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Tomado de:
Hugo Alvarez Pifano
Lunes, 15 de octubre de 2012
Pero este camarón adulto, que se alimenta en aguas
venezolanas no ha nacido de este lado, él procede de la orilla opuesta del
Golfo de Paria, en los remansos de aguas azules, mansas y tranquilas de la isla
de Trinidad
El Ganges, río sagrado de la India, desemboca en el Golfo de
Bengala a través del delta del Ganges, así mismo, el Nilo, cuna de la
civilización y morada del dios Ra, mediante el delta del Nilo rinde su tributo
al Mediterráneo. Ahora bien, es muy difícil explicar a un extranjero por qué
razón el padre Orinoco tiene un delta, que en lugar de ser llamado delta del
Orinoco, se le llama Delta Amacuro, el cual desemboca en el Golfo de Paria o
Golfo Triste como fue su nombre en una época (tal vez un presagio de lo que
tengo que narrar).
Pues bien, el delta del Orinoco –como debe llamarse- posee
las zonas del verde más intenso y resplandeciente que sea capaz de desafiar la
mirada del viajero, sus aguas son bravas y arrastran materias en suspensión,
plancton y nutrientes. Allí van a merendar los camarones más grandes y
hermosos, por definición los más deliciosos que pueda reclamar el paladar más
exigente de gourmet alguno.
Pero este camarón adulto, que se alimenta en aguas
venezolanas no ha nacido de este lado, él procede de la orilla opuesta del
Golfo de Paria, en los remansos de aguas azules, mansas y tranquilas de la isla
de Trinidad. Es precisamente, en esas quietas aguas que la hembra va a
depositar sus larvas y en donde éstas se desarrollan y viven hasta llegar a la
edad de cuerpo medio, cuando van a buscar su alimento en las aguas venezolanas
ricas en nutrientes. Todo esto significa que el camarón -en el Golfo de Paria
que comparten Venezuela y Trinidad y Tobago- forma parte de un delicado
ecosistema, del cual depende su existencia: no puede ser pescado en Trinidad,
pues se estaría pescando a las hembras, lo cual es ni más ni menos que matar a
la “gallina de los huevos de oro” o en otros casos, pescando a los camaroncitos
jóvenes que todavía no tienen el peso adecuado para su comercialización. Lo
correcto es pescar al camarón adulto, grande y hermoso en Venezuela, por parte
de pescadores de ambos países. Pero, para regularizar la explotación económica
de este recurso de una manera racional, se hace necesario negociar un acuerdo
de pesca entre Venezuela y Trinidad y Tobago, poseedores de un recurso común,
que debe ser compartido y explotado con sabiduría, si no se quiere destruir el
mismo.
Durante el primer gobierno del Presidente Rafael Caldera
(1969-1974) las actividades pesqueras del camarón por parte de los pescadores
artesanales de ambos países, estuvieron reguladas por un acuerdo de pesca, cuya
negociación el Canciller Arístides Calvani, tuvo a bien encomendar a mi
persona. En esa oportunidad me dijo: -Alvarez Pifano, para negociar este
acuerdo debes seguir las enseñanzas de San Cristóbal. Entonces yo pensé para
mis adentros ¡Dios nos coja confesados! Cómo vamos, en un mundo moderno, a
seguir las indicaciones de un santo de la más lejana antigüedad, quién tal vez
nunca en su vida pescó un camarón. Luego, bajo una mirada inteligente y
penetrante me indicó: -Cristóbal viene del griego Cristoforos, que significa
portador de Cristo.
Es éste un nombre en el que la imaginación de la leyenda ha
sobrepasado a la historia, por tener una mayor fuerza creadora que ésta. Se
cuenta que un gigante de energía colosal, se ocupaba de cargar sobre sus
hombros a los viajeros que querían cruzar un caudaloso río. Cierto día un
pequeño niño le pidió sus servicios, él lo transportó a la orilla opuesta con
gran fatiga, pues el niño pesaba mucho, entonces éste le dijo: mi peso es
grande porque llevo a cuestas los pecados de la humanidad, pero un día seré el
redentor y todos los hombres quedarán libres de pecados. Igual puedes hacer tú.
