Publicado el 22 oct, 2012 | 0
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POR: JUAN SOREGUI VARGAS.
Esta crónica la elaboramos en base a las declaraciones de un
excelente técnico de nuestra Marina de Guerra del Perú, de profesión radio
y comunicación, el señor Germán Segura, que sirvió a su
institución de manera ejemplar. No pudimos conversar, en
persona, con el destacado ex comandante loretano, Herman Peña, quien
fue el jefe del BAP Amazonas. Desde hace muchos meses hemos tratado de
conversar con personal subalterno retirado de la Marina para obtener
información más detallada, pero lo que queda son solo recuerdos nebulosos de
estos héroes anónimos de la patria. He buceado en el baúl de recuerdos de mi
padre, práctico de esta institución y solo encontré algunos pedazos de
papiros en papel manteca y algunos apuntes sobre sus viajes por los ríos
Amazonas, Negro y una pequeña nota sobre el canal del Casiquiari. En el
internet solo se encuentran dos artículos muy breves resaltando la figura del
presidente Fernando Belaúnde Terry, quien fue el promotor de este recorrido
fluvial y terrestre. Vamos a relatar esta odisea, porque eso fue, de nuestros
marinos de los años 70 y 80, desde el punto de vista de un observador joven
marino de comunicaciones y que reportaba permanentemente como un cuaderno
de bitácora radial a las centrales de todo el Perú, ya que en el viaje se
encontraba la máxima autoridad gubernamental de nuestra nación.
Recuerdo muy bien, porque fue días antes del cumpleaños de mi
hermana Dolores, el 22 de junio de 1983, llegó una comisión a mi
hogar, a ver a mi padre y a proponerle un viaje por el rio Amazonas, el
río Negro y el canal de Casiquiari hasta el Orinoco. Muchos dicen que el flaco
Soregui estuvo en el viaje, otros como el comandante Peña, con quien nos
comunicamos por teléfono dice que no. En todo caso me acuerdo muy bien que
mi padre tuvo varias reuniones con otros viejos y jóvenes prácticos
para contribuir a planificar el viaje y, estamos seguros, que él fue
consultado por el alto mando de la marina para explicar detalles de esos
ríos. El flaco Soregui tenía una gran experiencia en estos viajes.
Durante toda su vida profesional viajó a Panamá, Venezuela, El golfo de México,
Houston, Manaos, San Paulo, para venir en grandes barcos y traerlos hasta
Iquitos. Había trabajado como guía del contralmirante Faura Gaig,
para elaborar el libro “Los ríos de la Amazonía peruana” Esta acumulada
experiencia de viajes por todas las cuencas, me da la seguridad que don
Antonio Soregui Dávila, estuvo inmerso de una u otra manera en esta odisea.
Los primeros días de Julio de 1983, partieron los buques
Amazonas comandado por el oficial loretano Herman Peña, el buque Stiglich, y el
buque de madera Pucallpa comandada por el comandante Miguel Saetone, como jefe
de la expedición iba el capitán de fragata Gonzales Corcuera. Las tres
embarcaciones llegan a Manaos donde revisan el plan de viaje y se abastecen de
combustible y víveres y enrumban hacia el rio Negro. El río Amazonas que nace
en los andes peruanos, tiene aguas de características blancas, y con un
tipo de flora y fauna diferente al de su afluente, el río Negro, que nace
en las serranías de Colombia y baña cientos de kilómetros de tres
fronteras (brasilera, colombiana y venezolana) presenta este color
negro por los restos húmicos que lleva, parecido al río Itaya en la parte
alta.
¿Por qué un
buque de madera? Los encargados de la misión, con los datos proporcionados por
los prácticos y otros entendidos, deciden contratar el buque Pucallpa como una
especie de guía cebo. Ya que por las características del río negro y del canal
del casiquiari, que tenían un fondo de piedras con bastantes
cashueras lo envían adelante para orientar a las demás embarcaciones y, de
ocurrir un choque con las piedras sería éste el malogrado y no en el que iba a
ir Belaunde. Cuando llegan al poblado brasilero de San José de Cachoeira, el
Stiglitch no puede seguir viajando debido al poco empuje que tenían sus
máquinas y continúan el viaje el BAP Amazonas y el Pucallpa.
Con
torrenciales lluvias, con zancudos que parecían monstruos que querían
devorarlos día y noche van los marinos a recoger al señor Presidente de la
República que esperaba en la localidad venezolana de San Carlos. Dos días
después de dejar al Stiglitch, el buque insignia casi se voltea al tratar de
esquivar una tremenda roca. La pericia de los brujos del agua, es decir de los
prácticos y de Herman Peña, evitan esta tragedia. Un día más de viaje, el
Amazonas no puede surcar el río. Las máquinas del BAP Amazonas tenían solo 11
nudos de fuerza, tres días tratando de surcar las aguas que tenían mayor fuerza
que los motores del buque peruano. Tres días en que se quemaron los
cabestrantes. Cuenta otro señor ya de edad, que tuvieron que ir de pesca, de
caza y en la noche veían luces y escuchaban canciones brasileras y
venezolanas cantadas por bellas mujeres. Una de esas noches, me comentó uno de
los tripulantes ya fallecidos hace poco, salieron tres marinos a ver que
sucedía con los cantos y las luces y dice que cada vez que se acercaban al
fuego fatuo y a los cantos, estos se alejaban más.
