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Tomado de:
viernes 27 de abril de 2012
Una bicicleta podrá ser un vehículo modesto, pero animadas
por la energía correcta, estas estructuras metálicas delgaduchas pueden
reivindicarse como poderosos pegasos tele transportadores. Lo que viví
recientemente lo atestigua. Era una mañana cálida y soleada en un suburbio
residencial en las afueras de Georgetown, Guyana. Yo me abandonaba a esa breve meditación
zen que implica pedalear y amaestrar la versión más accesible del equilibrio
que tenemos los hombres. Buscaba una tienda donde comprar algo para desayunar.
Lau me esperaba en la casa que nos habían prestado, acaso aun se desperezaba
bajo el mosquitero. Fue, como la magia y el amor, instantáneo y nunca
gradual. Un viento cruzado, filtrado
desde todas las cocinas del barrio, me trajo el aroma del curry de forma tan
contundente que sentí como si hubiera sido raptado por un puente invisible
hacia la India. Por el momento no deseaba indagar el espejismo, y prefería
dejar que el hilo de incienso, ya transformado en un brazo hercúleo, me hiciera
despegar como la bicicleta de ET. Tras
un año de homogeneidad cultural latinoamericana (arquitectura colonial española,
iglesias siempre dedicadas a San Francisco o a La Merced, mismo idioma con
distinta tonada, etc.) confieso que fui feliz y me conecte con la pluralidad
insondable del planeta. En un pestañeo evoque India, Laos y tantos otros sitios
donde alguna vez me sentí bendecido por un indecible sentimiento de extranjería.
Al aroma del curry se le sumo entonces el tono agudo de las cantantes hindúes.
Finalmente y como para conocer cualquier pretensión de reinstalarme mentalmente
en Sudamérica y cederle pista a la fantasía, un grupo de vacas sagradas asomo
al final de la calle, lenta como una caravana de dromedarios, campeando señorialmente
y masticando los camalotes que flotan en los canales alineados con las casas de
madera de dos plantas. No estaba acaso en la India? Cada golpe de pedal me
acercaba, en mi mente, a los jardines de Taj Mahal. Entonces, al doblar la
esquina, una familia negra me saludo en ese inglés caribeño en donde cada
palabra parece la chispa de una rebelión. Tuve que bajarme del caballo. No
estaba en India, recordé, sino en la Republica de Guyana, limítrofe con
Venezuela y a mundos de distancia al mismo tiempo.
Ahora podía recordar todo con más claridad. Habíamos entrado
al país desde Boa Vista, en Brasil, y viajado por la Sabana de Rupununi con
buscadores de oro colombianos que andaban sin pasaporte pero con una palangana
de caza fortunas para aventurarse en ríos infestados de malaria. Habíamos luego
cruzado la selva amazónica en un camión Bedford de los años 70 que las ramas de
la jungla hacían sonar como un xilofón oxidado. Fueron 560 kilómetros de tierra
y pantanos en los que contamos 20 viviendas. El país parecía devuelto en bandeja
a la naturaleza. En una aduana fluvial sobre el rio Esequibo habíamos dormido,
y observado a los nativos amerindios beber cerveza Guinness, un extraño side by
side que anticipaba la influencia anglosajona. Y, sobre todo, habíamos aceptado
la invitaciónde Danielle, el dueño del camión, a utilizar su segunda casa en
las afueras de Georgetown.
