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Tomado de:
Lunes, 12 de noviembre de 2012
Exposición del canciller de la
Republica Marcos Falcón Briceño, en la ONU, el 12 de Noviembre de 1962 o la
Cuestión de Limites entre Venezuela y la Guayana Británica
o Colección Fundación la Guayana Esequiba
A
muchos extrañará que Venezuela haya puesto muy especial empeño en que se
incluyera en el programa de este decimoséptimo período ordinario de sesiones de
la Asamblea General de las Naciones Unidas el tema relativo a la cuestión de
límites entre la Guayana Británica y Venezuela, porque aparentemente se trata
de un asunto concluido. Para nosotros no es así, por las razones que voy a
exponer ante esta Comisión.
El
descubrimiento, hace poco, de documentos históricos de extraordinaria
importancia nos permite conocer la historia íntima del Laudo Arbitral dictado
en París el 3 de octubre de 1899, a propósito de la cuestión de límites entre
Venezuela y la Guayana Británica. Esta es una historia larga y dramática que
voy a tratar de referirles en la forma más sencilla que me sea posible y como
en una conversación en familia. En ese Laudo Arbitral que he mencionado,
dictado en circunstancias que perjudicaron notablemente el derecho de
Venezuela, nuestro país aparentemente perdió un inmenso territorio, que jamás
ha dejado de pertenecernos. Como dije antes, ahora conocemos bastante bien la
historia íntima y los antecedentes de ese Laudo Arbitral.
Haciendo
historia, voy a empezar por recordar que nadie le disputó a España el derecho
de primera ocupante y de descubridora del Nuevo Mundo. Todas las naciones de
entonces, tácita o expresamente, así lo reconocieron. Cuando Vasco Nuñez de
Balboa descubrió el Océano Pacífico, se recordará se metió en el mar hasta las
rodillas y en alta voz dijo que tomaba posesión de todas las tierras y de todas
las islas que hubiere en ese mar Océano en nombre de los Reyes de España. Hoy,
esa estampa quizás nos haga sonreír, pero Vasco Nuñez de Balboa en ese momento
histórico estaba ejecutando un acto solemne, jurídicamente inobjetable. El
derecho de España como descubridora y como primera ocupante, estuvo, pues, muy
bien establecido en el Derecho Internacional de entonces.
Estos
territorios que se llaman Guayana y que los conquistadores españoles miraban
como una inmensa isla fluvial, con el Orinoco, el Amazonas, el Esequibo y otros
grandes ríos de la región, fueron avistados por primera vez por Cristóbal
Colón, y al año siguiente, en 1499, Alonso de Ojeda, Capitán español, actuando
en nombre de España, inició la conquista y la población de Venezuela. Porque
España no se limitaba únicamente al ánimo de ocupar, sino que efectivamente
ocupaba. En Guayana se fundaron ciudades y pueblos por parte de los españoles.
Con
el tiempo, por rivalidades que existían en Europa y por la fama que llegaba a
Europa de las inmensas riquezas que había en el Nuevo Mundo, empezaron a surgir
problemas, y los holandeses en las que entonces constituían las Provincias
Unidas bajo el control de España ocuparon algunas posiciones en la parte del
Esequibo, y allí se establecieron y con el tiempo se fueron quedando; pero
España jamás permitió no toleró que avanzaran más allá de ese lugar.
Como
consecuencia de la guerra de independencia de los Países Bajos, que terminó con
el Tratado de Munster, firmado en 1648 – es decir, a mediados del siglo
XVII - , España reconoció a los Países Bajos los territorios, fortalezas y
plazas que los Países Bajos tuvieran en ese momento en las Indias Orientales o
en las Indias Occidentales. Y quedó bien sentado que los establecimientos
holandeses se hallaban en la región llamada del Esequibo, un gran río
considerado gemelo del Orinoco. Quedó bien entendido, entonces, que la región
comprendida entre el río Orinoco y el río Esequibo era territorio español,
constituía lo que se llamaba la Guayana Española.
No
hace mucho, en una librería de anticuario de Nueva York, encontré un mapa, que
conservo, hecho en 1810. Este mapa muestra el territorio de la Guayana
venezolana y el de la Guayana holandesa. El mapa es interesante, no solamente
por la fecha, que es el punto de partida de nuestra historia política y de
nuestra división territorial; es interesante porque el mapa fue editado en una
época cuando la Gran Bretaña no tenía oficialmente ninguna propiedad sobre esos
territorios, y además, porque el mapa fue publicado en Londres. No había
interés en extender los límites de la Guayana más allá del Esequibo, de donde
realmente les correspondía a los Países Bajos.
Venezuela
es la heredera o sucesora o causahabiente del territorio que hasta 1810 formaba
la Capitanía General, y que venía a ser una provincia de ultramar de España;
cuando nosotros declaramos nuestra independencia, que conquistamos en los
campos de batalla, y firmamos un tratado de reconocimiento con España el año de
1845, se estableció que los límites de la nueva república eran los mismos que
tenía la Capitanía General el año de 1810, es decir, en el momento en que se
inicia nuestra regeneración política. El territorio que tenía la Guayana
holandesa le pertenecía por virtud del reconocimiento que le hizo España en el Tratado
de Munster. Empezaba en la margen derecha del río Esequibo hacia el Este.
Ruego
a los señores representantes retener estos dos nombres: el Orinoco y el
Esequibo, dos nombres que son la clave de esta historia.
A
nosotros jamás nos quedó la menor duda, histórica y jurídicamente hablando, de
que ese era, es y debe ser el territorio de Venezuela. Pero la Gran Bretaña,
que a fines del siglo XVI había ocupado territorios holandeses y también
españoles en América, después de la derrota de Bonaparte en Europa firmó, en
1814, un Tratado en Londrescon Holanda. Este país, que tuvo como Rey a uno
de los hermanos de Napoleón, y que por lo tanto sufrió derrota, cedía por ese
Tratado a la Gran Bretaña una parte de su territorio guayanés, una parte de la
Guayana Holandesa, la comprendida desde el Esequibo hacia el Este, en una
extensión que era de 20.000, millas cuadradas. Y este es un dato que también
vale la pena retener. En ese año de 1814 Venezuela estaba en plena lucha de sus
guerras de independencia, al igual que los otros países hispanos del
continente. No empiezan entonces las dificultades con el Reino Unido. También
el Reino Unido está muy ocupado en Europa.
