Tomado de: http://www.abcdesevilla.es/ del 24 de enero de 2009
Actualizado Sábado, 24-01-09 a las 14:12
IGNACIO FERNÁNDEZ VIAL- GUADALUPE FERNÁNDEZ MORENTE
El obispo Rodríguez de Fonseca en nombre de su rey, otorga licencia para ir a descubrir nuevas tierras por las cercanías del golfo de Paria a Diego de Lepe, por lo que éste arma dos carabelas para hacerse a la mar el año 1500 desde el Arenal de Sevilla. Llevaba de pilotos a dos vecinos suyos, Bartolomé Roldán y Pedro Sánchez del Castillo, y de marineros, grumetes y pajes, a hombres criados en las riberas del río Tinto. Como en tantas otras crónicas, vemos de nuevo a una expedición mandada, pilotada y tripulada por gente asentada en esas fuentes inagotables de marinos descubridores que fueron los pueblos onubenses de Palos de la Frontera y Moguer.
Cruza el Atlántico, después de haber hecho una breve escala en la isla de Fuego del archipiélago de Cabo Verde, siguiendo la estela que acababa de trazar su conciudadano Vicente Yánez Pinzón, que había partido de España mes y medio antes que él. No se sabe a ciencia cierta a qué lugar de la costa brasileña arribó: unos testigos dicen que recaló en el cabo de San Agustín y otros que a la altura del río San Julián. Sabiendo que se encontraba en zona adjudicada a Portugal por el tratado de Tordecillas, y que la licencia que le fue concedida por el prelado español le prohibía expresamente navegar por esas aguas, se ve obligado a dirigirse hacia el norte. Siempre muy pegado a la costa aprovechando la luz del día, va reconociendo el noroeste peninsular, buscando puerto seguro, río con desembocadura amplia y fondeaderos bien protegidos de los vientos y la mar fuerte. Tras examinar algo más de 1.000 millas de litoral se encuentra con un amplio delta, la desembocadura del río que él llama Marañón.
¿A qué río corresponde el que denominó Marañón?, esa pregunta se la han hecho muchos historiadores: unos opinan que al Pará, otros que al Amazonas, y los menos que al Orinoco. Nosotros nos inclinamos por el primero de ellos, pues nos cuesta creer que dejara pasar de largo sin reconocer, un enorme estuario que se abre a la mar no menos de 37 kilómetros y que es fácilmente reconocible desde cualquier barco que navegue por sus cercanías. El primer cosmógrafo que dibuja la costa oriental americana, el cántabro avecindado en el Puerto de Santa María Juan de la Cosa, sitúa al Marañón de Diego de Lepe en el Pará. Una vez dentro de su corriente, se deciden a desembarcar, pero «recibieron mucha afrenta de los indios, según este testigo oyó decir a los del dicho Diego de Lepe... e allí le mataron al dicho Diego de Lepe descubridor, once hombres».
Después de este tan trágico incidente, continúa barajando el litoral, y ve otro estuario, éste más anchuroso que el anterior, el del Amazonas, pero no se decide a llevar a sus hombres a tierra presuponiendo que la belicosidad de sus habitantes sea similar a la de aquel pueblo que tan mala acogida le dio. Sin embargo cuando de nuevo ha dejado por su popa algo menos de 1.000 millas, llega a otro gran delta, el del Orinoco, al que nombra Santa Catalina, y que años más tarde fue conocido por los españoles con el apelativo de Río Dulce. Una breve incursión por sus salobres aguas y de nuevo a la mar. Desembarca en la isla Trinidad, y al entrar en el golfo de Paria se topa con la armadilla de Vicente Yánez Pinzón. Ambos deciden continuar navegando juntos, dejan por estribor Trinidad, Tobago y Guadalupe, descansan en Puerto Rico, y al recalar en la punta más oriental de la Española, Diego de Lepe toma partido por regresar a Andalucía mientras que Pinzón continúa hacia la Isabela.
Una feliz travesía lleva a nuestro personaje a la Península. Un año más tarde los reyes les demuestran su reconocimiento y agradecimiento concediéndole nueva licencia para ir a descubrir a las Indias. No conocemos ningún testimonio que nos diga que Diego Lepe llegó a realizar esta nueva incursión por el Nuevo Mundo.