De pronto se dieron cuenta que estaban
perdidos, tuvieron que regresar con la ayuda de un viejo indígena yanomami, de
la zona, en la madrugada, estaban pálidos, con diarreas y con vómitos. Ninguna
medicina del botiquín les hizo efecto. Vino el abuelo indígena y les dio un
brebaje vegetal y les icaró con un cigarro preparado con tabaco de su
chacra, tan fuerte que hacia correr a los zancudos. Otro de ellos, un mitayero
comentó que al internarse en la selva a buscar sajinos y llegar al canto de un
caño, se quedó paralizado al ver la escena: una sachavaca se había quedado
clavada en la orilla, una boa a cinco metros de ella la miraba fijamente,
la hipnotizó y poco a poco se acercó el reptil, abrió sus fauces y el
mitayero vió cómo la inmensa sachavaca ingresaba a la boca de la anaconda y
luego a su sistema digestivo donde era triturada. Cuando me contó
esta cacería de la boa, le creí, porque es algo parecido a lo que vi, le
contesté, cuando trabajaba en el lago Rimachi.
Cuentan los
tripulantes que era tal la cantidad de mosquitos en el día, que tenían que
comer con protección en la cara. Pero tenían que llegar a San Carlos. Varios de
los tripulantes del Pucallpa y del Amazonas bajaron a tierra y fueron a
dar su vuelta hasta que vieron tremendos tractores haciendo labores de
construcción de carretera. Conversaron con uno de los tractoristas y le
pidieron que jalara al BAP Amazonas. El tractor se acero a la orilla del río
que era de una buena altura y desde ahí pusieron cables de acero para
remolcar a la embarcación a un sitio del río donde la fuerza del agua era
menor.
Los mecánicos
motoristas trabajaron arduamente para arreglar lo quemado y después de cinco
días de viaje llegaron a San Carlos una población y guarnición
venezolana, de donde recogieron al presidente Fernando Belaunde que iba
acompañado de un arqueólogo. Cuenta el señor Segura, que Belaunde paraba la
embarcación y pedía un deslizador con motorista y guía y se internaba en las
aguas del canal de Casiquiari y de sus caños para matar lagartos y pescar.
Siempre que hacía esto traía dos o tres lagartos. El Casiquiari es un río
pequeño, como un canal de 20 metros de ancho, con fondo lleno de piedras y con
grandes cashueras y con aguas torrenciales. Muchas veces se
recibían mensajes de la fuerza armada venezolana para recoger al presidente
peruano en helicóptero, él se negaba, tenía en su mente demostrar que se puede
unir las cuencas del Amazonas y el Orinoco. Ingresaron al Orinoco y después de
varios días de viaje, llegaron a puerto Venado. En este sitio desembarcó
el presidente Belaunde, en donde lo esperaba una delegación del gobierno
venezolano. Acompañado de sus marinos de la fuerza fluvial del Amazonas se
dirigen por tierra a una ciudad de la serranía venezolana, llamada
Ayacucho.
De este
puerto que da al atlántico, el primer mandatario se embarca en un helicóptero
venezolano con rumbo a Caracas para llegar a tiempo a la celebración del
bicentenario del libertador Simón Bolivar. Si bien es cierto que la visión de
Latino América unida por vías fluviales se demostró con la idea de
Belaunde y su pragmatismo de viajar, el mérito es de estos marinos amazónicos
(oficiales, subalternos, cocineros, motoristas, sanitarios, médicos, prácticos,
marineros, etc), algunos viejitos, otros fallecidos, que con su sabiduría
y experiencia supieron capear las dificultades de estos ríos misteriosos y
desconocidos, llenas de mitos y leyendas.
El señor
Segura nos ha aseverado con vehemencia que el flaco Antonio Soregui
Dávila, uno de los mejores prácticos de la Fuerza Naval de la Amazonía peruana,
perteneciente a la hornada de los Manguinuri, de los Panaifo, de los Vacalla,
de los Romayna, estuvo embarcado en los diferentes buques de esta odisea.
Haya estado o no físicamente, el viejo brujo del río, como le conocían por su
don de ver bajo la superficie del agua en que viajaba, estoy seguro que
contribuyó con sus papiros y su experiencia en esta notable expedición contada
ahora por uno de los sobrevivientes y otros más y recuerdos míos. Odisea, única
en su género, porque, dice el testigo principal de este relato que en el
puerto de San Fernando o San Rafael, existen dos leyendas dejadas por los
barcos brasileros y colombianos expresando su derrota de no poder hacer lo que
hicieron nuestros marinos fluviales: hasta aquí llegamos. Uno de ellos, comenta
el señor Segura es el buque de guerra brasilero Roraima. La hazaña de estos 90
tripulantes para unir estas cuencas del Amazonas, Orinoco, del río Negro, del
torrentoso Casiquiari, no solo fueron por cuestiones físicas y mentales,
sino espirituales que demuestran el valor de nuestra Marina de Guerra del Perú,
en esta parte de la patria
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