Pero
en 1839 el Gobierno de Gran Bretaña comisionó a un naturalista y geógrafo alemán
llamado Robert Schomburgk para que fuera a la Guayana y levantara un mapa de la
región. Este comisionado del Reino Unido no se limitó a levantar un mapa dentro
de los límites históricamente conocidos de la Guayana Inglesa – es decir, la
parte que le había cedido Holanda a Inglaterra – sino que se adentró, y
muchísimo en territorio venezolano; y no solamente dibujó sobre el papel, sino
que solo el terreno puso postes, marcas, monogramas, banderas, prácticamente
como si fuera una ocupación.
En
un país como el nuestro, la agitación que se produjo fue extraordinaria. ¿Pero
qué podíamos hacer nosotros, un país pequeño, fatigados por la larga guerra de
independencia, por disensiones interiores, un país de apenas dos millones de
habitantes entonces, pobre, frente a un país todopoderoso – era la potencia
número uno del mundo de entonces? No podía hacer otra cosa que gestionar como
nación civilizada, por los medios pacíficos, la solución del problema que se le
planteaba.
Y
entonces, en el año de 1841, Venezuela mandó a Londres a un eminente
diplomático y jurista nuestro, el Doctor Alejo Fortique, para que hablara con
la Cancillería británica – con el Foreign Office – a propósito de este
desagradable y gravísimo problema. Hubo todo un intercambio de notas y finalmente
manifestó Lord Aberdeen, que era entonces el Secretario de Relaciones
Exteriores, que aquellas marcas no tenían otro propósito que el de una
aspiración, que no era una manifestación de pretendido derecho – que no podía
tener, por otra parte – sobre esos territorios. Finalmente, el Gobierno
británico accedió a quitar las marcas, los postes, las banderas y los
monogramas; pero siempre en el ánimo del Gobierno británico quedó la idea de
avanzar en nuestro territorio, como la historia lo demostró.
En
ese momento, en 1841, nuestro enviado extraordinario en Londres proponía
solucionar por medio de un tratado esta enojosa cuestión de límites. No hubo
forma. Propuso una línea. Incluso llevaba instrucciones de hacer una concesión.
Lord Aberdeen propuso efectivamente otra línea, que empezaba en la
desembocadura de otro río, el Moroco, porque por allí había habido
establecimientos de súbditos de la Corona. Nosotros accedimos a eso con mucho
espíritu de conciliación y con el deseo de defendernos, en esa forma pacífica,
de futuros apetitos del Gobierno Británico.
Entre
1840 y 1850 hubo algunas incursiones en territorio nuestro, las cuales fueron
repelidas de la misma manera que lo fueron otras en tiempos de la colonia,
pacíficamente las más de las veces.
En
vista de esta situación y de los rumores que circulaban muy insistentemente en
Caracas y en el resto del país, de que Gran Bretaña quería ocupar toda la
Guayana Venezolana, el Encargado de Negocios de Gran Bretaña en Caracas, que
era Belford Hinton Wilson, firmó, por cambios de notas, un arreglo con nuestro
Gobierno por virtud del cual mientras estuviera en disputa el territorio que
pretendía el Gobierno británico y que el de Venezuela reclamaba como suyo, no
habría ninguna incursión ni de una parte ni de la otra. Nosotros convinimos en
ese documento en que así fuera. Nos merecía mucha fe porque, entre otras cosas,
quien lo firmaba era un hombre vinculado a Venezuela por su amistad con Simón
Bolívar. Belford Hinton Wilson fue edecán del Libertador y lo acompañó hasta la
hora de su muerte. Tiempo después volvieron los problemas. Hubo nuevas
incursiones y nuevas pretensiones de Gran Bretaña sobre el territorio en
disputa.
Resulta
que allá por el año 1880 y tantos se habían descubierto ricos yacimientos de
oro en la región del Yuruari. Se había publicado en Londres, en marzo de 1886,
un mapa en que aparecía buena parte del territorio de la Guayana como de entera
propiedad británica, y en diciembre de ese mismo año, unos pocos meses después,
se publicó otro mapa en que el territorio era mucho mayor, siempre por cierto
yendo hacia el oeste en tierras de Venezuela. La pretensión llegaba hasta las
bocas del Orinoco. Esto era muy importante entonces, no solamente por el oro
sino porque la boca del Orinoco tenía extraordinario valor estratégico y
económico. El Orinoco, junto con el río Negro, el Amazonas y el río de la
Plata, constituyen la hoya hidrográfica más grande del mundo.
Allí,
en Punta Barima, los ingleses plantaron una Bandera, como para demostrar su
propiedad sobre el territorio. Esto causó la natural indignación en el país.
Hubo nuevas protestas, al extremo de que todo esto culminó con la ruptura de
las relaciones diplomáticas entre Venezuela y la Gran Bretaña en 1887.
A
lo largo de estas discusiones, las posiciones son las siguientes: nosotros
estamos pidiendo, primero, un tratado para arreglar pacíficamente la cuestión
de los límites; segundo, un arbitraje. El Gobierno británico se niega siempre a
tratar el asunto por medio de un arbitraje.
Esta
situación se agudiza al extremo. Nosotros, como dije antes, país pequeño, ¿qué
podíamos hacer ante las pretensiones británicas, sino solicitar la cooperación
de nuestros hermanos de América Latina, del Papa y de los Estados Unidos?
