Tomado:
http://www.madridiario.es/jorgejuan/noticia/2010/mayo/blogs/blogdos/110310/
03/05/2010 - Nuria Valverde
Estos días atrás, el New York Times se ha hecho eco de las tensiones que despiertan los sistemas de control del bosque que tradicionalmente utiliza la comunidad Pemón en Venezuela. El territorio que ocupa esta comunidad indígena forma parte de la Gran Sabana, y está situado en el Parque Nacional de Canaima. Regularmente la comunidad quema sabana con el fin de garantizar diferentes cosas. Entre otras, evitar la expansión del fuego en caso de incendio; garantizar la existencia de pasto que atraiga al ciervo de cola blanca, que forma parte de su dieta; y favorecer la pesca. Los biólogos que trabajan en la zona protestan porque alegan que la práctica reiterada de quema terminará por degradar los suelos, amenaza el bosque circundante y pone en riesgo la posible identificación de nuevas especies arbóreas en un entorno exuberante y todavía está sin explorar.
Los Pemón son una comunidad pequeña -cerca de 25000 personas- que lleva cinco siglos en la zona. Pero no están solos. En los años 70 el gobierno construyó una autopista que hoy atraviesa su territorio, garantizando el tráfico de mercancías entre Brasil y Venezuela. Más recientemente se han creado diferentes instalaciones eléctricas y una base militar destinada al seguimiento de satélites. Los Pemón sienten amenazada su soberanía y su relación con el entorno. La nuevas formas de gestión del entorno -foráneas para ellos- instauradas desde entonces han contribuido, por un lado, a la fragmentación del conocimiento de los indígenas sobre el fuego, y, por otro, a cierta politización de su uso, pues parecen haberlo convertido en una forma de protesta y presión política. De ahí que los biólogos forestales insistan en que su relación con este elemento es un factor problemático para la sostenibilidad del ecosistema. Los Pemón coinciden en que ha habido cambios sustanciales en el entorno, pero para ellos la causa de estos cambios son el aumento de población y el nuevo tipo de asentamientos, así como las nuevas rutas de acceso (véase I. Rodríquez “Conocimiento indígena vs científico: el conflicto por el uso del fuego en el parque nacional Canaima, Venezuela”, 2004).
En todo caso, la discusión sobre si los hábitos de los Pemón contribuyen o no a la sabanización de la región comenzó a principios de los años ochenta y sigue abierta. Algunos estudios indican que la estrategia de prohibir el uso del fuego en entornos protegidos ha terminando produciendo desastres mayores que los que se pretendía producir (véase, por ejemplo, aquí). De modo que extirpar una costumbre ancestral, sobre no ser fácil, puede que ni siquiera sea recomendable. Los equilibrios entre masa forestal y sabana dependen también de estas prácticas. Porque lo que se nos escapa a menudo es que no existe algo así como el paisaje “virgen”; un espacio contemporáneo y habitable para el hombre, pero sin él. Esta es una ficción que los modelos de la ecología científica tienden a perpetuar. La ficción de los Pemón, sin embargo, reside en pretender que sus hábitos de quemas cíclicas y sus conocimientos del entorno no se hayan modificado ni tengan impactos añadidos en relación a los de sus antepasados.
Hay, como siempre, formas de revertir la perversión de ambas ficciones. Entre otras, afinar nuestros conceptos sobre el conocimiento y nuestras “tecnologías” para innovar en el ámbito de la toma de decisiones y la evaluación de los patrimonios culturales. Como la tierra fértil, una práctica sostenible -es decir, cuya prolongación en el tiempo genere estabilidad en el entorno biológico y humano- es algo que se debe conservar. Pero consensuar la sostenibilidad de la misma no es algo que puedan hacer simplemente los biólogos. Ni siquiera un equipo de científicos. Ni los expertos en ciencias biológicas y forestales, ni los profesionales de las ciencias humanas dudan de que el problema de sostenibilidad que subyace a la discusión tiene que ser abordado interdisciplinarmente. Investigadoras como Sánchez y Vessuri no han dejado de insistir en este aspecto (véase aquí). Es más, han identificado que la culpabilización de los indígenas, sobre todo cuando las actividades del turismo no se someten a la misma crítica, simplemente indica una forma sesgada de entender la interdisciplinariedad y la interconectividad. No se trata de sumar pareceres y compartir datos provenientes de diferentes disciplinas académicas, sino de darles a cada uno de ellos el valor que en su escala merecen. Vista desde esta perspectiva, para que los Pemón comiencen a revisar algunos factores de su experiencia con el fuego y el suelo, para que su conocimiento se convierta en un factor esencial del cuidado de la sabana, políticos y científicos deberían también revisar el efecto de sus decisiones sobre el parque a una escala distinta a la que suelen evaluarlas. Este intercambio de dimensiones lo que, en definitiva, ensancha en carácter de lo interdisciplinar.
