http://www.losandes.com.ar/notas/2012/6/7/brasil-avanza-mega-represa-amazonia-647045.asp
Tomado de:
Belo Monte será la tercera mayor obra hidroeléctrica del
mundo. Ya destruyeron miles de ha de selva. Erradicarán a unos 40.000
aborígenes.
Edición Impresa: jueves, 07 de junio de 2012
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Agencia AFP
En el corazón de la Amazonia, un ejército de 8.000
trabajadores y cientos de camiones y máquinas construyen la tercera mayor
hidroeléctrica del mundo, una obra colosal que conmociona la región y siembra
el desconcierto de los indígenas en las tierras ancestrales del río Xingú.
En momentos en que Brasil se apresta a acoger la cumbre de la ONU Río+20 para debatir la sustentabilidad del planeta (ver nota principal), la hidroeléctrica de Belo Monte -la mayor obra de infraestructura del país, valorada en cerca de 13.000 millones de dólares- es un claro ejemplo de los dilemas de una gran economía, la sexta del planeta.
De un lado, Brasil ha logrado reducir radicalmente la deforestación de la selva amazónica y defiende tener la matriz energética más renovable entre las grandes economías. Del otro, para desarrollarse impulsa masivos proyectos de infraestructura, incluyendo hidroeléctricas y carreteras en la Amazonia.
En un sobrevuelo en avioneta sobre el Xingú, uno de los principales afluentes del Amazonas con casi 2.000 km de extensión, plagado de islas y rodeado de selva, se observan kilómetros de tierra removida y las obras avanzando a todo vapor en tres gigantescos canteros, sobre el verde paisaje y el húmedo calor. Cerca de 900 camiones y equipos pesados trajinan 17 horas por día. A final de año serán 12.000 empleados, y 22.000 en 2013. La primera turbina entrará en operación en 2015 y la última en 2019.
Belo Monte, que tuvo la oposición frontal de ecologistas y de celebridades como el cantante Sting y el taquillero director de las películas Avatar y Titanic, James Cameron, usará cemento suficiente para construir 48 estadios iguales al Maracaná. La obra del canal de 20 km que desviará el río removerá tierra equivalente a un Canal de Panamá.
El inicio de las obras, hace exactamente un año, desbordó la ciudad de Altamira, a 40 km, y los municipios vecinos, una área conectada al resto del país por la carretera Transamazónica que recorre el estado de Pará, con sólo unos pocos kilómetros asfaltados.
Se estima que la población de unas 100.000 personas aumentó en casi 50%, los servicios de salud y educación están tan desbordados como el tránsito, los cortes de luz son crecientes y el lugar vive un boom, con construcciones y barrios enteros surgiendo por doquier.
Unas 6.000 familias se preparan para abandonar sus casas que serán inundadas por la represa. “No quiero ir a otro lugar”, lamenta Helinalda de Lira Soares junto a sus tres hijos pequeños, orgullosa de su casa a pesar de que, como muchos de los desalojados, vive en un barrio de “palafitas”, las barracas de madera que se yerguen encima de palos sobre el agua, ante un desagüe lleno de basura. Ni ella ni sus vecinos saben adónde irán. “Las obras de Belo Monte van muy rápido, y la obra social que prometieron para la ciudad y las comunidades muy lenta”, denuncia Soares.
El consorcio de la hidroeléctrica y el gobierno están comprometidos con un multimillonario paquete de medidas, incluidos planes para el desarrollo regional y de las comunidades indígenas, escuelas y hospitales, que supera al de cualquier hidroeléctrica antes construida en el país.
El impacto sobre los más de 2.000 indígenas de esa región del Xingú es una de las grandes cuestiones que levanta la represa, que tendrá 11.233 MW de potencia (cerca de 11% de la capacidad instalada del país), por detrás sólo de las Tres Gargantas de China y de la brasileño-paraguaya Itaipú, y que inundará 502 km2, prácticamente duplicando el espacio que ocupa ahora el río.
Belo Monte no inundará ninguna tierra indígena, pero las comunidades pueden sufrir con la pérdida de agua en el río, especialmente aquellas radicadas en la llamada “Volta Grande”.
“Vivimos de la pesca y vamos a sufrir una sequía muy grande en el río, nos sentimos muy amenazados”, dice Marino Felix Juruna, hijo del cacique de la comunidad Paquiçamba, que alberga a 60 familias de la etnia Juruna, casi a tres horas de Altamira en lancha rápida.
A la llegada a la aldea, situada en una pequeña loma sobre el río, con casas de madera y una miniescuela con una única aula sólo para los primeros años, sorprende una primera visión de material de construcción, flamantes antenas de televisión y nuevas lanchas de potentes motores, que los indígenas afirman recibieron de la concesionaria del proyecto, Norte Energía.