En
el año de 1895, siendo Presidente de los Estados Unidos Grover Cleveland y
Secretario de Estado Richard Olney, hay en este país extraordinario interés por
lo está ocurriendo entre Venezuela y el Gobierno del Reino Unido, que ya no
mantienen relaciones diplomática. Se tiene el convencimiento de que, a pesar de
nuestros deseos y ánimo conciliatorio, no llegaremos a ninguna conclusión
práctica ni a la esperanza de encontrarla. Y ante el temor de que las
pretensiones británicas siguieran creciendo y quién sabe hasta dónde, insistimos
con los Estados Unidos en que tomara cartas en el asunto.
Hay
una nota muy famosa en la historia de esta cuestión del Secretario de Estado
Richard Olney, dirigida al Embajador de Estados Unidos en Londres, entonces el
Señor Bayard, en la cual, después de hacer la historia bastante fidedigna de lo
que había ocurrido a propósito del territorio de Guayana y de las pretensiones
británicas sobre los derechos de Venezuela, decía entre otras cosas lo
siguiente:
“…Hay
que estudiar brevemente otros puntos de la situación, a saber, el continuó
desarrollo de la pretensión indefinida de la Gran Bretaña, el resultado de las
varias tentativas de arbitramento que se han hecho durante la controversia y la
parte que han tomado hasta ahora los Estados Unidos en la cuestión. Como se ha
visto ya, la exploración de la Línea Schomburgk en 1840 fue seguida
inmediatamente de una protesta por parte de Venezuela y, por parte de la Gran
Bretaña, de una conducta que podía interpretarse con justicia como la
desaprobación de aquella línea…”
Estos
son datos históricos que da el Secretario de Estado Olney, ajustados a la
verdad como dije antes. Y en otra parte le decía que:
“...
debía someterse el asunto a un arbitramento, pero que preferiblemente fuera, no
con una potencia europea como árbitro, por la experiencia que ya se tenía en
América, sino más bien con una potencia americana…”
Pero,
como dirá más tarde, el General Harrison, que fue nuestro abogado en París, a
propósito del Laudo,
“…los
países europeos, y especialmente la Gran Bretaña de entonces, no estaban nunca
dispuestos a aceptar que un país americano, con excepción de los Estados
Unidos, pudiera ser árbitro, o siquiera miembro de una Corte Arbitral…”
Decía
el Señor Olney:
“…Por
la frecuente interposición de sus buenos oficios a solicitud de Venezuela; por
su constante insistencia en promover el restablecimiento de relaciones
diplomáticas entre los dos países; por su instar al arbitramento de la
disputada frontera; por el ofrecimiento de sus servicios como árbitro; por la
expresión de su grave inquietud cada vez que ha sido informado de nuevos actos
de agresión por parte de Inglaterra en territorio venezolano, en gobierno de
los Estados Unidos ha hecho patente a la Gran Bretaña y al mundo que esta es
una controversia que afecta su honor y sus intereses, y que no puede mirar con
indiferencia la continuación de ella…”
Esta
famosa nota que le Presidente Cleveland llamaba nota explosiva, porque era
sumamente enérgica, es la que provoca el mensaje que el propio Presidente
Cleveland envió al Congreso de los Estados Unidos en 1895.
Ocurrió
lo siguiente: a la nota del Olney le da contestación unos meses después Lord
Salisbury, quien no admite los puntos de vista que a propósito de la Doctrina
Monroe exponía aquel en su nota.
El
Presidente Cleveland se dirige al Congreso en 1895 en un mensaje muy bien
conocido, en el que pide a aquel Cuerpo, entre otras cosas, que se designe una
comisión que averigué sobre el terreno cuáles son exactamente los límites entre
la Guayana Británica y Venezuela. Y agrega que si él llega al convencimiento de
que los límites de Venezuela son, históricamente, los que nosotros
reclamábamos, los que iban a deducirse de esa investigación, los Estados Unidos
no permitirían a la Gran Bretaña que los traspasara.
Es
bueno recordar que con tal motivo se creó una situación gravísima. Los Estados
Unidos estuvieron a punto de ir a la guerra con la Gran Bretaña. De esta
emergencia – y es cosa curiosa – es que los Estados Unidos surgen a la vida
internacional como potencia mundial, en opinión de historiadores americanos.
Inglaterra
tenía sus problemas muy serios en Europa, porque había ocurrido algo muy grave
en África del Sur, con motivo de la incursión de un Capitán Jamenson que, según
se dice, sin autorización del Gobierno inglés, penetró en territorio del
transvaal. Los bóers, descendientes de alemanes, cuyo líder era el Presidente
Kruger, derrotaron esta expedición. Pero lo grave fue que al día siguiente hubo
un telegrama del Kaiser felicitando a Kruger por haber derrotado a los intrusos
y –decía el Kaiser- “…sin necesidad sin que hubieran ustedes llamado a sus
amigos…”, es decir a la Alemania de esos tiempos.
A
Inglaterra, naturalmente, esta situación le preocupaba. Estaba surgiendo un
nuevo poder ya de otro tipo, incluso naval. La cuestión con los Estados Unidos
era preferible arreglarla. Por lo demás, en este país había, como también en
Gran Bretaña, mucha gente que quería la paz, pero también gente que quería la
guerra. Por ejemplo, Teodoro Roosevelt decía que “…el clamor de la facción
pacifista lo había convencido de que este país necesitaba una guerra…”
Hubo
más bien, entonces, un acercamiento entre Gran Bretaña y los Estados Unidos, y
empezó a negociarse ya sobre otras bases la cuestión de los límites Venezuela –
Guayana Británica.
Conocemos
la historia más o menos íntima de estas negociaciones. Hay una carta del
Presidente Cleveland – escrita después de haberse solucionado aparentemente
este asunto – en que le pedía a Richard Olney que le precisara cómo se habían
desarrollado las cosas. En la contestación de Olney hay datos de capital
interés para nuestra historia.
Los
representantes del Gobierno británico repetidas veces se oponían a considerar –
en un posible arbitramento – que se incluyeran los territorios en disputa.
Ellos decían: la Línea Schomburgk, hacia el este no debe ser objeto de
discusión. Y ese era nuestro territorio.
