miércoles, 10 de abril de 2013

«Malvinas», la guerra de Thatcher


http://www.abc.es/internacional/20130409/abci-guerra-malvinas-thatcher-201304082246.html
Tomado de:

emili j. blasco / corresponsal en washington
Día 09/04/2013 - 11.14h
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«Sabíamos lo que teníamos que hacer, salimos a hacerlo y lo hicimos», proclamó al terminar la guerra

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«Las Malvinas marcaron su alma y su mente», dijo de ella su esposo, Denis Thatcher. Y ella misma se referiría después en innumerables veces al dramatismo de aquellos días: «Pensabas en ello en cualquier momento de la jornada, estaba en el fondo de tu mente no importa lo que estuvieras haciendo. Pensabas sobre lo que estaba ocurriendo allí abajo y sobre las decisiones que se habían tomado. Cuando el teléfono sonaba o un ayudante llegaba con una nota en sus manos, un pensamiento recorría tu mente: ¿son malas noticias? Nunca tuve ninguna duda acerca de lo correcto de la decisión».

Thatcher no necesitó el título de «comandante en jefe» que gustan usar los presidentes de Estados Unidos. No hizo falta. Desde el primer día del conflicto de las Malvinas estuvo claro quién tenía la autoridad de la fuerza militar británica. «Nunca miró atrás», aseguraría la «Official History of the Falklands Campaign» redactada después en Londres.

En el marco del gabinete de guerra creado con la invasión de Argentina de las islas Malvinas y Georgia del Sur en 1982, Thatcher «no ignoró oposición ni dejó de consultar a otros, pero una vez tomada una decisión, no miró atrás», escribió el historiador inglés Lawrence Freedman. La decisión de retomar las islas, a pesar de los problemas logísticos de la larga distancia, o de hundir el Belgrano, ataque en el que murieron 323 combatientes argentinos, muestra bien la personalidad de la Dama de Hierro. Una resolución que, manifiesta en otras acciones de gobierno, le dio gran victoria electoral 1983.

Huída hacia adelante
En marzo de 1982, no obstante, la posición de la primera ministra, elegida en 1979 para dirigir un país acosado por problemas, no era tan sólida. Eso es lo que pensó la Junta Militar argentina, que para resolver los conflictos en su propio país ideó una huida hacia delante de pretensiones patrióticas. El 19 de marzo, un grupo de argentinos izó la bandera de su país en Georgia del Sur, en una acción que buscaba medir la reacción del oponente. La Argentina del general Galtieri invadió las Malvinas el 2 de abril y Georgia del Sur al día siguiente.

Esa «Operación Rosario» pilló a Londres por sorpresa. El Alto Mando británico había enviado el 29 de marzo dos submarinos, el HMS Splendid y el HMS Spartan, y un par de barcos hacia la zona. Ese envío probablemente aceleró la invasión argentina, en un movimiento rápido que el Reino Unido no había previsto.

En Downing Street comenzó entonces lo que luego Thatcher llamaría el «Falklands Spirit»: el esfuerzo para dar un giro a una situación a todas luces muy adversa. De hecho, el cálculo argentino había sido que Londres no reuniría una fuerza para enviarla a 12.700 kilómetros, una distancia que presentaba problemas de abastecimiento, para defender una territorio de cada vez menos valor para el Reino Unido.

«Los británicos no pelearán», aseguró Galtieri cuando comenzaron las tensiones. En Londres, la oposición laborista cuestionó el empeño de la premier. «La fuerza operacional costará al país una humillación mucho mayor de la que ya hemos padecido. El intento fracasará», advirtió el laborista Tony Benn. Thatcher se mantuvo firme: «¿fracaso? La posibilidad no existe». «Cuando paras a un dictador siempre hay riesgos», explicaría después, «pero los riesgos son mayores si no lo paras. Mi generación aprendió esto hace tiempo».

El 2 de abril de 1982 la noticia de la invasión fue recibida sin titubeos por parte de Thatcher. «Si les han invadido, les tenemos que salvar», comentó de inmediato a su ministro de Defensa, John Nott. Al día siguiente se dirigió a los miembros de la Cámara de los Comunes: «La gente de las islas Malvinas, como el pueblo del Reino Unido, son una raza isleña. Son pocos en número, pero tienen derecho a vivir en paz, a escoger su modo de vida y determinar a quién deben lealtad. Su modo de vida es británico, su lealtad es con la Corona. Es la voluntad del pueblo británico y el deber del Gobierno de Su Majestad hacer todo lo que podamos para sostener ese derecho».

