domingo, 3 de agosto de 2008
La soberanía en negativo. Juan Martín Echeverría
En Venezuela quien denuncia cualquier caso de corrupción es conducido a la muerte civil
La democracia debe interrogarse en forma permanente a sí misma, reajustarse, como los bateadores según el lanzamiento del pitcher y éste último según el comportamiento de los bateadores. Los gobiernos deben saber asimilar los reclamos del pueblo, que tarde o temprano reacciona y se convierte en un gigante preparado para estallar de solidaridad o rabia. El dirigente político debe respetar el peso de la sociedad y atender la periódica rendición de cuentas de los asuntos de Estado.
En Venezuela quien denuncia cualquier caso de corrupción es conducido a la muerte civil, como la res al matadero; en cambio en Japón se suicidan frente al deshonor y en las democracias consolidadas renuncian, para facilitar las investigaciones y la gobernabilidad, mientras la socarrona revolución ratifica en los cargos a quienes hacen aguas, ante el evidente nepotismo y demostración de riqueza. Allí está lo que ocurre en el estado Barinas, la Asamblea Nacional y la imposibilidad de auditar a la administración pública.
Se han lanzado al vacío 30 mil millones de dólares en ayudas externas, que muestran la construcción de casas, la entrega de helicópteros, maletines con divisas y comisiones a granel, sin embargo el ciudadano que exija la imparcialidad del Gobierno y acceso a la información oficial, es calificado de traidor a la patria. ¿Qué categoría aplica a quienes entregan a Guyana la zona en reclamación, y permiten la exploración petrolera de Barbados en áreas marinas que nos pertenecen? ¿Cómo hemos involucionado hasta que los cinco poderes de la Constitución del 1999 se conviertan en cinco funciones y en un solo poder, controlado por el jefe máximo?
La subversión utilizaba en el pasado una consigna, según la cual la columna guerrillera es tan rápida como su hombre más lento y en el subconsciente del régimen late esa consigna. Por eso hay una especie de desmoronamiento gradual de la gobernabilidad, debido a la rigidez de lo ideológico, que inmoviliza de manera similar a una camisa de fuerza, que rechaza la modernidad, y eso explica la presencia de grupos armados, simplemente porque el oficialismo considera que está por encima de la Nación. Esa es la soberanía en negativo.
Ni el Gobierno, ni la oposición, ni los observadores nacionales y extranjeros pueden subestimar la cuantía y motivaciones profundas de las protestas, porque éstas no se pueden medir en forma aritmética y la capacidad de movilización de las comunidades genera opinión pública y es eficaz para lograr el retiro de proyectos de ley contrarios a la Constitución y de claro contenido radical. Cada protesta ratifica el peso de la sociedad, las quejas puntuales de la población y las dificultades de gerenciar una pretendida revolución del siglo XXI. El pueblo soberano hace opinión pública y las movilizaciones cívicas reclaman cuestiones concretas: se multiplican y potencian por falta de respuesta del sector gubernamental.
La soberanía sólo puede tener un rostro, que es el absoluto acatamiento a las instituciones democráticas, a los reclamos justificados de la población y la obligación constitucional de proteger nuestro territorio; lo contrario es la pasividad y complicidad, que se adueña del escenario y pone de relieve la soberanía en negativo.
juanmartin@cantv.net
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