En
1896, pues se inician conversaciones entre los Estados Unidos y Gran Bretaña a
propósito de los límites con Venezuela, y en febrero de 1897 se firma un
Tratado Arbitral, en el cual se establecen las reglas a las que deben ceñirse
los árbitros para decidir la cuestión.
Siempre
hemos sostenidos que respetamos ese Tratado Arbitral, a pesar de que muy poca
participación tuvo Venezuela en su preparación y redacción. Estas negociaciones,
que se estaban efectuando en Londres, por razones que voy a referirme más
adelante, se continúan en Washington.
Ahora,
de acuerdo con el Tratado de 1897, dos jueces son ingleses, dos
norteamericanos y el árbitro propiamente dicho es el Profesor Ruso de Martens.
Venezuela está ausente de todo eso. Lo único que logra es poder designar a uno
de los árbitros, pero al Presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos,
ósea el Juez Fuller. Existía el ánimo de que Venezuela no estuviera
representada por venezolanos como era natural, como lo estaba Gran Bretaña por
dos jueces ingleses, aún cuando para nosotros siempre nos inspiraron mucho
respeto y nos los siguen inspirando todavía, tanto Fuller como Brewer, los dos
jueces norteamericanos. Se llegó a tal extremo que sí, por ejemplo, el Juez
norteamericano Fuller desaparecía, el suplente no sería designado por
Venezuela, sino por la Corte Suprema de los Estados Unidos.
Entre
Olney y el Embajador británico en Washington se desarrollaron casi todas las
conversaciones que prácticamente a diario tenían lugar para el arreglo de la
cuestión de los límites entre Venezuela y Gran Bretaña. Ya no existe la misma
situación de 1895, cuando aquel encendido mensaje de Cleveland provoca tal
revuelo que los dos países están a punto de ir a la guerra. Ahora, la situación
histórica es distinta: los dos países están en buenas y cordiales relaciones.
Yo
digo esto como una opinión personal, porque ese tratado arbitral es un
documento que en otras circunstancias Venezuela no lo habría firmado. El propio
Joseph Chamberlain, que fue Premier en Gran Bretaña y Secretario de Relaciones
Exteriores, decía que ese Tratado era un instrumento que Venezuela no debía
firmar. Esta era la opinión generalizada en Caracas; pero Venezuela estaba tan
desesperada de salir de esta situación que firmó ese documento en la esperanza
de que las reglas de derecho allí establecidas serían respetadas por los
árbitros, cosa que, como veremos más adelante no ocurrió así.
En
una carta fechada en Boston el 27 de diciembre de 1899, Richard Olney le
escribe al ex-Presidente Cleveland, entre otras cosas y por vía de recuerdo,
esto que voy a leer, tal como está en el original:
“…En
el asunto de Venezuela se me ha recordado que se publicó la biografía o autobiografía
de Lord Playfair, junto con su correspondencia, y que ésta contiene tanto
cartas suyas como de Chamberlain y Bayard, acerca de nuestra intervención en el
caso de Venezuela. El señor Endicott, quien me habló de este particular,
calificó la publicación de indiscreta. Supongo que usted recordará el
incidente. Trataré de conseguir el libro…”
“…Lord
Playfair, político británico casado con una dama muy distinguida de Estados
Unidos, hizo mucho por el mejoramiento de las relaciones entre los dos países,
y a ello le ayudaba esa circunstancia. A mí me intrigaba esto de “…yo supongo
que usted recuerda el episodio…”, y creo haber encontrado su explicación.
Conozco el libro de Lord Playfair, pero allí no figura la referencia al asunto,
al incidente o al episodio, tal como está aquí. No se trata de una cosa
realmente grave, pero sirve para demostrar cómo Gran Bretaña pretendía que lo
que ella llamaba los settlements, es decir, los establecimientos que tenía en
la Guayana Británica, le daba título de propiedad sobre esos territorios, sin
más ni más. Era cosa curiosa: nadie discutía el derecho de primer ocupante y
descubridora que tenía España, ni los principios de derecho que los propios
ingleses reconocieron a propósito de la controversia de Manhattan, pero cuando
vamos a la cuestión del arbitraje, ese derecho internacional aplicable – porque
era el derecho que existía en el momento en que se produce el hecho histórico –
es uno de los derechos que nos desconocieron o que pretendieron desconocernos
durante las discusiones que llegaron al Tratado de Arbitraje…”
Yo
mismo no voy a referir la historia del episodio. Lo va a hacer el propio Olney.
Esta es una carta que él le escribe a Cleveland en 1901 desde Boston, en
contestación a una serie de preguntas que el Ex-Presidente le hace, porque en
esos momentos tenía el proyecto de dictar una conferencia – que en efecto dictó
en Princeton - , sobre la cuestión de los límites entre Venezuela y la Guayana
Británica.
“…He
tomado nota de su pregunta sobre el asunto arbitraje de la frontera venezolana.
Buena parte de la negociación se llevó a cabo mediante entrevistas personales
entre Sir Julián y yo, pero no me es siempre fácil recordar el orden de los
sucesos…”
“…En
general el asunto lo recuerdo de esta manera: el término “asentamiento” fue
usado por primera vez en la carta de Lord Salisbury, fechada el 26 de noviembre
de 1895, hacia el final de la cual se refería a la extensión gradual de
asentamientos británicos en el territorio y declaraba que por ningún motivo
sometería Gran Bretaña a arbitraje, ningún reclamo que pudiera afectar dichos
asentamientos. Después del mensaje especial de usted al Congreso, se hicieron
los primeros intentos de negociación entre el señor Chamberlain y Lord
Playfair, por una parte y el señor Bayard por la otra. Como usted recordará el
señor Bayard sugirió que los Estados Unidos convocaran una conferencia general
de las grandes potencias europeas sobre la Doctrina de Monroe. No nos llevó mucho
tiempo considerar esa propuesta. Muy pronto supe que el señor Chamberlain le
escribía al señor Bayard, en el sentido de que éste, presumiblemente actuando
en mi nombre, había comprometido a los Estados Unidos en la idea de que podría
haber un arbitraje de la frontera que excluyera los llamados “asentamientos”
británicos…”
“…Esto
condujo a una nota dirigida al señor Bayard en la cual se declaraba con firmeza
que los Estados Unidos no aceptarían nada de eso y se le daban instrucciones de
llevar esa comunicación a conocimiento del señor Chamberlain. A raíz de esto,
el señor Chamberlain se retiró del problema al declarar, según yo recuerdo con
propiedad, que era inútil esperar ningún resultado de negociaciones llevadas a
cabo por tales vías. Por esa misma época llegamos a la conclusión de que era
preferible efectuar las negociaciones en Washington, a lo cual accedió Lord
Salisbury, complacido…”
Según
esto, pués, por un error que cometió el Embajador de los Estados Unidos en sus
conversaciones con Chamberlain – pero que nos sirve a nosotros para demostrar,
históricamente, la pretensión constante de Gran Bretaña de que los llamados
“Settlements” no debían formar parte del arbitramento, a lo cual los Estados
Unidos, en realidad, se opusieron
–
las conversaciones se continuaron en Washington.