Así Cristóbal, voluntariamente aceptó el oficio de
transportar a la gente, por amor de Dios, de un lado a otro de un caudaloso
río, sobre sus hombros. A este punto, el Canciller Calvani me dijo: -esto es
precisamente lo que debemos hacer con los pescadores trinitarios,
transportarlos al otro lado del golfo, al lado nuestro, para logar el bien
común. En el acuerdo negociado, pescaban el mismo número de pescadores de ambos
países, con embarcaciones similares y con el mismo método de pesca. El objetivo
y finalidad del acuerdo era la explotación racional y conservación de un
recurso común. Exactamente, como hubiera hecho San Cristóbal.
En 1977, el gobierno de Venezuela (primera presidencia de
Carlos Andrés Pérez) inició la negociación de un nuevo acuerdo pesquero con
Trinidad y Tobago, en esa ocasión el negociador fue Isidro Morales Paúl, hombre
de gran prosapia. Era hijo de Carlos Morales, canciller de Venezuela durante el
gobierno de Isaías Medina Angarita. En los ambientes de abogados en Caracas, se
decía que el bufete de Carlos Morales era el que producía los más elevados
ingresos, pues tradicionalmente atendió la elaboración de los acuerdos
petroleros. Para la fecha, se desempeñaba como profesor en la Universidad
Central de Venezuela, pero no era un profesor que hubiera ganado su cátedra por
concurso, como en los países civilizados, los abogados que atendieron el bufete
de su padre lo habían puesto allí a dedo limpio. Inició su carrera diplomática
como embajador en París y fue, por pocos meses, canciller de Venezuela durante
el gobierno de Jaime Lusinchi. Todo esto sin tener ninguna experiencia como
diplomático ni carrera política. Por parte de su madre, era descendiente del
Presidente de Venezuela Juan Pablo Rojas Paúl, quien fue el fundador de la
Academia Nacional de la Historia en 1889. Atrás, tenía en los Paúl a muchos de
los denominados “Amos del Valle”. Isidro Morales Paúl fue un ser a quien la
vida le ofreció todo en bandeja de plata y nadie le impidió desempeñar el papel
a que estaba destinado: un hombre arrogante, pedante e inflado como un inmenso
“pez globo”
Un día me citó en la biblioteca de la cancillería para que le
informara acerca del tratado de pesca que habíamos negociado. La entrevista
duró dos minutos, a un hombre como él no había posibilidad de hablarle de San
Cristóbal y de mi parte, yo no tenía interés en ser su colaborador. Pero, debo
decir que fue muy claro acerca de sus intenciones, me dijo: “nosotros sí vamos
a defender nuestra soberanía, ningún pescador trinitario vendrá nunca jamás a
pescar en aguas de Venezuela” El otro aspecto lamentable de esta historia, fue
la persona a quien escogió el negociador como su colaborador: Adolfo
Taylhardat, un funcionario que era exactamente como una cebolla, se le podía
quitar capas sobre capas y nunca se encontraba un núcleo sólido. Un fruto
podrido, sin la simplicidad de una modesta nuez, que le sirviera de
consistencia a su vida profesional. Como se suele decir “un mentecato
emperifollado”
El acuerdo pesquero de 1977, trajo a Venezuela el triste
espectáculo de un guardia nacional, con una subametralladora en sus manos,
conminando a un asustado pescador trinitario a regresar a las aguas
territoriales de su país. En otros casos, eran detenidos y su pesca decomisada.
A partir de esta visión errada de nuestras relaciones diplomáticas con Trinidad
y Tobago, se inicia un proceso en el cual no hemos buscado a los trinitarios
como nuestros aliados, sino más bien como antagonistas. En la actualidad, no
tengo información sobre la existencia de camarones grandes y deliciosos en el
Golfo de Paria o Golfo Triste. Pero si el recurso ha desaparecido, esto se debe
a dos diplomáticos venezolanos: “un pez globo, bien inflado” y un “mentecato
emperifollado”.
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