http://esmateria.com/2013/07/01/el-ultimo-escondite-del-gusano-que-ha-dejado-ciegas-a-500-000-personas/
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En medio de la selva virgen, es difícil explicarle a un indio
yanomami que no puede dar un paso para ir de un árbol a otro porque un hombre
blanco decidió que por ahí pasa la línea imaginaria que traza la frontera entre
Brasil y Venezuela. Desnudos y obviamente sin pasaporte, los yanomami siguen
cruzando la frontera a su antojo, como han hecho desde siglos antes de que
existiera una raya divisoria. El problema, explica el médico salvadoreño Mauricio
Sauerbrey, es que los yanomami transportan con ellos a un monstruo: un
gusano que ha dejado ciegas a 500.000 personas en el mundo. Y los médicos que
persiguen al parásito no pueden atravesar alegremente la frontera.
III EN ESTA NOTICIA
Frontera entre Venezuela y Brasil habitada por los yanomami
En 2005, más de 140.000 personas de América Latina estaban
infectadas por el gusano, en Colombia, Ecuador, México, Guatemala, Brasil y
Venezuela. Pero una exitosa campaña médica, que ha distribuido 11 millones de
dosis de antiparasitario, ha conseguido barrer al enemigo, responsable de la
llamada ceguera de los ríos, una enfermedad olvidada
conocida entre los científicos como oncocercosis.
El último refugio del gusano en América es la tupida selva de los yanomami.
El acceso a estas poblaciones indígenas, con unas 23.000
personas en riesgo de ser infectadas, es tremendamente difícil. Muchas veces se
encuentran en zonas de la selva tan remotas que sólo se puede llegar a ellas en
helicóptero. Y encima los yanomami están en continuo movimiento. “A veces
llegamos a una comunidad del lado de Brasil a darles un tratamiento y ya no hay
nadie, porque se han ido a Venezuela. Ellos atraviesan la frontera sin ningún
problema, pero los oficiales de salud no pueden”, señala Sauerbrey, director
del Programa para la Eliminación de la
Oncocercosis en las Américas, la iniciativa regional coordinada por el
Centro Carter de EEUU para borrar al gusano del continente.
Un picor infernal
En parte por culpa de la frontera, pero sobre todo por
tratarse de un área montañosa de muy difícil acceso, el foco yanomami es el
único lugar de América donde persiste la transmisión de la oncocercosis. Es
fácil ver que la enfermedad sigue ahí. Muchos yanomami lucen en sus cabezas una
especie de chichón, que en realidad es un repugnante ovillo de gusanos machos y
hembras reproduciéndose bajo su piel. En cada uno de estos nódulos, los gusanos
adultos producen miles de gusanitos pequeños que viajan por todo el cuerpo,
arrasando la piel de los indios, que puede quedar con el aspecto de un
pergamino. El picor es lo primero que sienten al despertarse y lo último antes
de dormirse. Su vida se convierte en un infierno.
Piel apergaminada en el glúteo de un
indio yanomami / BMSA
En algunos casos, los gusanos pequeños, llamados
microfilarias, llegan a los ojos y producen ceguera. Es una enfermedad que
hunde a los pueblos en la miseria. Los infectados no pueden trabajar, ni ir a
la escuela, ni cuidar a sus familias. Y el parásito se extiende como una peste
por las comunidades gracias a la picadura de un mosquito, conocido como la
mosca negra.
La lucha contra la oncocercosis es “un caso insólito”, según
Sauerbrey. La multinacional farmacéutica Merck, en una decisión sin
precedentes, se
comprometió en 1987 a donar todo el antiparasitario que hiciera falta para
acabar con la enfermedad en el mundo. Desde entonces, la compañía, que en
2012 ganó unos 4.800 millones de euros, ha donado comprimidos por valor de
4.000 millones de euros para África y América, según sus propias cifras. El
fármaco, la ivermectina, no mata a los gusanos adultos, refugiados en los
chichones de los yanomamis, pero sí extermina a sus crías, los gusanitos que
viajan por el cuerpo causando estragos en piel y ojos. Así que cuando las
moscas negras pican a una persona tratada, chupan una sangre limpia y se impide
la transmisión de la enfermedad.
Si el tratamiento se mantiene durante unos tres años, los
gusanos adultos pierden su capacidad de reproducirse y acaban muriendo de
viejos sin dejar crías. Con esta estrategia, Colombia fue el primer país que
detuvo la transmisión de la enfermedad, en 2007, seguido por Ecuador, en 2009,
Guatemala y México, ambos en 2011.
Sin palabras
Sauerbrey calcula que Brasil y Venezuela conseguirán
interrumpir la transmisión del gusano en el área yanomami a lo largo de 2015.
Alrededor de 2020, tras un proceso de verificación por parte de la Organización
Mundial de la Salud, América podría declararse vencedora en su guerra contra el
gusano de la oncocercosis.
