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Protestas de indígenas
contra la construcción de la presa de Belo Monte. / LUNAE PARRACHO (REUTERS)
Tomado de:
Brasil planea levantar 15 grandes hidroeléctricas en la selva
en los próximos nueve años
La gresca avivada en Brasil entre el Gobierno y las
organizaciones ambientales e indigenistas por la construcción de enormes
plantas hidroeléctricas en la cuenca amazónica está lejos de acabar. Según el
Plan Decenal de Expansión Energética diseñado por el Ejecutivo de Dilma
Rousseff, Brasil levantará 15 hidroeléctricas en el Amazonas en nueve años.
Mientras seis obras ya avanzan a todo trapo (Jirau, Santo Antônio de Jari, Belo
Monte, Colider, Ferreira Gomes y Teles Pires), la inauguración de nueve plantas
(Sinop, Cachoeira Calderão, São Manoel, São Luiz do Tapajós, Jatobá, Bem
Querer, São Simão Alto, Marabá y Salto Augusto Baixo) está prevista para el
quinquenio 2017-2021.
La faraónica obra de la central de Belo Monte, en el río
Xingú, y las de Jirau y Santo Antônio, en el Madeira, representan, por su
impacto ambiental y envergadura, los campos de batalla de los ecologistas. Es
previsible que en los próximos años surjan nuevos focos de tensión, ya que
algunos de estos proyectos se desarrollarán en áreas sensibles de selva virgen
y en territorios indígenas en las cuencas de los ríos Tapajós, Teles Pires o
Juruena. “Nuestra posición no es contraria a la energía hidroeléctrica, sino a
las obras de gran envergadura que tienen un fuerte impacto social y ambiental.
Además, las largas distancias desde estas plantas hasta los núcleos urbanos
convierten el modelo en poco eficiente”, explica Ricardo Baitelo, coordinador
de Clima y Energía de Greenpeace Brasil.
La presidenta, Dilma Rousseff, tiene claro que la mejor
manera de garantizar el crecimiento económico del país, que en los últimos dos
años ha dado señales de debilidad, consiste en acabar con el déficit eléctrico
y modernizar infraestructuras de transporte terrestre, marítimo y aéreo. Buena
parte de estas prioridades fijadas en el Programa de Aceleración del
Crecimiento afectan al Amazonas, la mayor reserva de riqueza natural del país.
Por ejemplo, la construcción de 7.500 kilómetros de carreteras y 10.000
kilómetros de líneas férreas, o el trazado de nuevos tendidos eléctricos,
requerirá abrir paso en la inexpugnable región selvática.
“Nuestra Constitución permite la explotación de los recursos
minerales e hidráulicos que se encuentran en tierras indígenas, aunque aún no
exista una legislación clara al respecto”, dice Altino Ventura, secretario de
Planificación Energética del Gobierno brasileño: “No obstante, damos prioridad
a hidroeléctricas que no toquen tierras áreas indígenas demarcadas o parques
nacionales”.
En el terreno energético, la Empresa de Pesquisa Energética
(EPE), dependiente del Gobierno, pronostica que Brasil duplicará su producción
eléctrica esta década. La principal fuente seguirá siendo la hidroeléctrica,
prioritaria para el Gobierno y responsable de más del 80% del consumo del país.
La cuenca amazónica representa un yacimiento inagotable de megavatios al que el
Ejecutivo de Brasilia no está dispuesto a renunciar. Las seis hidroeléctricas
ya en construcción, sumadas a las nueve en estudio, representan menos de la
cuarta parte de la capacidad de generación de los dos principales ríos de la
región selvática: el Amazonas y el Tocantins. “Los recursos están ahora en la
región norte [que incluye el Amazonas] y nuestro desarrollo energético pasa por
esta zona”, confirma Ventura.
El Gobierno argumenta que muchas de estas plantas serán
pequeñas y que tendrán la misma estructura que las plataformas petrolíferas
para minimizar su impacto. El modelo incluiría un reducido número de operarios,
la ausencia de núcleos urbanos y la reforestación de la selva afectada en la
construcción. Tras la puesta en marcha, solo quedaría una plataforma aislada en
medio de la selva sin acceso terrestre. Los trabajadores solo podrían entrar y
salir en helicóptero.
Según las ONG, al inundar enormes áreas de selva, estas
plantas modifican el ecosistema; alteran los caudales, los cauces y los fondos
de los ríos impidiendo a veces su navegación y desplazan a las poblaciones que
viven en los márgenes y violentan a las comunidades indias que exigen el
respeto de sus tierras ancestrales.
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