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Tomado de:
El diferendo sobre la delimitación de las aguas del Golfo en
el cual tenemos costas Colombia y Venezuela, está adormecido. Dios quiera que
se mantenga así hasta encontrar una solución definitiva y mutuamente
satisfactoria, pero la más elemental prudencia aconseja contemplar la
posibilidad de que lo despierten.
El tema ni siquiera se mencionó durante la escalada de
complicaciones que plagaron las relaciones bilaterales desde finales del siglo
pasado. Al contrario, disminuyó la susceptibilidad y todo el mundo comprendió
que hablar del Golfo de Coquivacoa no desconoce los derechos venezolanos, y
llamarlo Golfo de Venezuela no es un título de propiedad sino una denominación
geográfica, como las hay en otras partes del planeta, sin que signifiquen, por
ejemplo, que el Mar de China sea de China, el Mar del Japón sea del Japón o,
para quedarnos en este continente, que el Golfo de México sea de México.
Los dos países respetaban sus incidencias políticas
domésticas. No eran motivo de discordia ni aun cuando dirigentes venezolanos,
acosados por sus adversarios, se exiliaban en Colombia.
Pero las situaciones cambian. El proselitismo de Hugo Chávez,
su tejido de alianzas, las simpatías por la guerrilla colombiana, el lenguaje
agresivo, las acusaciones reiteradas, las amenazas de saltar la línea
fronteriza “en caliente” y sus infortunadas intromisiones en nuestros problemas
de orden público, alteraron el buen ambiente que permitió el acuerdo de
Caraballeda, bautizado como “hipótesis”.
Al mismo tiempo Chávez comenzó una carrera armamentista con
cuantiosas y bien publicitadas compras de armas de toda clase. Adquirió
aviones, tanques, misiles (“de esos que recorren centenares de kilómetros y
hacen ¡pum!” según explicaba) y contrató una cantidad de fusiles superior al
número de miembros de sus fuerzas armadas.
No hay economía que resista un gasto militar de esas
magnitudes, donaciones abiertas o disimuladas para afirmar coaliciones,
subsidios a consumidores de petróleo y, al mismo tiempo, soporte la
implantación de un modelo económico probado y fracasado en otras naciones.
Las quiebras no se arreglan con discursos y el
desabastecimiento de artículos básicos para la vida diaria genera primero
malestar y después desesperación. El hambre no se calma insultando a los
burgueses, ni los estantes se llenan de víveres apresando a los tenderos, ni
los saqueos se acaban encarcelando empresarios. La sociedad no progresa
fomentando la lucha de clases. El descontento no se elimina recorriendo el
camino que llevó al desastre a otros países, la gran mayoría de los cuales
viene de regreso, como Cuba, aunque ésta no ha completado su retorno porque
tiene unos dinosaurios ideológicos atravesados en la vía.
Los gobiernos acosados por esas angustias acuden a recursos
desesperados para desviar la atención. Inventan amenazas externas. Inflan fantasmas.
Publicada por
GABRIEL MELO GUEVARA
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