El
Tratado Arbitral se firma en febrero de 1897. En todo este asunto, como dije
antes, no interviene ningún venezolano. En París, tenemos un Agente
confidencial, el Doctor José María de Rojas, quien conocía muy a fondo estos
problemas, y como consejeros legales a Benjamín Harrinson, Ex-Presidente de los
Estados Unidos, y a Severo Mallet Prevost, abogado de Nueva York.
La
comisión que creó el Congreso de los Estados Unidos para estudiar la cuestión
de límites entre Venezuela y la Guayana Británica la sirvió como Secretario el
señor Severo Mallet Prevost. Esto explica por qué Venezuela lo seleccionó como
uno de sus consejeros legales para la cuestión del arbitraje.
Los
árbitros se reúnen en París. Uno de los designados por el Gobierno británico
murió en esos días y fue reemplazado por Lord Russell. Son estos árbitros,
pués, quienes firman la Sentencia Arbitral.
Tanto
en Venezuela como en los Estados Unidos y en todas partes llamó muchísimo la
atención esta Sentencia Arbitral. Lo primero que salta a la vista es que carece
de motivación, pues no se explica por qué se fijaron los límites en la forma en
que se hizo. No se podía históricamente explicar esto. Venezuela fue allí
víctima de un despojo. Para nosotros, ese Laudo no tiene validez, no ha
existido y, por lo tanto, nada puede convalidar lo que nunca existió. Esa es
nuestra tesis.
Decía
yo que hace relativamente poco tiempo descubrimos algunos documentos históricos
que nos han permitido reconstruir más o menos la historia íntima del Laudo. En
esto es de capital importancia el relato que hizo muchísimos años después el
señor Severo Mallet Prevost, en 1944, para ser publicado después de su muerte,
cosa que ocurre en 1948.
Es
en 1949 cuando nosotros conocemos este extraordinario memorándum, especie de
descargo de conciencia, que Mallet Prevost quería dejar por escrito, pues no
era la primera vez, como lo han pretendido algunos, que habló de este asunto.
Habló muchísimas veces de eso. Y hay una cosa muy curiosa. Cuando uno pretende
que sabe leer entre líneas, debe observar la carta de Olney en la que dice que
Mallet Prevost, recién llegado de París, quería hablar con él para contarle
como habían pasado las cosas y por qué pasaron de esa manera. En ese “por qué
pasaron de esa manera” estaba todo el misterio, toda la trastienda que hubo en
el asunto. También se dice en una carta del ex-Presidente Harrison a un amigo
suyo, a pocos días de haberse dictado el laudo, lo siguiente: “Yo le contaré a
usted, pero no por escrito, lo que ocurrió, y a usted le sorprenderá”. Nuestro
Agente confidencial, el Doctor Rojas, que ya he mencionado, intuyó algo de
aquello. Es claro que sabía que habíamos sido objeto de un tremendo despojo. Es
claro que sabía exactamente dónde llegaban los límites de Venezuela. El no
podía tener la menor duda de que esos límites estaban comprendidos entre el
Orinoco y el Esequibo, esos dos ríos que les ruego que recuerden.
Mallet
Prevost dejó escrito, como decía, un memorándum tan importante que no puedo
resistir la idea de leerlo. Decía Mallet Prevost:
“…Cuando
todos los discursos habían concluido, en el mes de agosto o principios de
septiembre, el tribunal suspendió sus sesiones para permitir a los árbitros
conferenciar y dictar sus sentencia. Pasaron varios días durante los cuales
esperábamos ansiosamente, cuando una tarde recibí un mensaje del Magistrado
Brewer” - uno de los jueces norteamericanos – “…en el cual me decía que él y el
magistrado Fuller…” – el otro juez norteamericano – “deseaban hablar conmigo y
pedían que me les reuniese inmediatamente en su hotel. Fui allí de inmediato.