El había sido el primero en explicarme la armonía en que
viven negros e indios (de la India), sean estos cristianos, hindúes o
musulmanes. Herencia del colonialismo británico que tiro la piedra y dejo el
experimento en marcha, ambas razas introducidas, desplazaron a los amerindios y
se constituyeron en los ingredientes fundadores de la Republica de Guyana. Los
negros habían sido –como siempre- traídos como esclavos por los ingleses para
trabajar en las plantaciones de cania de azúcar. Cuando en 1838 se abolió la
esclavitud, los ingleses –que necesitaban seguir propulsando con materia prima
su revolución industrial- recurrieron a
mano de obra barata de la India, otra de sus colonias, empleada bajo contrato
voluntario. Los primeros contingentes cabían en dos barcos, el Hesperus y el
Witby. Ahora, conforman el 43% de la poblacion. Mientras observaba a Danielle
hablar de respeto interracial y alimentar sus pajarillos tua-tua, identificaba
en sus palabras, tanto el exacto acento como la misma tolerancia que,
sobreviviendo al viaje transatlántico y al imperio británico, dotaban a Guyana,
el segundo país mas joven de Sudamérica, con una pizca de sabiduría milenaria.
UN BARRILETE PARA COMPARTIR EL CIELO
No fue difícil constatar que Danielle no mentía: a la mañana siguiente, lunes de una Pascua celebrada según un calendario propio, nos acercamos al Sea Wall, o costanera, a presenciar una remontada masiva de barriletes (kite flying). No, no es que todos los guyaneses hayan sufrido una súbita reversión a la infancia, sino que aquí los cristianos festejan las pascuas simbolizando con las cometas la ascensión de Cristo a los cielos.
SACARSE LOS ZAPATOS MENTALES
Para dejar de espiar por el ojo de la cerradura y tomar por
asalto el corazón de Guyana nos decidimos a visitar un Mandir, o templo hindú.
En Guyana hay, normalmente, una mezquita, una iglesia y un mandir en cada
barrio, y nunca se registran incidentes. Antes de entrar, una mujer envuelta en
un sari color azafrán nos invito a dejar nuestro calzado en el tapete, como dicta
la etiqueta asiática que aquí gobierna hogares y templos. En ese momento me di
cuenta que, de manera similar, también me había quitado los zapatos mentales
antes de pisar Guyana. Por qué? Esencialmente, porque todo lo caminado
previamente se vuelve un equipaje obsoleto, inútil. Hay que voltear la página
para curtirse con nuevos vientos, y hacer las paces con la idea de que América
es algo más que Latinoamérica. Parece algo sencillo, pero es necesario dejar de
lado al macho alfa cultural que llevamos dentro, acaso un resabio de
resentimiento por la influencia inglesa en el continente. Guyana es, de hecho,
el único país de la Commonwealth en la tierra firme sudamericana, y el único
donde el inglés es una lengua oficial. Aquí nadie escucho hablar de San Martin
ni de Bolívar. Bob Marley –un vecino- tampoco los conocía. En tiempos en que
los viajes por América de punta a punta están en boga, me parece oportuno
señalar que hay algo más allá de Venezuela. Tenemos un país hindú en Sudamérica,
al que se puede llegar por tierra y sin visa. Espíritus exploradores se
buscan…
LA INDIA EN SUDAMERICA
Volviendo al templo, ingresamos en una sala amplia y acolchada,
donde un grupo compacto y relajado entonaba canticos en sanscrito frente a un
altar exquisitamente decorado. Las deidades hindúes, con sus rostros marmóreos,
enfrentaban a los fieles. Allí estaban Shiva –dios creador y destructor- y su
consorte Parvati, Krishna con su flauta, Vishnu, el preservador del universo.
Para quien no esté familiarizado con esta religión, las figuras pueden parecer
entre enigmáticas y disparatadas. Un hombre con cabeza de elefante (nuestro
querido Ganesha), otro de piel azul, o con cara de mono, dioses con rostros a
cada lado de su rostro. Lo primero que hicimos fue dejar unas ofrendas florales
a los pies de Ganesha –protector de los viajeros-. Queríamos dejar claro que éramos
más que dos simples gringos con cámara. Habíamos cortado las flores de los
jardines del barrio, porque, según nos habían indicado, los vecinos eran consientes
del destino sagrado de las flores, y nosotros sabíamos de antemano cuales eran
las casas hindúes porque se encuentran señalizadas con las banderas de
Shiva. De reojo vimos las sonrisas de aceptación,
y regresamos a los canticos. Los presentes al igual que nosotros, no entendían
lo que cantaban, porque los indios occidentales perdieron el idioma de sus
ancestros hace generaciones. Estábamos empardados en la ignorancia, lo que nos permitía
proyectar nuestra fantasía sobre el encanto fonético de los himnos. Algo no
puede dejar de decirse sobre los templos hindúes: son sitios mucho más alegres
que las iglesias. No había en la pared ninguna persona muerta y crucificada.
