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Crimea
Tomado de:
Por: Fernando
Petrella
Sábado 29 de marzo, 2014
La crisis de Ucrania sugiere algunas reflexiones útiles para
la política exterior. La primera es que, pocas veces como en este
dramático asunto, fueron invocados tantos principios originados en América
Latina o que tuvieron en la región un apoyo firme y consecuente. Así, los
distintos actores en el conflicto se refirieron muchas veces al no uso de la
fuerza, a la no intervención, a la integridad territorial, a la solución
diplomática de las disputas, a las sanciones económicas y a la
autodeterminación de los pueblos.
Los latinoamericanos y en particular los argentinos,
deberíamos sentirnos orgullosos del aporte hecho a la política y al derecho
internacional ya que todos estos principios fueron adoptados por la Carta de la
OEA y la Carta de las Naciones Unidas. Hoy tienen peso constitucional y ordenan
la relación entre los países.
La segunda reflexión es que una crisis tan grave nos
recuerda que, además de los principios, los valores y el comercio, nunca
se debe soslayar la definición que cada país hace respecto de
sus intereses estratégicos. Esos intereses siempre priman sobre los demás y son
básicamente dos: la propia seguridad, que conlleva también la identidad,
y la percepción acerca de su territorialidad, concepto que también
implica rechazo al “encerramiento”.
Pero la “anexión” de Crimea por parte de Rusia parece
injustificable incluso a la luz de dichos intereses superiores. En el siglo XXI
y en plena interdependencia, globalización y ausencia de “bloques”, siempre hay
que agotar las medidas que puedan llevar a soluciones que, ajustadas al derecho
internacional, conjuguen las legítimas preocupaciones de todos los
interesados evitando el conflicto. Por otro lado, la “anexión” en
perjuicio de Ucrania crea un foco de dificultades e inseguridad en
la frontera con Rusia que es, justamente, lo que quiso evitar desde un
primer momento. La resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas
adoptada en respaldo de Ucrania oficializa esas dificultades.
La tercera reflexión tiene que ver con el hecho que Argentina
es miembro del Consejo de Seguridad y también del G20. Ha sido y es, aun
hoy, un importante actor global y ha sostenido históricamente
la solución pacífica y negociada de los conflictos, en particular los de
naturaleza territorial por ser los más sensibles y riesgosos. Es decir, este
conflicto no le resulta indiferente, sobre todo, por los valores involucrados,
por la amistad que la une a los principales actores y por los factores
estratégicos en juego. De allí que esta crisis debería ser analizada por su
sustancia y no por otras consideraciones que le son ajenas. Habría entonces que
evaluar si conviene a la gobernanza global que Argentina y un sector de América
Latina convaliden, con sus actitudes, la anexión de parte de Ucrania por
Rusia y las consecuencias que esto pueda tener mediano plazo.
La cuarta reflexión apunta a los escépticos del
multilateralismo y de la utilidad de las Naciones Unidas. Esta crisis,
por su contenido estratégico, demostró la necesidad de una organización global
y democrática, como único instrumento para acercar posiciones e
identificar tendencias entre los países y otros actores del sistema
internacional. Demostró una vez más que, para democratizar el Consejo de
Seguridad, no hay que incorporar nuevos miembros permanentes, sino reducir los
privilegios de los actuales ya que, dichos privilegios y en especial el veto,
sirven la mayor parte de las veces a sus propios intereses. Por ello es
que oportunamente Kofi Annan, la Argentina, Sudáfrica y otros muchos países
presentaron iniciativas para democratizar genuinamente al Consejo de
Seguridad. Recientemente, Laurent Fabius, Canciller de Francia, que es
uno de los cinco Miembros Permanentes, ofreció una propuesta que se
orienta en esa misma dirección.
Finalmente, una última reflexión, es que no conviene a
nuestros objetivos suponer – o consentir que se trace – una relación
entre la disputa sobre las Islas Malvinas y la crisis de Crimea. A diferencia
de la situación en Crimea, cuya reversión parece hoy improbable, Malvinas
fue definido como un caso “especial” y “particular” por las
Naciones Unidas, la OEA y el Movimiento de Países No Alineados. Así fue
determinado porque la disputa Argentino/Británica tiene un régimen legal
y de procedimiento para su solución establecido por las Naciones Unidas y por
la OEA; porque es de interés hemisférico permanente (OEA); porque se han
ofrecido y discutido fórmulas viables de arreglo para el problema de fondo y
sobre todo, porque las dos partes, Argentina y el Reino Unido, son amigos de
larga data con coincidencias en aspectos globales y cooperación en temas
estratégicos que, utilizadas con diplomacia y tacto, deberían ayudar a diseñar
un punto de encuentro para resolver la disputa y no lo contrario.
Es posible que la crisis desatada entre Ucrania y Rusia esté
sólo en sus comienzos y trascienda al actual gobierno. Argentina tendrá
entonces nuevas oportunidades de examinar el fondo del problema a la luz
de sus antecedentes en las Naciones Unidas, la defensa de sus intereses y la
amistad con todos los actores
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