Cuando entré al departamento en donde me esperaban los dos árbitros americanos,
el juez Brewer se levantó y dijo muy excitado: Mallet Prevost, es inútil
continuar por más tiempo esta farsa pretendiendo que nosotros somos jueces y
usted abogado. El magistrado Fuller y yo hemos decidido revelarle
confidencialmente lo que acaba de pasar”. Es bueno informar que Martens era un
hombre bastante conocido en el siglo pasado, uno de los grandes abogados del
arbitraje, profesor de derecho internacional, doctor honoris causa de la
Universidad de Oxford y de la de Edimburgo y en esos momentos en que intervenía
en el Laudo, Martens era asesor del Ministerio de Negocios Extranjeros de
Rusia. “…Martens ha venido a vernos…” – sigue el memorándum – “…y nos informa
que Russell y Collins…” – los jueces británicos – “…están dispuestos a decidir
en favor de la Línea Schomburgk…”, - la línea aquella que fue trazada
arbitrariamente por este geógrafo alemán que luego la tomó Gran Bretaña como
propiedad indiscutible – “…que partiendo de Punta Barima en costa, daría a la
Gran Bretaña el control de la boca principal del Orinoco; y que si nosotros
insistimos en comenzar la línea partiendo de la costa en el río Moroco…” – ese
río que por primera vez menciona Lord Aberdeen como posible línea limítrofe que
nosotros aceptábamos y no discutimos hoy – “…él se pondrá del lado de los
británicos y aprobará la Línea Schomburgk como verdadera frontera…”. Sin
embargo – añadió - él, Martens, estaba ansioso de lograr una sentencia unánime,
y si aceptáramos la línea que él propone, él obtendría la aquiescencia de Lord
Russell y Lord Collins a fin de llegar a una decisión unánime…”
“….Lo
que Martens proponía era que la línea en la costa comenzara a cierta distancia
al sudeste de Punta Barima – de allí dominaba la boca del Orinoco – de modo de
dar a Venezuela el dominio de la boca del Orinoco y que esta línea se conectase
con la línea Schomburgk a cierta distancia en el interior, dejando a Venezuela
el control de la boca del Orinoco y cerca de 5.000 millas cuadradas de
territorio alrededor de esa boca…”
(Es bueno agregar aquí que estaba en discusión un territorio de 50.000 millas cuadradas. Con este procedimiento, se nos daban 5.000 millas cuadradas y el resto, 45.000 millas cuadradas, pasaban a propiedad de la Guayana Británica.)
“…Esto
es lo que Martens ha propuesto…”, - sigue diciendo el memorándum -. “…El
Magistrado Fuller y yo…” – agregaba el memorándum – “…somos de opinión de que
la frontera en la costa debería iniciarse en el río Moroco. Lo que tenemos que
decidir es si aceptamos la proposición de Martens o suscribimos una opinión
disidente. En estas circunstancias, el Magistrado Fuller y yo hemos decidido
consultar con usted y ahora quiero hacerle saber que estamos dispuestos a
seguir uno u otro camino, según lo que usted desee que se haga…”
“…Por
lo que acababa de expresar el magistrado Brewer y por el cambio que todos
habíamos observado en Lord Collins…” – uno de los jueces ingleses – “…me
convencí y sigo creyendo que durante la visita de Martens a Inglaterra había
tenido lugar un arreglo entre Rusia y Gran Bretaña para decidir la cuestión en
los términos sugeridos por Martens y que se había hecho presión de un modo u
otro, sobre Collins, a fin de que siguiera aquel camino. Naturalmente, me di
cuenta de que yo solo no podía asumir la enorme responsabilidad de la decisión
que se me exigía. Así lo hice ver a los dos árbitros y les pedí autorización
para consultar al General Harrison. Al obtenerla fui a su apartamento para
tratarle el asunto. Cuando revelé al General Harrison lo que acababa de pasar,
éste se levanto indignado, y caminando de un lado a otro calificó la conducta
de Gran Bretaña y Rusia en términos que es para mí inútil repetir. Su primera
reacción fue la de pedir a Fuller y a Brewer que presentaran una opinión
disidente, pero cuando se calmó y estudió el asunto desde un punto de vista
práctico, me dijo: “...Mallet Prevost, si algún día se supiera que estuvo en
nuestras manos conservar la desembocadura del Orinoco para Venezuela y que no
lo hicimos, nunca se nos perdonaría. Lo que Martens propone es inicuo pero no
veo cómo Fuller y Brewer puedan hacer otra cosa que aceptar.”
“….Estuve
de acuerdo con el General Harrison y así lo hice saber a los Magistrados Fuller
y Brewer. La decisión del Tribunal fue, en consecuencia, unánime; pero, si bien
es cierto que dio a Venezuela el sector en litigio más importante desde un
punto de vista estratégico, fue injusta para Venezuela y la despojó de un
territorio muy extenso e importante sobre el cual la Gran Bretaña no tenía, en
mi opinión, la menor sombra de derecho…”.
Estas
revelaciones de Mallet Prevost causaron, desde luego, gran revuelo. La revista
en que había sido publicado este documento, The American Journal of
International Law, es bien conocida y goza de muchísimo prestigio entre quienes
se dedican a esta clase de estudios. Quien publicaba este memorándum era un
antiguo asociado de Mallet Prevost, quizás el último superviviente de una
historia que termina aparentemente hacia 1899, el Juez Otto Schoenrich, que
vive en Nueva York, tiene 88 años de edad y ejerce su profesión de abogado
todavía.
Lo
que Mallet Prevost había dejado escrito coincidía, además, con la opinión
generalizada de que el Laudo fue producto de un compromiso político. Mallet
Prevost simplemente revelaba ahora aquello que no podía revelar en 1899: la
manera como se había llegado a aquel compromiso. La verdad es que no fue la
primera vez que Mallet Prevost habló de este asunto. En una comida – más
adelante hablaremos de eso – con el ex-Secretario de Estado Olney, aquel le contó,
en líneas generales, esta historia, que se sigue averiguando, y a mí no me cabe
la menor duda de que, como toda historia, con investigadores diligentes, habrá
de aparecer algún día exactamente tal como ocurrió.
El
Memorándum de Mallet Prevost fue refutado en THE AMERICAN JOURNAL OF
INTERNATIONAL LAW por el señor Clifton J. Child, quien aseguraba que
Mallet Prevost se había permitido “proporcionar un número de detalles ausentes
en las declaraciones que tanto él como el General Harrison habían formulado en
1899”. Esta apreciación fue rechazada en un comentario editorial de la misma
revista, suscrito por William Cullen Dennis.
En
1899 ni Mallet Prevost ni Harrison podían decir la verdad ni contar la
historia. En cartas privadas a amigos, como dije antes, este último insistía:
“…yo le contaré, pero no por escrito…”. No quería revelar el misterio que,
efectivamente rodeó por algún tiempo la historia del Laudo Arbitral y del laudo
mismo.