«Lo siento Ron»
El 3 de abril, el Consejo de Seguridad de la ONU condenó la actuación argentina y pidió el restablecimiento de la soberanía británica en las Malvinas y Georgia del Sur. La resolución tuvo diez votos a favor, uno en contra (Panamá) y cuatro abstenciones (China, URSS, Polonia y España).
Hubo varios intentos de mediación, como el de Estados Unidos. «Ron, no voy a entregar las islas ahora» protestó ante Ronald Reagan en medio de la guerra; «no he perdido algunos de mis mejores barcos y algunas de las vidas más excelentes para irnos calladamente bajo un alto el fuego sin que los argentinos se hayan marchado». La guerra estrechó la relación entre ambos mandatarios, con un EE.UU. cada vez más abiertamente a favor de las posiciones británicas en el conflicto.

Las unidades de la «task force» británica comenzaron a ser enviadas el 4 de abril, con el submarino nuclear Conqueror y los portaviones Invencible y Hermes, acompañados de buques escolta. El fuego entre ambos bandos comenzó a finales de mes, y la guerra concluyó el 14 de junio, con la rendición de Argentina. Murieron 649 argentinos, la mitad de los cuales pereció en el torpedeo del Belgrano, ocurrido el 2 de mayo y que Buenos Aires consideró un crimen de guerra. Por parte británica fallecieron 300 soldados y tres habitantes de las Malvinas.

«Sabíamos lo que teníamos que hacer, salimos a hacerlo y lo hicimos. Gran Bretaña es grande de nuevo», proclamó Thatcher al terminar la guerra. Y añadiría: «el espíritu del Atlántico Sur fue el espíritu británico en su mejor expresión. Se ha dicho que sorprendimos al mundo, que el patriotismo británico ha sido descubierto en esos días de primavera. En realidad nunca se había perdido». La bandera patriótica con la que la dictadura argentina quería envolverse, sirvió de manto para Thatcher, en su caso por una acción que restituía el orden internacional, no por acción que lo vulneraba.

Thatcher no necesitó el título de «comandante en jefe» que gustan usar los presidentes de Estados Unidos. No hizo falta. Desde el primer día del conflicto de las Malvinas estuvo claro quien tenía la autoridad de la fuerza militar británica. «Nunca miró atrás», aseguraría la «Official History of the Falklands Campaign» redactada después en Londres. En el marco del gabinete de guerra creado con la invasión de Argentina de las islas Malvinas y Georgia del Sur en 1982, Thatcher «no ignoró oposición ni dejó de consultar a otros, pero una vez tomada una decisión, no miró atrás», escribió el historiador inglés Lawrence Freedman.

La decisión de retomar las islas, a pesar de los problemas logísticos de la larga distancia, o de hundir el Belgrano, ataque en el que murieron 323 combatientes argentinos, muestra bien la personalidad de la Dama de Hierro. Una resolución que, manifiesta en otras acciones de gobierno, le dio gran victoria electoral 1983.

En marzo de 1982, no obstante, la posición de la primera ministra, elegida en 1979 para dirigir un país acosado por problemas, no era tan sólida. Eso es lo que pensó la Junta Militar argentina, que para resolver los conflictos en su propio país ideó una huida hacia delante de pretensiones patrióticas. El 19 de marzo, un grupo de argentinos izó la bandera de su país en Georgia del Sur, en una acción que buscaba medir la reacción del oponente. La Argentina del general Galtieri invadió las Malvinas el 2 de abril y Georgia del Sur al día siguiente.

«Operación Rosario»
Esa “Operación Rosario” pilló a Londres por sorpresa. El Alto Mando británico había enviado el 29 de marzo dos submarinos, el HMS Splendid y el HMS Spartan, y un par de barcos hacia la zona. Ese envío probablemente aceleró la invasión argentina, en un movimiento rápido que el Reino Unido no había previsto. En Downing Street comenzó entonces lo que luego Thatcher llamaría el «Falklands Spirit»: el esfuerzo para girar una situación a todas luces muy adversa. De hecho, el cálculo argentino había sido que Londres no reuniría una fuerza para enviarla a 12.700 kilómetros, una distancia que presentaba problemas de abastecimiento, para defender una territorio de cada vez menos valor para el Reino Unido.

«Los británicos no pelearán», aseguró Galtieri cuando comenzaron las tensiones. En Londres, la oposición laborista cuestionó el empeño de la premier. «La fuerza operacional costará al país una humillación mucho mayor de la que ya hemos padecido. El intento fracasará», advirtió el laborista Tony Benn. Thatcher se mantuvo firme: «¿Fracaso? La posibilidad no existe». «Cuando paras un dictador siempre hay riesgos», explicaría después, «pero los riesgos son mayores si no lo paras. Mi generación aprendió esto hace tiempo».

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