Actualizado Sábado, 24-01-09 a las 14:12
IGNACIO FERNÁNDEZ VIAL- GUADALUPE FERNÁNDEZ MORENTE
El obispo Rodríguez de Fonseca en nombre de su rey, otorga licencia para ir a descubrir nuevas tierras por las cercanías del golfo de Paria a Diego de Lepe, por lo que éste arma dos carabelas para hacerse a la mar el año 1500 desde el Arenal de Sevilla. Llevaba de pilotos a dos vecinos suyos, Bartolomé Roldán y Pedro Sánchez del Castillo, y de marineros, grumetes y pajes, a hombres criados en las riberas del río Tinto. Como en tantas otras crónicas, vemos de nuevo a una expedición mandada, pilotada y tripulada por gente asentada en esas fuentes inagotables de marinos descubridores que fueron los pueblos onubenses de Palos de la Frontera y Moguer.
Cruza el Atlántico, después de haber hecho una breve escala en la isla de Fuego del archipiélago de Cabo Verde, siguiendo la estela que acababa de trazar su conciudadano Vicente Yánez Pinzón, que había partido de España mes y medio antes que él. No se sabe a ciencia cierta a qué lugar de la costa brasileña arribó: unos testigos dicen que recaló en el cabo de San Agustín y otros que a la altura del río San Julián. Sabiendo que se encontraba en zona adjudicada a Portugal por el tratado de Tordecillas, y que la licencia que le fue concedida por el prelado español le prohibía expresamente navegar por esas aguas, se ve obligado a dirigirse hacia el norte. Siempre muy pegado a la costa aprovechando la luz del día, va reconociendo el noroeste peninsular, buscando puerto seguro, río con desembocadura amplia y fondeaderos bien protegidos de los vientos y la mar fuerte. Tras examinar algo más de 1.000 millas de litoral se encuentra con un amplio delta, la desembocadura del río que él llama Marañón.
¿A qué río corresponde el que denominó Marañón?, esa pregunta se la han hecho muchos historiadores: unos opinan que al Pará, otros que al Amazonas, y los menos que al Orinoco. Nosotros nos inclinamos por el primero de ellos, pues nos cuesta creer que dejara pasar de largo sin reconocer, un enorme estuario que se abre a la mar no menos de 37 kilómetros y que es fácilmente reconocible desde cualquier barco que navegue por sus cercanías. El primer cosmógrafo que dibuja la costa oriental americana, el cántabro avecindado en el Puerto de Santa María Juan de la Cosa, sitúa al Marañón de Diego de Lepe en el Pará. Una vez dentro de su corriente, se deciden a desembarcar, pero «recibieron mucha afrenta de los indios, según este testigo oyó decir a los del dicho Diego de Lepe... e allí le mataron al dicho Diego de Lepe descubridor, once hombres».
Después de este tan trágico incidente, continúa barajando el litoral, y ve otro estuario, éste más anchuroso que el anterior, el del Amazonas, pero no se decide a llevar a sus hombres a tierra presuponiendo que la belicosidad de sus habitantes sea similar a la de aquel pueblo que tan mala acogida le dio. Sin embargo cuando de nuevo ha dejado por su popa algo menos de 1.000 millas, llega a otro gran delta, el del Orinoco, al que nombra Santa Catalina, y que años más tarde fue conocido por los españoles con el apelativo de Río Dulce. Una breve incursión por sus salobres aguas y de nuevo a la mar. Desembarca en la isla Trinidad, y al entrar en el golfo de Paria se topa con la armadilla de Vicente Yánez Pinzón. Ambos deciden continuar navegando juntos, dejan por estribor Trinidad, Tobago y Guadalupe, descansan en Puerto Rico, y al recalar en la punta más oriental de la Española, Diego de Lepe toma partido por regresar a Andalucía mientras que Pinzón continúa hacia la Isabela.
Una feliz travesía lleva a nuestro personaje a la Península. Un año más tarde los reyes les demuestran su reconocimiento y agradecimiento concediéndole nueva licencia para ir a descubrir a las Indias. No conocemos ningún testimonio que nos diga que Diego Lepe llegó a realizar esta nueva incursión por el Nuevo Mundo.
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