Cuando
Mallet Prevost regreso a Nueva York el año 1899, es decir, pocos meses después
de haberse dictado la Sentencia Arbitral, se entrevistó con el ex-Secretario de
Estado de los Estados Unidos, señor Richard Olney, aquí en Nueva York, y
respecto a esa entrevista hay una información dirigida por el señor Olney al
ex-Presidente de los Estados Unidos, señor Grover Cleveland, que dice así. Me
voy a permitir leerla:
“…No
lo he vuelto a ver a usted después de la sentencia en el asunto de los límites
de Venezuela a raíz de su regreso a Nueva York. El señor Mallet Prevost, uno de
los abogados Consejeros de Venezuela, estaba ansioso de contarme como habían
pasado las cosas y por qué ocurrieron así. En una de mis visitas a Nueva York
le invité a comer con el resultado de que habló más y comió menos y de que el
tiempo que duró la comida fue, más de que de tomar alimentos y refrescos, de
intensa ira y amargura de espíritu por el procedimiento y decisión del Tribunal
de Arbitraje. Me abstengo de darle detalles, pués no me cabe duda de que usted
se habrá enterado de ellos por otras fuentes. Lo peor de todo, por lo visto, no
es tanto la pérdida de territorio por parte de Venezuela como el descrédito
general del arbitraje. Según mi informante, tanto el Presidente de la Corte
como Brewer se muestran contrarios al arbitraje como fórmula de resolver
controversias internacionales mientras no haya un procedimiento que garantice
los derechos de las Partes. El ex–Secretario John W. Foster, con quien comí el
otro día, dijo que Fuller y Brewer regresaron al país bastante enfermos de
arbitraje…”
Un
testigo de excepcional importancia, Benjamín Harrison, ex-Presidente de los
Estados Unidos, hombre cuya conducta pública y privada es bien conocida, hombre
de mucho carácter y con extraordinario sentido de responsabilidad, escribió
esto en palabras muy duras pero que no puedo menos que citar, refiriéndose a
los Jueces británicos: “…Los Jueces británicos actuaron siempre más como
abogados agresivos que como jueces. Parece que la ley no significa nada para un
Juez británico cuando se trata de extender el dominio británico…”
Y
ya de regreso a los Estados Unidos, el 12 de diciembre del mismo año de 1899,
escribía en una carta privada y confidencial:
“…Mi
experiencia en París el último verano suscitó en mi mente graves dudas acerca
de la solución satisfactoria de controversias internacionales por medio del
arbitraje, y muy particularmente cuando se trata de conflictos americanos. Los
Gobiernos europeos se niegan a aceptar que ninguno de los Estados americanos,
excepción de los Estados Unidos, tenga capacidad para proporcionar un árbitro o
siquiera uno de los varios miembros imparciales de una Corte. La consecuencia
es que la decisión final de toda controversia americana está en manos de un
árbitro europeo. Las costumbres diplomáticas y los objetivos de los grandes
Gobiernos europeos están en completa divergencia con los nuestros…”
“…La
aprobación de territorios pertenecientes a naciones débiles es una práctica de
que se han hecho reos todos esos Gobiernos, y los Estados de Centro y Sur
América casi no pueden esperar un tratamiento justo…”
“…En
el caso de Venezuela, estimé que el Tribunal estaba constituido sobre una base
judicial y no representativa, e hice el llamado más enérgico que jamás había
hecho a una Corte para que tal cuestión fuera decidida por el Tribunal con
criterio estrictamente judicial. Fue un fracaso rotundo. …”
“…Los
Jueces británicos fueron casi tan parciales como los abogados británicos. Que
hubiere integrado ese Tribunal, representantes, es una anomalía y un ultraje…”
En otra ocasión, el 15 de enero de 1900, Harrison escribía:
“…Si
las decisiones de los Tribunales de arbitraje han de ser influidas por los
votos y los argumentos privados de los representantes de las dos naciones, y si
sus decisiones no tienen por objeto establecer el derecho sino imponer
compromisos, hay que concluir que el arbitraje no puede nunca ser una
institución. Será lo que ha sido hasta ahora, un mero expediente…”
“…Con
respecto al consejo de Lord Russell de que debería procederse con espíritu judicial
en estos asuntos, lo único que tengo que decir es que ni él ni sus colegas
británicos practicaron tan buena doctrina. Podría contar, pero no por escrito,
algunos incidentes que le sorprenderían. Creo que es posible para un Juez
americano, y tal vez para jueces de algunas otras naciones, proceder con ese
espíritu judicial en controversias internacionales; pero no creo que esto sea
posible para un inglés…”
“…En
controversias entre individuos, los Tribunales ingleses suelen ser notablemente
justos e independientes, pero cuando se trata de extender el dominio de Gran
Bretaña y sobre todo cuando están de por medio terrenos donde hay oro, es
demasiado esperar de ellos. La decisión en el caso de Venezuela, como un
compromiso, dio a Venezuela los puntos estratégicos, pero la despojó de una
inmensa parte de territorio que un Tribunal imparcial le habría adjudicado, y
de ello no me cabe ninguna duda. La idea europea moderna es que no hay nada
ilegal y ni siquiera inmoral en la apropiación de territorios de estados más
débiles...”
Estos
testimonios que he citado, y muy especialmente el del ex Presidente Harrison,
son suficientes para colocar este problema de modo de mirarlo hoy exactamente
desde su ángulo actual. No hubo un arbitraje propiamente dicho, sino un
arreglo. Hubo un compromiso de carácter político. Hubo una componenda por la
cual tres jueces, que tenían la mayoría, dispusieron del territorio de
Venezuela, porque los dos jueces británicos no estaban actuando, corno dice
Harrison, como jueces, sino que lo hacían como hombres de gobierno, como
abogados. Y en todo eso se estaba comprometiendo el destino de un país
arrebatándole lo más importante de su soberanía: su territorio. Pero en ese
arbitraje no intervino ningún venezolano. Todo eso ocurrió en el Quai D' Orsay,
en París. Nuestro Agente Confidencial, un hombre ilustre de mí país,
seguramente estaba dando vueltas allí por los pasillos para ver qué le contaban
de lo que estaba ocurriendo. Esa es la triste, la dramática historia de lo que
ocurrió en París el 3 de octubre de 1899.