Por lo contrario, las imágenes reflejan aspectos sumamente humanos y menos
heroicos. En un cuadro, Shiva miraba a su mujer Parvati con aires de galán
porteño, mientras ambos se balanceaban en un columpio de hiedra. Y ella,
retratada como una geisha sensual de pestañas arqueadas, le hacía ojitos… En
todo caso, el hinduismo me tiro alguna que otra línea cuando me fogueaba en mis
propias revoluciones internas. La idea de maya, del universo como creación del
pensamiento, fue buena medicina para relativizar los mandatos sociales. El
ancla del pecado, y su culpa asociada, son en comparación una matriz
peligrosamente transferible a otras
dimensiones de la libertad. Por eso tanta gente siente culpa a la hora de
llevar a la práctica sus planes de viaje. A pesar de tener el tiempo y el
dinero parece detenerlos algo intangible…
Después de los cantos los hindúes compartieron con nosotros
bocadillos vegetarianos y una mujer nos invito a cenar a su casa. Era un hogar
humilde. Su sobrino la mantenía desde Canadá. En una cocina a kerosene cocino
un pollo al curry. Y de postre le obsequio a Laura ropas que le habían enviado
de Norteamérica. Laura no pudo evitar esa tarde en Udaipur, India, cuando una
mujer la detuvo por la calle para obsequiarle sus pulseras, y así asegurarse
que se llevara una buena imagen de su ciudad. Esa gentileza, también encontró
su eco en Guyana. Nuestra anfitriona lo expresa con sus palabras. Para ella
Krishna, Allah o Jesucristo son la misma cosa, lo importante es cómo nos
comportamos con los dioses que habitan dentro de nosotros. La hospitalidad como
puente entre dioses: bienvenidos a Georgetown.
1994 Guayana Esequiba - Zona en Reclamación MARNR
Servicio Autónomo de Geografía y Cartografía Nacional 3 Edición
Nota del editor del blog: Al
referenciarse a la República Cooperativa de Guyana se deben de tener en cuenta
los 159.500Km2, de territorios ubicados al oeste del río Esequibo conocidos con
el nombre de Guayana Esequiba o Zona en Reclamación sujetos al Acuerdo de
Ginebra del 17 de febrero de 1966.
Territorios estos sobre los
cuales el gobierno Venezolano en representación de la Nación venezolana se
reservo sus derechos sobre los territorios de la Guayana Esequiba en su nota
del 26 de mayo de 1966 al reconocerse al nuevo Estado de Guyana .
“...por lo tanto, Venezuela
reconoce como territorio del nuevo Estado, el que se sitúa al este de la margen
derecha del río Esequibo y reitera ante la comunidad internacional, que se
reserva expresamente sus derechos de soberanía territorial sobre la zona que se
encuentra en la margen izquierda del precitado río; en consecuencia, el
territorio de la Guayana Esequiba sobre el cual Venezuela se reserva
expresamente sus derechos soberanos, limita al Este con el nuevo Estado de Guyana,
a través de la línea del río Esequibo, tomando éste desde su nacimiento hasta
su desembocadura en el Océano Atlántico...”
Mapa que señala el Espacio de Soberanía Marítima
Venezolana que se reserva, como Mar Territorial mediante el Decreto
Presidencial No 1152 del 09 de Julio de 1968.
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