http://www.nacion.com/2012-06-06/Mundo/Gran-represa-Belo-Monte-altera-la-Amazonia-y-arroja-sombra-sobre-Rio-20.aspx
Tomado de:
10:33 a.m. 06/06/2012
Altamira, Brasil. AFP. En el corazón de la Amazonía, un
ejército de 8.000 trabajadores y cientos de camiones y máquinas construyen la
tercera mayor hidroeléctrica del mundo, una obra colosal que conmociona la
región y siembra el desconcierto de los indígenas en las tierras ancestrales
del río Xingú.
1 / 1Indígenas de la etnia Awa aparecen probando sus destrezas
canzado en esta imagen de noviembre anterior en el estado de Maranhao. Dos
proyectos en el Congreso brasileño amenazan abrir sus territorios para grandes
obras de infraestructura.
Indígenas de la etnia Awa aparecen probando sus
destrezas canzado en esta imagen de noviembre anterior en el estado de Maranhao.
Dos proyectos en el Congreso brasileño amenazan abrir sus territorios para
grandes obras de infraestructura.
En momentos en que Brasil se apresta a acoger la cumbre de la
ONU Rio+20 para debatir la sustentabilidad del planeta, la hidroeléctrica de
Belo Monte -la mayor obra de infraestructura del país, valorada en cerca de
$13.000 millones- es un claro ejemplo de los dilemas de una gran economía, la
sexta del planeta.
De un lado, Brasil ha logrado reducir radicalmente la
deforestación de la selva amazónica y defiende tener la matriz energética más
renovable entre las grandes economías. Del otro, para desarrollarse impulsa
masivos proyectos de infraestructura, incluyendo hidroeléctricas y carreteras
en la Amazonía.
En un sobrevuelo en avioneta sobre el Xingú, uno de los
principales afluentes del Amazonas con casi 2.000 km de extensión, plagado de
islas y rodeado de selva, se observan kilómetros de tierra removida y las obras
avanzando a todo vapor en tres gigantescos canteros, sobre el verde paisaje y
el húmedo calor.
Cerca de 900 camiones y equipos pesados trajinan 17 horas por
día. A final de año serán 12.000 empleados, y 22.000 en 2013. La primera
turbina entrará en operación en 2015 y la última en 2019.
Belo Monte, que tuvo la oposición frontal de ecologistas y de
celebridades como el cantante Sting y el taquillero director de las películas
Avatar y Titanic, James Cameron, usará cemento suficiente para construir 48
estadios iguales al Maracaná. La obra del canal de 20 km que desviará el río
removerá tierra equivalente a un Canal de Panamá.
El inicio de las obras, hace exactamente un año, desbordó la
ciudad de Altamira, a 40 km, y los municipios vecinos, una área conectada al
resto del país por la carretera Transamazónica que recorre el estado de Pará,
con sólo unos pocos kilómetros asfaltados.
Se estima que la población de unas 100.000 personas aumentó
en casi 50%, los servicios de salud y educación están tan desbordados como el
tránsito, los cortes de luz son crecientes y el lugar vive un boom, con
construcciones y barrios enteros surgiendo por doquier, explica Vilmar Soares,
coordinador de Fort Xingú, una asociación que agrupa a comerciantes,
empresarios, organizaciones de barrio y religiosas.
Unas 6.000 familias se preparan para abandonar sus casas que
serán inundadas por la represa.
"No quiero ir a otro lugar", lamenta Helinalda de
Lira Soares junto a sus tres hijos pequeños, orgullosa de su casa a pesar de
que, como muchos de los desalojados, vive en un barrio de
"palafitas", las barracas de madera que se yerguen encima de palos
sobre el agua, ante un desague lleno de basura. Ni ella ni sus vecinos saben
adónde irán.
"Las obras de Belo Monte van muy rápido, y la obra
social que prometieron para la ciudad y las comunidades muy lenta",
denuncia Soares.
El consorcio de la hidroeléctrica y el gobierno están comprometidos
con un multimillonario paquete de medidas, incluidos planes para el desarrollo
regional y de las comunidades indígenas, escuelas y hospitales, que supera al
de cualquier hidroeléctrica antes construida en el país.
El impacto sobre los más de 2.000 indígenas de esa región del
Xingú es una de las grandes cuestiones que levanta la represa, que tendrá
11.233 MW de potencia (cerca de 11% de la capacidad instalada del país), por
detrás sólo de las Tres Gargantas de China y de la brasileño-paraguaya Itaipú,
y que inundará 502 km2, prácticamente duplicando el espacio que ocupa ahora el
río.
Belo Monte no inundará ninguna tierra indígena, pero las
comunidades pueden sufrir con la pérdida de agua en el río, especialmente
aquellas radicadas en la llamada "Volta Grande".
"Vivimos de la pesca y vamos a sufrir una sequía muy
grande en el río, nos sentimos muy amenazados", dice Marino Felix Juruna,
hijo del cacique de la comunidad Paquiçamba, que alberga a 60 familias de la
etnia Juruna, casi a tres horas de Altamira en lancha rápida.
A la llegada a la aldea, situada en una pequeña loma sobre el
río, con casas de madera y una miniescuela con una única aula sólo para los
primeros años, sorprende una primera visión de material de construcción,
flamantes antenas de televisión y nuevas lanchas de potentes motores, que los
indígenas afirman recibieron de la concesionaria del proyecto, Norte Energia.
"Como los indígenas eran los únicos que representaban
una amenaza a la obra con su oposición, los están cooptando con lanchas y
bienes", denuncia José Cleanton, coordinador del Consejo Indigenista
Misionero (CIMI) de la Iglesia católica, quien alerta del peligro de mayor
aculturación de esas poblaciones.
"Hay problemas con el alcohol, de abandono de las
aldeas", denuncia, reclamando el prometedor plan de desarrollo para los
indígenas, que está atrasado, y del que los Juruna esperan un criadero de peces
y una escuela.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA
pidió en 2010 parar las obras para consultar a los indígenas. Brasil ha
declinado el pedido argumentando que las comunidades fueron informadas.
"Están garantizadas la calidad de vida e integridad de
los pueblos indígenas en el área de influencia" de Belo Monte, asegura la
concesionaria, de fuerte presencia estatal y de grandes constructoras del país.
Al autorizar las obras, los gubernamentales Instituto del medio Ambiente y
Fundación del Indio aseguraron que la obra garantizará la distribución de agua
suficiente para mantener los ecosistemas y los modos de vida de las poblaciones
tradicionales.
Los planes de desarrollo en la Amazonía, como las grandes
carreteras que cruzan el estado de Pará donde está Belo Monte, resultaron en el
pasado en deforestación.
Algunos consideran que esta vez las obras pueden ser positivas.
"La vida de mi familia mejoró 100%", explica Luci Cleide, una de las
1.000 mujeres empleadas de la obra.
"Queremos aprovechar esta obra para traer calidad de
vida a la región", afirma Vilmar Soares, el responsable de la asociación
local Fort Xingú.
Pero muchos temen más daños que beneficios. "Dicen que
es una gran obra de desarrollo, pero no ha atraído más dinero al bolsillo de la
población. Queremos nuestros ríos, la selva", asegura Antonia Melo, una de
las principales voces del grupo Xingú Vivo que integra a ambientalistas y
pobladores contra la obra.
Del 20 al 22 de junio, en Rio de Janeiro, un centenar de
gobernantes se darán cita en la cumbre de la ONU Rio+20 para debatir la
sustentabilidad del planeta.
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