien denunció ante
la opinión pública los inconvenientes de dicho acuerdo y la presión de la
Armada evitó que naufragaran nuestros intereses en el golfo de Venezuela. Los
venezolanos deben estar atentos. Nicolás Maduro puede tener las mismas
ambiciones de Hugo Chávez…
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