http://www.madridiario.es/jorgejuan/noticia/2010/mayo/blogs/blogdos/110310/
03/05/2010 - Nuria Valverde
Estos días atrás, el New York Times se ha hecho eco de las tensiones que despiertan los sistemas de control del bosque que tradicionalmente utiliza la comunidad Pemón en Venezuela. El territorio que ocupa esta comunidad indígena forma parte de la Gran Sabana, y está situado en el Parque Nacional de Canaima. Regularmente la comunidad quema sabana con el fin de garantizar diferentes cosas. Entre otras, evitar la expansión del fuego en caso de incendio; garantizar la existencia de pasto que atraiga al ciervo de cola blanca, que forma parte de su dieta; y favorecer la pesca. Los biólogos que trabajan en la zona protestan porque alegan que la práctica reiterada de quema terminará por degradar los suelos, amenaza el bosque circundante y pone en riesgo la posible identificación de nuevas especies arbóreas en un entorno exuberante y todavía está sin explorar.
Los Pemón son una comunidad pequeña -cerca de 25000 personas- que lleva cinco siglos en la zona. Pero no están solos. En los años 70 el gobierno construyó una autopista que hoy atraviesa su territorio, garantizando el tráfico de mercancías entre Brasil y Venezuela. Más recientemente se han creado diferentes instalaciones eléctricas y una base militar destinada al seguimiento de satélites. Los Pemón sienten amenazada su soberanía y su relación con el entorno. La nuevas formas de gestión del entorno -foráneas para ellos- instauradas desde entonces han contribuido, por un lado, a la fragmentación del conocimiento de los indígenas sobre el fuego, y, por otro, a cierta politización de su uso, pues parecen haberlo convertido en una forma de protesta y presión política. De ahí que los biólogos forestales insistan en que su relación con este elemento es un factor problemático para la sostenibilidad del ecosistema. Los Pemón coinciden en que ha habido cambios sustanciales en el entorno, pero para ellos la causa de estos cambios son el aumento de población y el nuevo tipo de asentamientos, así como las nuevas rutas de acceso (véase I. Rodríquez “Conocimiento indígena vs científico: el conflicto por el uso del fuego en el parque nacional Canaima, Venezuela”, 2004).
En todo caso, la discusión sobre si los hábitos de los Pemón contribuyen o no a la sabanización de la región comenzó a principios de los años ochenta y sigue abierta. Algunos estudios indican que la estrategia de prohibir el uso del fuego en entornos protegidos ha terminando produciendo desastres mayores que los que se pretendía producir (véase, por ejemplo, aquí). De modo que extirpar una costumbre ancestral, sobre no ser fácil, puede que ni siquiera sea recomendable. Los equilibrios entre masa forestal y sabana dependen también de estas prácticas. Porque lo que se nos escapa a menudo es que no existe algo así como el paisaje “virgen”; un espacio contemporáneo y habitable para el hombre, pero sin él. Esta es una ficción que los modelos de la ecología científica tienden a perpetuar. La ficción de los Pemón, sin embargo, reside en pretender que sus hábitos de quemas cíclicas y sus conocimientos del entorno no se hayan modificado ni tengan impactos añadidos en relación a los de sus antepasados.
Hay, como siempre, formas de revertir la perversión de ambas ficciones. Entre otras, afinar nuestros conceptos sobre el conocimiento y nuestras “tecnologías” para innovar en el ámbito de la toma de decisiones y la evaluación de los patrimonios culturales. Como la tierra fértil, una práctica sostenible -es decir, cuya prolongación en el tiempo genere estabilidad en el entorno biológico y humano- es algo que se debe conservar. Pero consensuar la sostenibilidad de la misma no es algo que puedan hacer simplemente los biólogos. Ni siquiera un equipo de científicos. Ni los expertos en ciencias biológicas y forestales, ni los profesionales de las ciencias humanas dudan de que el problema de sostenibilidad que subyace a la discusión tiene que ser abordado interdisciplinarmente. Investigadoras como Sánchez y Vessuri no han dejado de insistir en este aspecto (véase aquí). Es más, han identificado que la culpabilización de los indígenas, sobre todo cuando las actividades del turismo no se someten a la misma crítica, simplemente indica una forma sesgada de entender la interdisciplinariedad y la interconectividad. No se trata de sumar pareceres y compartir datos provenientes de diferentes disciplinas académicas, sino de darles a cada uno de ellos el valor que en su escala merecen. Vista desde esta perspectiva, para que los Pemón comiencen a revisar algunos factores de su experiencia con el fuego y el suelo, para que su conocimiento se convierta en un factor esencial del cuidado de la sabana, políticos y científicos deberían también revisar el efecto de sus decisiones sobre el parque a una escala distinta a la que suelen evaluarlas. Este intercambio de dimensiones lo que, en definitiva, ensancha en carácter de lo interdisciplinar.
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