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11.04.2014 Por:
La guerra de Malvinas concitó la adhesión de importantes
sectores populares que se oponían a la dictadura y, a la vez, llevó a la
narración del liberalismo conservador argentino a un punto ciego. La bancarrota
de la última dictadura fue señal también del resquebrajamiento de una alianza
–la de las clases dominantes y las FFAA- que durante 50 años pendió sobre la
democracia argentina.
La cámara de ATC se aprieta contra la multitud fervorosa que pide que el general Galtieri salga al balcón. “Viva la Marina” se lee, una vez más, en una pancarta. La noticia también está en la radio y en la segunda edición de los matutinos. Las Malvinas recuperadas. “Ha sido unánime el apoyo nacional a las FFAA”. Cuando se desprende la cámara, se aprecia que la multitud, con claros, sólo ocupa hasta la Pirámide de Mayo.
Ambas ediciones de La Nación del 2 de abril de 1982 tienen una misma editorial, doble. Sobre la delicada situación con Gran Bretaña y sobre la protesta del 30 de marzo, es decir, la movilización convocada por la CGT que la represión impidió llegar hasta la Plaza de Mayo. Están ligadas: “Al estado de inquietud compartido por toda la población –por el conflicto en ciernes en las islas- acaso sólo hayan sido ajenos los promotores de la tumultuosa jornada del martes último.” Y añade: “el despliegue callejero” de ese día “retrotrajo al país a las semanas previas a la instalación del camporismo en el gobierno.”
Desmedida la comparación entre el 30 de marzo y el 25 de mayo del ´73; recuerda, sin embargo, que el significado de ese nombre –Cámpora– mucho más que a una biografía individual está atado a un momento social y político. ¿Galtieri y la Junta tenían en mente ese mismo peligro? Dudoso.
8 días después, el sábado previo a las Pascuas, la Plaza de Mayo desborda. “Tan compacta era la muchedumbre que resultaba dificultoso poder leer los carteles.” El secretario de EEUU, Alexander Haig, está en Buenos Aires para poner fin al malentendido. Hay muchas banderas argentinas y leyendas de patriotismo escolar. Pero los cronistas se esfuerzan y leen: “Por la defensa de la soberanía. Paz, Pan y Trabajo. Villa Fiorito.” Una columna avanza con palos al grito de: “Se siente, se siente, Perón está presente”. Hay otras de la CGT, de la JP, del PC. A contramano de lo que anunciaba La Nación, son muchos los que estuvieron en la movilización reprimida y están en esta otra. Que no desvirtúen “el sentido de la reunión”, se advierte, que “no marquen la tónica”.
“Desmedida la comparación entre el 30 de marzo y el 25 de
mayo del ´73; recuerda, sin embargo, que el significado de ese nombre –Cámpora-
mucho más que a una biografía individual está atado a un momento social y
político. ¿Galtieri y la Junta tenían en mente ese mismo peligro?
Dudoso.”
David Viñas subrayaba todos los días las páginas de La Nación. Como si en ellas se manifestara, haciendo alardes de hegemonía, la mirada de las clases dominantes; o el texto que hacen propio con mayor familiaridad, en busca de coherencia y orientación para la acción. Pero durante la guerra es usual leer sobre Fidel Castro, la URSS y “los no alineados” como posibles aliados. Y se hacen malabares para explicar por qué las potencias de occidente, nuestra raíz y destino según se insiste, combaten con rigor a nuestras tropas.
Se ha hablado mucho del equívoco que llevó al pueblo a llenar la Plaza del 10 de abril. Pero acá interesa señalar que el macizo ideológico liberal y conservador argentino, que tan bien expresa el diario de los Mitre, fue llevado a una situación insostenible. Galtieri se lanza sobre una vieja fisura no resuelta entre las clases dominantes locales y el orden occidental, suponiendo que no pasará a mayores. ¿Lo hace por lo que pronosticaba el 30 de marzo? Algo puede ser. Apretado por feroces internas, urgido por ganar una legitimidad que se le escapa. Todo sobrevolado, cada vez más amenazante, por las denuncias al terrorismo de Estado.
La Nación quiere extraer como enseñanza de la guerra la “cohesión” nacional alcanzada. Pero la porción de la sociedad previamente movilizada –ésa que retrotraía las cosas a 1973- sostiene el desacuerdo, reafirma que la lucha por la soberanía es también por la democracia. La dictadura se desmorona por la derrota en Malvinas. Pero también por la manera en que sindicatos, comisiones internas y centros de estudiantes ganaron en esas circunstancias la calle, se organizaron e hicieron escuchar su posición. Cambiaron la correlación de fuerzas y reconquistaron espacios de los que sólo con altos costos se los podría echar.
El 23 de junio La Nación sella el fin al Proceso. Elogia que le haya cerrado “el camino a la subversión marxista-leninista de un modo tan rápido y absoluto”, con el aval de la “opinión pública argentina”. Pero desbarrancó por el camino del populismo, la guerra fue su último capítulo, por lo tanto nada puede volver a ser como era.
En una entrevista que Osvaldo Soriano le hace, el politólogo francés Alain Rouquié (Humor, 1983) pone nombre a lo que algunos entienden como una necesidad: “desmalvinizar”. Los chicos de la guerra va en el mismo sentido. Pero el 10 septiembre de 1984 la pequeña ciudad de Puerto Madryn se ve conmovida por la llegada a su puerto de cuatro naves de la armada norteamericana que, en el marco del operativo de maniobras Unitas XXV, pretenden reaprovisionarse. Fresca está en la memoria el arribo a ese mismo puerto de los soldados argentinos prisioneros. El Concejo Deliberante hace una enérgica protesta y 2000 manifestantes hostilizan a las embarcaciones hasta que abandonan el puerto. Himno nacional y bandera yanqui quemada. Montan guardia los obreros portuarios.
Una editorial dedica La Nación a condenar por entero lo sucedido en Madryn, el “irracionalismo” y la “puerilidad” de quienes nos quieren alejar del mundo occidental al enfrentarnos con un país con que Argentina mantiene “normales relaciones diplomáticas”. Levanta demás la voz para borrar para siempre el desliz hacia el que fueron empujados en 1982. El antiimperialismo y la defensa de la soberanía vuelven a estar en las manos que corresponden, democráticas y populares, las únicas que podrán ser consecuentes.
En cuanto al papel histórico de los militares, incluso en los 50 años de protagonismo golpista hay excepciones fundamentales. La Nación, al igual que las potencia occidentales, son imperturbables, permanentes.
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