Jamás,
por otra parte, se trató por parte de una nación poderosa como lo era la Gran
Bretaña, con otro país en forma más insolente. No ha sido posible herir más
hondamente el sentimiento de los venezolanos que cuando este asunto. Nuestro
orgullo fue real y profundamente herido en una hora infortunada que esperamos
que se corrija.
Todo
lo que les he contado es cierto, como buena historia. Está respaldada por
documentos, unos muy viejos, muy conocidos, que no se tomaron en cuenta a la
hora de dictar la Sentencia Arbitral y otros, que han aparecido después.
Alguien
se preguntará: ¿Por qué, después de tantos años, es que Venezuela plantea este
problema?. Lo planteamos en 1950 a raíz de haber conocido el Memorándum de
Mallet Prevost. Entre 1950 y 1958 tuvimos en Venezuela un gobierno dictatorial,
que no fue sensible a este asunto y no le preocupó demasiado. En vista de que
la prensa de Caracas se había hecho eco del Memorándum de Mallet Prevost, que
se reprodujo en todos los periódicos de nuestro país, se limitó a dejar
sentada una reserva en la IV Reunión de Cancilleres en Washington en 1950, reserva
que se repitió en 1954.
Y
respondiendo a mi propia pregunta contesto que fue por eso, porque nosotros no
conocíamos la intimidad del Laudo, no sabíamos cómo habían pasado las cosas de
verdad. Sabíamos, sí, que se nos había despojado, pero la Venezuela de 1899 y
la que le sigue durante unos cuantos años, es una Venezuela que está en una
situación de pobreza, abatida por una guerra civil reciente. Figúrense ustedes
que cuando se dictó el Laudo Arbitral en París el 3 de octubre, en Venezuela
había estallado una revolución y estaba a diecinueve días de Caracas, la
capital. Yo podría decir – y eso es histórico – que en esos momentos, en 1899,
casi no teníamos gobierno. Claro que esto no es culpa de la Gran Bretaña, sino
que es nuestra culpa, pero lo digo para pintar el ambiente en momentos en que
se estaban dilucidando estas cosas.
En
vista de todo lo que he informado a ustedes y de lo mucho que se podría seguir
informando sobre este particular - he tratado más bien de resumir - pretender
que Venezuela está obligada a considerar los resultados del Tribunal de
Arbitraje como un arreglo pleno, perfecto y definitivo de todas las cuestiones sometidas
a los árbitros, sería absurdo. Eso hubiera sido así si los árbitros hubieran
conformado su actuación a lo dispuesto en el Convenio Arbitral. La Sentencia de
Arbitraje tenía, necesariamente, que ajustarse a las reglas o normas de derecho
establecidas en el Convenio Arbitral de 1897, y ése no fue el caso. Es
suficientemente claro que ello no ocurrió así.
Por
eso, deseosa de resolver amistosa y definitivamente esta cuestión espinosa,
Venezuela ha considerado oportuno explicar las razones por las cuales no puede
reconocer la validez de un Laudo dictado a espaldas del derecho y en las
condiciones y circunstancias que ustedes ya conocen. Todo esto que estoy
diciendo se ajusta a la doctrina internacional que no reconoce validez a
decisiones arbitrales adoptadas en circunstancias como las que he descrito.
Aquí
podría yo citar muchísimas opiniones de eminentes tratadistas del derecho
internacional público, pero no lo voy a hacer. Únicamente voy a citar la
opinión de un bien conocido profesor de derecho internacional, me refiero a
Oppenheim, de Gran Bretaña. Durante muchos años ha sido profesor de derecho
internacional en la Universidad de Cambridge y sin duda para nuestros amigos
británicos la opinión de este jurista internacional tiene que ser de mucho peso.
En su International Law, una edición de Londres de 1952, dice:
“…Es
obvio que una Sentencia Arbitral sólo es obligatoria en el caso de que los
árbitros hayan cumplido en todos sus aspectos su deber como árbitros y llegado
a su decisión con entera independencia. Caso de que hubieren sido sobornados o
dejado de cumplir su mandato o si la sentencia hubiere sido dictada bajo la
influencia de coacción de cualquier índole, la sentencia no tendrá fuerza
obligatoria alguna…”
He
expuesto los antecedentes de la cuestión de límites entre Venezuela y la
Guayana Británica. He expuesto las razones políticas, históricas y jurídicas
por las cuales Venezuela respeta y se atiene a todas y cada una de las
disposiciones y estipulaciones del Tratado de Arbitraje de 1897. He expuesto
cómo en el Laudo Arbitral de 1899 se desconocieron y se violaron las normas de
derecho de ese tratado.
Venezuela
no está pidiendo un pronunciamiento de esta Comisión sobre la cuestión de
fondo; Venezuela ha traído el asunto a las Naciones Unidas no para pedir una
decisión sobre el fondo de la cuestión sino con el propósito de hacer saber al
mundo las poderosas razones que la obligan a no poder reconocer el Laudo
Arbitral de 1899 como arreglo final y definitivo de su controversia con el
Reino Unido, en relación con el territorio de Guayana, del cual fue despojada.
Hoy,
Venezuela tiene las pruebas de la forma arbitraria y contraria a derecho en que
fue decidida la cuestión por el Laudo de 1899, y la existencia de la Carta
de las Naciones Unidas le permite actuar en condiciones muy diferentes a las
infortunadas del siglo pasado. Lo único a que aspira Venezuela es poder ahora
solucionar amistosamente este problema con el Reino Unido, con quien mantiene
tan buenas y cordiales relaciones. También quiere ratificar Venezuela su
franco apoyo a la independencia de la Guayana Británica, y por ese motivo
espera que en las conversaciones que desea tener con el Reino Unido, para
buscar el mejor camino de una solución pacífica de esta controversia, tengan
plena participación también los representantes del Gobierno de la Guayana
Británica. Que tales conversaciones puedan tener lugar en un ambiente de
amistad y armonía, es el más ferviente deseo de los venezolanos
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