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(Caracas 02 de abril – Noticias24) “Las Malvinas son
argentinas”, era la consigna que recorría las calles de Buenos Aires en 1982,
auspiciada por un nacionalismo exagerado que el presidente de la junta de
gobierno del país sureño, Leopoldo Galtieri, inyectaba a una población
sumergida en un complejo panorama político dominado por dictaduras militares.
Eran años difíciles para Argentina, quien se mantenía con gobiernos
militares bajo la mirada cómplice de las potencias mundiales y con una crisis
económica que cada día crecía y que la cual estallaría en la década de los
años´80.
La reclamación argentina sobre el archipiélago ya era de
vieja data, donde muchos de los presidentes y gobiernos se habían pronunciado
en torno a la disputa, inclusive el mismo Perón. Pero nadie se había atrevido a
aventurarse hacia un conflicto militar con una de las potencias militares del
mundo, cuya capacidad de fuego sin embargo quedo en entredicho durante el
conflicto.
Mientras el país sureño se debatía entre seguir un
nacionalismo al cual apelaron sus gobernantes para de alguna manera lograr la
aceptación de la población, por otro lado el Reino Unido se mantenía en su
típica posición de tranquilidad y de no tomar en serio las amenazas que desde
el sur venían vociferando para tomar por la fuerza el archipiélago.
La “dama de hierro”, Margaret Thatcher, entendía que
estratégicamente perder el archipiélago significaría ceder espacio en el sur
del planeta, con una posesión que generaba privilegios geopolíticos en la
Antártida. Pero también se demostraría como Londres subestimaría a un rival que
ni militar ni económicamente estaría lo suficientemente preparado para luchar
contra la sofisticada fuerza militar británica, pero que sin embargo demostró
una fuerza importante en las primeras semanas del conflicto, en donde hasta las
mismas esferas del poder político en Londres habían pensado en una derrota
evidente.
David contra un Goliat muy bien apoyado
El conflicto que comenzaba el 2 de abril cuando un grupo de 5.000
soldados al mando del General argentino Mario Menéndez desembarcan en Puero
Stanley, la capital de las Malvinas, y ondean la bandera sureña, demostraría
que con este movimiento maestro se pondría en jaque la posición británica en el
sur del planeta, llenando de incertidumbre la frágil política exterior del
continente, y colocando a los EE UU en una posición poco deseada, donde al final
este actor apoyaría a los británicos contraviniendo el Tratado Interamericano
de Asistencia Recíproca, donde claramente un país no perteneciente al
hemisferio utilizaba tropas, y en el cual se otorgaba plenas facultades a los
EE UU para expulsar cualquier intento de invasión al continente.
Pero no era producto de la casualidad la toma del
archipiélago por parte de Argentina. Ya en los altos mandos en Buenos Aires se
había planteado la tesis militar como la salida a la reclamación. El hecho de
que Reino Unido estuviese geográficamente tan distante era un punto a favor de
los argentinos.
El problema sin embargo se evidenciaría en un corto plazo:
David no podría vencer al Goliat sin el apoyo financiero de los EE UU, quienes
a través del Tiar eran los responsables de la seguridad hemisférica.
El gobierno de Ronald Reagan sabía que era contraproducente
no apoyar a sus tradicionales aliados en Europa como lo eran los británicos, y
aunque en un primer momento quiso participar como una especie de mediador, al
cabo de muy poco tiempo apoyo a los británicos cortándole el suministro de
productos militares a Argentina, y cercenando la posibilidad de que la
operación militar derrotara a las fuerzas del Reino Unido que desesperadamente
navegarían desde Europa para intentar recuperar el territorio.
De allí a que una de las razones de la derrota argentina
fuese precisamente la falta de apoyo de los EE UU, que sin embargo encontró con
Nicaragua, que ofrecía tropas, Venezuela, quien le garantizaría suministro
energético a través del petróleo, y Perú, quien abiertamente le había prometido
aviones de reemplazo.
Por su parte el gobierno chileno que dirigía Augusto Pinochet
apoyaría abiertamente a los británicos y eso levantaría las críticas al regimen
por una actitud que era contraria al resto del hemisferio que apoyaban moral y
diplomáticamente a Argentina.
Los británicos sorprendidos
El Goliat de esta historia sin duda fue sorprendido por haber
subestimado la capacidad de los argentinos para planificar la toma del
archipiélago de una forma rápida y efectiva, con escasez de recursos, pero con
una estrategia bien planificada, apoyada por duros golpes que le propinaron a
barcos insignias de la marina real británica, y con aviadores que en
situaciones extremas lograron los objetivos planteados.
Tan duro fue el impacto en la opinión pública británica, que
el ministro de asuntos exteriores , Lord Carrington, tuvo que dimitir al
aceptar el fracaso de evitar una operación armada de los argentinos en el
archipiélago, y Thatcher envolverse en su coraza de “hierro” para poder
sobreponerse a esta grave crisis política que atravesaba su gobierno.
La diplomacia britanica se tuvo que mover como un “peso
pluma” en la ONU y en el resto de los escenarios mundiales para lograr
convencer a los distintos actores políticos que Argentina era la agresora y
ellos las víctimas, y al final lo logró.
La derrota argentina sobre este conflicto, en donde hasta el
fallecido Papa Juan Pablo II intentó mediar, demostró por un lado como el Reino
Unido tenía graves fallas en sus sistemas militares y estratégicos, además de
una mala práctica diplomática previa al conflicto que ayudó a Argentina a
concebir un plan de invasión efectiva.
30 años después sigue la controversia
El reclamo por la soberanía de las islas Malvinas estuvo
presente en todos los discursos presidenciales de Néstor y Cristina Kirchner,
en los tradicionales mensajes de inauguración de la Asamblea General de la ONU,
en los que remarcaron el “doble standard” del Reino Unido y la ratificación de
la vía diplomática para recuperar el archipiélago.
Ya en sus primeras palabras, en septiembre de 2003, el
fallecido ex mandatario señalaba que “somos fervientes partidarios de la
solución pacífica de las disputas internacionales, particularmente en un tema
tan caro a nuestros sentimientos e intereses como la disputa de soberanía que
mantenemos por las islas Malvinas”.
“Valoramos el papel que le compete al Comité de
Descolonización de las Naciones Unidas, y manifestamos la más amplia vocación negociadora
para poner punto final a esta controversia, y exhortamos al Reino Unido a
responder de manera afirmativa a la reanudación de las negociaciones
bilaterales”, sostenía Kirchner en su primer discurso en la ONU como
presidente.
En 2010, Cristina hizo referencia a que Londres había “tomado
decisiones unilaterales de explotación de hidrocarburos, con lo que esto
significa: la depredación de recursos naturales que no son propios, y el riesgo
de la catástrofe ecológica”, en alusión al derrame de la British Petroleum
frente a las costas estadounidenses del golfo de México aquel año.
“En un mundo con doble estándar, donde los que tienen que
cumplir son únicamente los países en desarrollo o los países con mayor grado de
debilidad y están los que pueden violar sistemáticamente el ordenamiento
jurídico vigente a nivel internacional, no habrá posibilidades de construcción
de paz”, expresó CFK, dejando más vigente que nunca la reclamación Argentina
sobre las Malvinas.
Por Marcos Morin Aguirre
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