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Tomado de:
Por Dante Caputo
05/11/11 - 11:25
Defensa regional
América latina modifica sus hipótesis de conflicto y busca defender los recursos naturales. El rol de Brasil en la vigilancia de la Amazonia. Cuál es su estrategia global.
La segunda década de nuestro siglo no sólo muestra cambios
importantes en las relaciones de poder entre las principales naciones, también
se modificó la naturaleza de los temas que son vistos como riesgos o amenazas.
El Cono Sur estuvo durante gran parte del siglo XX sometido a
las desconfianzas entre los Estados que lo formaban. Probablemente, para varios
de ellos las principales hipótesis de conflicto de sus fuerzas armadas eran sus
vecinos. Hace treinta años, Chile, Argentina y Brasil se desconfiaban y temían.
Es bien conocida la decisión de argentinos y brasileños de no construir puentes
o carreteras que los vinculasen. La lógica, recordará usted lector, era
tan sencilla como inquietante: todo vínculo terrestre puede servir para la
invasión del otro.
Esa era también la época de las dictaduras interrumpidas por
las breves primaveras democráticas. Cuando se instaló la democracia y para no
desmentir la historia de que ellas no hacen guerras entre sí, el Cono Sur se
encaminó hacia la distensión, la cooperación y en varios casos la puesta en marcha
de procesos de integración.
Probablemente, la imagen más fuerte de esa transición la
dieron los ex presidentes de Brasil y Argentina Sarney y Alfonsín, cuando
primero en Argentina y luego en Brasil visitaron las plantas de enriquecimiento
de uranio que ambos países habían desarrollado. Fue el fin de la sospecha y el
comienzo de una nueva era. Hoy convivimos con ella, con la paz del sur, como si
ese fuera el estado natural de la cosas. Tanto mejor que las jóvenes
generaciones sientan así y que no vivan la paz como un hecho excepcional.
Sin embargo, no deberíamos creer que porque estamos en paz
entre nosotros, y no tengo duda que lo seguiremos estando, la paz está
asegurada.
Como le decía al inicio, las cuestiones que pueden devenir
amenazas han cambiado.
Nuestros ríos, praderas y minerales en un mundo que este mes
llegó a los 7.000 millones de habitantes, pueden ser algo más que una
bendición de la naturaleza, también pueden convertirse en objetivo económico y
militar para quienes desde fuera de nuestra región los ven como factores
indispensables para su subsistencia. Si los que miran así nuestras aguas,
tierras y minerales, además tienen poder, podemos llegar a estar en problemas.
De estas cuestiones nos ocupamos hace varios meses. La
razón para volver a traerlas a nuestra mesa son las declaraciones de
Celso Amorín, canciller del presidente Lula y actualmente ministro de Defensa
brasileño, las que prefiero reproducir lo más ampliamente posible, porque creo
que son muy importantes:
“Nuestra estrecha cooperación con la Argentina es esencial
para toda América del Sur. Ninguno de nuestros vecinos constituye una amenaza.
Pero la defensa no precisa enemigos preestablecidos.”
Comentario: fíjese que aquí Amorín introduce un idea central,
que me parece da un nuevo sentido a la idea estricta de defensa. El dice: no
nos defendemos de países, nos defendemos por cuestiones. El adversario no tiene
rostro, tiene intereses. Vea cómo sigue.
“La complejidad de la vigilancia de la Amazonia exige
tecnologías avanzadas… Poseemos una importante producción de alimentos, de
reservas de agua y de energía, que están entre las más importantes del mundo.
Debemos estar listos para defenderlas en caso de conflicto entre potencias que
carecerían de estos recursos. También hay grupos criminales, narcotraficantes y
otros actores. La policía no alcanza para proteger nuestros 17 mil kilómetros
de frontera y nuestra plataforma submarina rica en petróleo.”
Esta columna se ha ocupado reiteradamente de las cuestiones
que señala Amorín cuando expresa sus preocupaciones sobre una OTAN que
crecientemente puede intervenir por casi cualquier motivo en cualquier zona del
mundo, luego de las reformas que se introdujeron en su carta en abril de 1999
y, sobre todo, luego de las prácticas de las que hemos sido testigos en estos
últimos años. “Ayer fue Libia, mañana podría ser Africa Occidental y, ahí, la
OTAN se acerca a Brasil. Y en verdad, eso comienza a molestarnos.”
La intervención del ministro de Defensa avanza en una
cuestión que siempre ha sido complicado distinguir: cuándo un Estado se arma
para defender, cuándo para atacar. Su visión se enmarca en lo que se ha dado en
llamar la estrategia de defensa activa. Esto significa tener instalada una
importante capacidad de disuasión, no dispuesta para actuar contra otro Estado,
sino para defender habitantes, territorios y recursos.
Quiero insistir en la diferencia que existe cuando un Estado
dice querdebemos defendernos de la posibilidad de ataque del país X, de cuando
sostienen tenemos que defender nuestros recursos si cualquiera sea el país,
éstos son amenazados.
Creo que la diferencia es mayor y que también abre el campo
para una discusión compleja y difícil. La pregunta, dicha de manera descarnada,
es: ¿puede el incremento de la capacidad militar de un Estado, en el marco de
estas ideas, ayudar a la paz?
Como usted podrá imaginar, esta no es una cuestión para
discutir lo que debería o no debería hacer un país, sino que debería ser un tema
importante de nuestra discusión política en América del Sur. ¿Podemos
disminuir los peligros de las incertidumbres mundiales con la aplicación
de la defensa activa?
No debería saltar sobre el debate y la argumentación, pero
tampoco debería lavarme las manos. Con su comprensión lector por no acompañar
mi respuesta con el argumento que la sostiene, la contestación a esa pregunta,
para mí, es sí. Estas no son decisiones abstractas ni debates teóricos. Hay
consecuencias concretas cuando se toma uno de los caminos.
Siguiendo con el caso de Brasil, un resultado de esta opción
es la construcción, luego de los acuerdos que se han celebrado en Francia, de
cinco submarinos a propulsión nuclear, con transferencia de tecnología. También
la compra a Francia de cincuenta helicópteros de transporte y la difícil
negociación para optar por la alternativa norteamericana, francesa o sueca para
la provisión de 36 aviones de combate de última generación.
Una nación son sus habitantes, su territorio con los recursos
que posee y la idea compartida de un destino común. Si falta una de las patas,
el trípode se cae. Deberíamos discutir, nada menos, que esa cuestión.
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