«Los yanomami asocian la ceguera con un espíritu del Sol y
creen que sólo el chamán puede curarla»
Carlos Botto
Médico en el lado venezolano de la frontera
Pero, antes de cantar victoria, los médicos se enfrentan a
desafíos gigantescos. El antropólogo francés Jacques Lizot vivió entre los
yanomami entre 1968 y 1992. Antes de ser acusado de esconder prácticas
de pedofilia en la selva, fue consultor del Programa de Eliminación de la
Oncocercosis en las Américas y emitió un informe en 2001 que pondría los pelos
de punta a cualquier experto en salud pública.
Los yanomami, advertía, ni
siquiera tienen una palabra para la enfermedad. Cuando un individuo
aparecía con un bulto lleno de gusanos en su piel, detallaba Lizot, era motivo
de vergüenza, aunque nadie supiera ofrecer una explicación del origen del
bulto. Según el antropólogo, la situación cambiaba con otros síntomas de la
oncocercosis, como el aspecto apergaminado de la piel. Para los yanomami, estas
lesiones eran fruto de un ataque de un chamán armado con pociones mágicas, como
el kramosi, una sustancia elaborada con escamas de una mariposa nocturna.
“Los yanomami asocian la ceguera con un espíritu del Sol y
creen que sólo el chamán puede curarla”, añade el médico uruguayo Carlos Botto,
que lucha en primera línea contra el parásito en el lado venezolano de la
frontera. Pero Botto sabe bien que la magia no existe. Su equipo ha encontrado
indios con “hasta 1.000 microfilarias por cada miligramo de piel”. Eran
verdaderos nidos de gusanos. Botto y sus colegas se dedican a peinar la selva,
en helicóptero o en canoa, en busca de grupos yanomami para suministrarles
ivermectina.
Helicópteros del Ejército
El principal reto al que se enfrentan es que en esas zonas
remotas de la selva “aún existen comunidades yanomami no identificadas por el
sistema de salud”, según explica por teléfono desde Puerto Ayacucho, la última
ciudad de Venezuela antes de llegar a la pura selva. Entre 1999 y 2012, los
médicos han conseguido sacar a la luz a unos 6.000 indígenas en riesgo, pero
los expertos creen que quedan más, desperdigados e invisibles en la selva.
El Centro Carter de EEUU presiona para que Brasil y Venezuela
cooperen más en la frontera
Botto acaba de regresar de un viaje por el nacimiento del río
Orinoco. Montado en un helicóptero del Ejército venezolano, el médico ha
participado en una misión que ha llevado a las comunidades yanomami tratamiento
contra la oncocercosis y otras enfermedades, como la malaria. “Siempre nos
reciben bien, porque con nosotros trabajan agentes yanomami, que hablan su
lengua y comparten su cultura. Ellos consiguen que nuestras medicinas sean
aceptadas”, apunta. “Los médicos somos aceptados en una jerarquía similar a la
de sus chamanes”.
El gusano está acorralado. En algunas comunidades de la selva
antaño sumidas en el picor y la ceguera, la transmisión de la enfermedad se ha
detenido. Ahora, adelanta Sauerbrey, se necesita un cambio de estrategia para
asestar la puntilla al parásito. “Estamos sugiriendo a los gobiernos de Brasil
y Venezuela que lleguen a un acuerdo binacional para que los médicos puedan
actuar mejor en la frontera y compartir sus infraestructuras a uno y otro lado.
La eliminación del gusano depende de la voluntad política de los dos países”,
advierte el director del programa de lucha contra la oncocercosis en América.
La única magia que de verdad existe en la selva es la línea imaginaria que
impide que un médico dé un paso hacia una persona que está siendo devorada por
un gusano.
"El 99% del problema está en África"
El médico Mauricio Sauerbrey está satisfecho con la campaña
contra el gusano en América, que dirige desde 1998, pero recuerda que “el 99%
del problema está en África”. En el continente americano, la enfermedad está
acorralada en la frontera entre Brasil y Venezuela, pero en África el parásito
sigue presente en 30 países, con unos 100 millones de personas en riesgo de
contraer la ceguera de los ríos.
“África está en un momento trascendental. El éxito de la
experiencia en América ha hecho que los gobiernos africanos reflexionen”,
afirma Sauerbrey. La lucha en los dos continentes había sido diferente hasta
ahora. En América se optó por suministrar a la población en riesgo una dosis de
antiparasitario cada seis meses. Esta estrategia, como se ha demostrado, ha
conseguido esterilizar a los gusanos adultos y parar la transmisión. “En
África, en cambio, se daba sólo una dosis al año”, lo que sólo servía para
controlar la enfermedad, expone Sauerbrey.
Uganda, asesorada por el Centro Carter de EEUU, ha replicado
la estrategia americana y ha conseguido
detener la transmisión del gusano en algunos focos. La victoria, creen en
el Centro Carter, también es posible en África.
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