viernes, 19 de marzo de 2010

Avatar, una película amazónica




Tomado de:
http://www.proycontra.com.pe/2010/03/18/avatar-una-pelicula-amazonica.pro

Enviado el 18th March, 2010 por Edicion
James Cameron probablemente bajó del avión de Lan que lo trajo al Aeropuerto de Iquitos (aquél que tiene categoría internacional pero donde a veces se malogra la faja de entrega de equipaje y los baños de la sala de embarque son más angostos que caja de zapatos). Seguro miró con detenimiento la impresionante cantidad de motocarros y los choferes que le ofrecían una carrerita, mister. Subió a un autobús enorme que lo conectó inmediatamente con Nauta, mientras se iba familiarizando con los colores, con los olores y, evidentemente con la luz natural, una de las más atractivas e intensas que puede haber en el planeta entero (y una ventaja comparativa importante a la hora de filmar en exteriores). Seguro pasó por las casitas humildes, donde los niños corren detrás del autobus, antes de llegar al embarcadero de lujo donde le esperaba un refresco de frutas tropicales y un cariñoso oso hormiguero. Más tarde, cuando ya se había ido el sol y en medio de una noche despejada y absolutamente fresca, El Delfín, un enorme crucero de lujo, zarpó a navegar el Amazonas, con Cameron en su interior, por cuatro días.


El cineasta y la Selva. El río, la comida regional, el paisaje incomparable. El silencio, el sosiego. La paz. Y, claro, al llegar a la reserva natural Pacaya Samiria, la sensación de haber descubierto el exacto punto donde estuvo el Paraíso (de que hablaban los libros del cura español Antonio de León Pinelo – en 1651 – y del escritor chileno Carlos Franz a finales de los años noventa del siglo XX).


Cuatro días que seguramente quedaron marcados en la cabeza y en el torrente creativo de uno de los realizadores más exitosos y conocidos de Hollywood, responsable de películas como Terminator 2, El secreto del abismo, Mentiras verdaderas o Titanic.


Meses después de esta visita, la película Avatar saldría a la luz, con un despliegue impresionante de publicidad, no sólo por ser la película más cara de la historia del cine, sino también por ser la que mayores adelantos tecnológicos en su realización había requerido y, adicionalmente, ser la vuelta de Cameron al negocio después de 12 años.


La película se estrenó antes de Navidad y en estos tres meses ha recaudado más de 2 mil millones de dólares en todo el mundo, ostentando además la marca de ser hasta el momento la más taquillera de todos los tiempos.


La primera vez que supe que Cameron había estado de incógnito por Iquitos (tras el dato que un amigo tomó del barman de El Delfín), como dato suelto, fue antes de que se estrenara Avatar. Por algunos datos, también sabia que el director y parte de su equipo de rodaje se había movido por las selvas de Brasil y América Central. Era evidente que iba a rodar una película con fuerte contenido amazónico.


Desde entonces he visto la película unas cuatro veces, no sólo en su versión normal, sino también en HD. Hace unos días me reuní con alguien que fue testigo del viaje de Cameron por la selva. No temo equivocarme en señalar que muchas imágenes que se muestran (que el director demoró 14 años en escribir y rodar) tienes un gran componente inspirador amazónico.


En principio, las locaciones, imaginadas en un mundo imaginario llamado Pandora, tienen un sesgo básico que remite a la floresta tropical a que estamos acostumbrados, con su toque ficticio evidente y alusiones a realidades geográficas de otros países. Abstrayéndonos un poco, podemos mirar Avatar como una película que pudo haberse filmado fácilmente en la Amazonía peruana, salvo evidentemente porque todos sus productos finales son irreales, no existen totalmente.


Pero vaya que en algo tuvo que inspirarse Cameron para trabajarlo.


Lo que mucho también importa en el filme es este conflicto interno entre los Na’vi, una población indígena de Pandora y su eterno conflicto con un ejército que financiado por una poderosa empresa multinacional que pretende explotar un importante recurso mineral en el subsuelo, intenta desalojar a la fuerza los territorio donde viven los Na’vi. En medio de ello hay muchas referencias a las cosmovisiones particulares de los pobladores indígenas, su conexión con la tierra, intrínseca y espiritual, así como los dilemas de la actividad científica, antropológica, conservacionista y las vicisitudes que plantea el progreso, el aprovechamiento de los recursos naturales y la inevitable aculturación o el mestizaje que plantea la interacción entre lo moderno y lo tradicional.


La película es buena, quizás no es excepcional y por momentos tiende a ser demagógica, pródiga en clichés y quizás políticamente correcta, pero también es deslumbrante como vehículo a través del cual opera un discurso que pretende defender la vida, que pretende respetar la naturaleza, que pretende revalorar los conocimientos ancestrales. La forma como Avatar plasma esta dualidad entre lo correcto y lo incorrecto, la forma como grafica la invasión de los saqueadores de Pandora es simplemente incontenible y uno, como espectador que de alguna manera ha vivido en un espacio en el cual se han generado tantos conflictos de ese tipo (depredación, contaminación, agresiones a los pueblos originarios, desconocimiento del valor cultural del pasado, Bagua) no puede sino sentirse tocado, sino emocionado o frustrado por una historia que parece ser real, que parece que siguiera existiendo todos los días sin que hagamos nada para cambiarla. Hay imágenes que valen oro porque, además de ser homenajes de Cameron a películas como Apocalipsis Ahora o Un hombre llamado Caballo, son también como fotogramas de lo que pasó, está pasando o podría pasar en nuestra selva.


Uno se siente estupefacto cuando ve el mapa económico de la Amazonía peruana y se olvida al toque de esos discursos bienintencionados que proclaman que ésta es la despensa de recursos más importante del planeta. Mentira, pues.


Uno ve el mapa de Loreto y ve que éste ha sido parcelado por completo. La selva no tiene un dueño. Tiene varios. Son como compartimentos estancos donde la autoridad se maneja a partir de la capacidad tecnológica-logística-económica para extraer el recurso que produce el suelo o el subsuelo. Ni la sabiduría de los antepasados ni la identidad cultural pueden hacer mucho ante estas pequeñas colonias y ante la debilidade evidente del Estado para hacerles frente de igual a igual. Las multinacionales son los nuevos dueños del mundo y esto no es demagogia populista o izquierdosa. Es claro que debería haber un contrapeso que no hay, defendiendo sobre todo a las personas y al ecosistema. Es una realidad que al menos en la Amazonía la vivimos diariamente.


Ante ello, evidentemente, Avatar es una película que toma la causa amazónica y las similares como una bandera expresiva, como un homenaje y de paso, también, como un testimonio de que vale la pena defender a veces causas importantes, mucho más importante que sólo la plata o el cemento. Sin ser lo máximo, en ese sentido al menos la película

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