“Como los indígenas eran los únicos que representaban una amenaza a la obra con su oposición, los están conquistando con lanchas y bienes”, denunció José Cleanton, coordinador del Consejo Indigenista Misionero (CIMI) de la Iglesia católica, quien alerta del peligro de mayor aculturación de esas poblaciones.
En momentos en que Brasil se apresta a acoger la cumbre de la ONU Río+20 para debatir la sustentabilidad del planeta (ver nota principal), la hidroeléctrica de Belo Monte -la mayor obra de infraestructura del país, valorada en cerca de 13.000 millones de dólares- es un claro ejemplo de los dilemas de una gran economía, la sexta del planeta.
De un lado, Brasil ha logrado reducir radicalmente la deforestación de la selva amazónica y defiende tener la matriz energética más renovable entre las grandes economías. Del otro, para desarrollarse impulsa masivos proyectos de infraestructura, incluyendo hidroeléctricas y carreteras en la Amazonia.
En un sobrevuelo en avioneta sobre el Xingú, uno de los principales afluentes del Amazonas con casi 2.000 km de extensión, plagado de islas y rodeado de selva, se observan kilómetros de tierra removida y las obras avanzando a todo vapor en tres gigantescos canteros, sobre el verde paisaje y el húmedo calor. Cerca de 900 camiones y equipos pesados trajinan 17 horas por día. A final de año serán 12.000 empleados, y 22.000 en 2013. La primera turbina entrará en operación en 2015 y la última en 2019.
Belo Monte, que tuvo la oposición frontal de ecologistas y de celebridades como el cantante Sting y el taquillero director de las películas Avatar y Titanic, James Cameron, usará cemento suficiente para construir 48 estadios iguales al Maracaná. La obra del canal de 20 km que desviará el río removerá tierra equivalente a un Canal de Panamá.
El inicio de las obras, hace exactamente un año, desbordó la ciudad de Altamira, a 40 km, y los municipios vecinos, una área conectada al resto del país por la carretera Transamazónica que recorre el estado de Pará, con sólo unos pocos kilómetros asfaltados.
Se estima que la población de unas 100.000 personas aumentó en casi 50%, los servicios de salud y educación están tan desbordados como el tránsito, los cortes de luz son crecientes y el lugar vive un boom, con construcciones y barrios enteros surgiendo por doquier.
Unas 6.000 familias se preparan para abandonar sus casas que serán inundadas por la represa. “No quiero ir a otro lugar”, lamenta Helinalda de Lira Soares junto a sus tres hijos pequeños, orgullosa de su casa a pesar de que, como muchos de los desalojados, vive en un barrio de “palafitas”, las barracas de madera que se yerguen encima de palos sobre el agua, ante un desagüe lleno de basura. Ni ella ni sus vecinos saben adónde irán. “Las obras de Belo Monte van muy rápido, y la obra social que prometieron para la ciudad y las comunidades muy lenta”, denuncia Soares.
El consorcio de la hidroeléctrica y el gobierno están comprometidos con un multimillonario paquete de medidas, incluidos planes para el desarrollo regional y de las comunidades indígenas, escuelas y hospitales, que supera al de cualquier hidroeléctrica antes construida en el país.
El impacto sobre los más de 2.000 indígenas de esa región del Xingú es una de las grandes cuestiones que levanta la represa, que tendrá 11.233 MW de potencia (cerca de 11% de la capacidad instalada del país), por detrás sólo de las Tres Gargantas de China y de la brasileño-paraguaya Itaipú, y que inundará 502 km2, prácticamente duplicando el espacio que ocupa ahora el río.
Belo Monte no inundará ninguna tierra indígena, pero las comunidades pueden sufrir con la pérdida de agua en el río, especialmente aquellas radicadas en la llamada “Volta Grande”.
“Vivimos de la pesca y vamos a sufrir una sequía muy grande en el río, nos sentimos muy amenazados”, dice Marino Felix Juruna, hijo del cacique de la comunidad Paquiçamba, que alberga a 60 familias de la etnia Juruna, casi a tres horas de Altamira en lancha rápida.
A la llegada a la aldea, situada en una pequeña loma sobre el río, con casas de madera y una miniescuela con una única aula sólo para los primeros años, sorprende una primera visión de material de construcción, flamantes antenas de televisión y nuevas lanchas de potentes motores, que los indígenas afirman recibieron de la concesionaria del proyecto, Norte Energía.
“Como los indígenas eran los únicos que representaban una amenaza a la obra con su oposición, los están conquistando con lanchas y bienes”, denunció José Cleanton, coordinador del Consejo Indigenista Misionero (CIMI) de la Iglesia católica, quien alerta del peligro de mayor aculturación de esas poblaciones.
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