sábado, 22 de febrero de 2014

Malvinas no es una simple anécdota histórica (Segunda Parte)


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Foto: AFP

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Malvinas no es una simple anécdota histórica (Primera  Parte)


En mérito a la brevedad, cabe decir que las Malvinas están en la Plataforma Continental Argentina, a menos de trescientos cincuenta kilómetros del punto más cercano del territorio continental argentino; mientras que se sitúan a catorce mil kilómetros de Gran Bretaña.

Su usurpación y continuada ocupación es otro de los tantos actos de piratería que el vetusto imperio realizó en su existencia. Un poco más alejados pero claramente en jurisdicción del Mar Argentino o de sus adyacencias, están los otros dos archipiélagos en disputa. Claramente sus usurpaciones forman parte de las evidentes amenazas estratégicas a Sudamérica, de la OTAN, del Commonwealth y de la entente explícita EEUU-Gran Bretaña, aliados en los procesos de neocolonialismo del siglo XXI.

Quede en claro que no se trata de ningún prejuicio ni menos aún odio, al pueblo británico, el cual merece respeto, como cualquier otro grupo humano, en un contexto de pensamiento fuera de toda connotación racista o discriminativa.

Resulta muy claro que pese al buen nivel de vida medio existente en Gran Bretaña, la estructura socio política de ese país es fuertemente clasista, estructurada en estratos diferenciados pétreos, discriminando y excluyendo a las grandes mayorías, pues la movilidad social tiene un techo casi infranqueable, muy característico de las sociedades humanas que separan a la gente en nobles y plebeyos, en una estructuración segmentada, como herencia anacrónica post medieval, dieciochesca congelada en el tiempo.

De hecho, el sistema monárquico, mantenido y en parte renacido en Europa, resulta en el mantenimiento de castas ociosas, improductivas y cargadas de injustificables privilegios, que mal pueden considerarse un ejemplo para el mundo.

Por otra parte, en Gran Bretaña el acceso a la educación superior es restringido por la vía de elevados aranceles, acentuando la estratificación socioeconómica.

Ese tipo de cerrada discriminación era el que padecían los kelpers (isleños malvinenses), siendo notable que por las cerradas pautas culturales impuestas por el anacrónico imperio, esa realidad era mansamente tolerada y aceptada –seguramente sin margen de discrepancia- por esos pobladores, que eran considerados “súbditos británicos de segunda categoría”. En ese contexto semi feudal dieciochescamente monárquico, tiene enorme importancia la valiente actitud de Alejandro Betts, quien enfrentando presiones sociales e incluso familiares, asumió plenamente la ciudadanía argentina, que por derecho le corresponde, pues nació en territorio argentino, nació en Malvinas.

Con esos condicionamientos culturales, puede entenderse el rechazo a Argentina, manifestado por la población isleña, que es básicamente británica trasplantada a las islas. Pero pueden quedarse tranquilos, pues Argentina es un país tolerante, sin racismos, que integró bien a diferentes contingentes de inmigrantes de muchos orígenes. Cuando esas islas vuelvan a la soberanía argentina –como corresponde-, serán respetados plenamente, podrán vivir en paz, y acceder a los muchos beneficios que la Argentina continental dispensa a todos los habitantes.

Si bien el colonialismo es de muy vieja data, y en América comenzó desde el descubrimiento formal del continente por parte de los europeos, en 1492; la elevación (¿¡!?) al rango de estatus formal incluso exhibido con aires de grandeza por las potencias que lo practicaban, puede situarse en el siglo XIX, con el punto de máxima exaltación en la Conferencia de Berlín, realizada en 1884/5.

Básicamente en esa Conferencia, se acordó la repartija de África –como si fuera un simple bien mostrenco, sin importar nada sus pobladores y sus culturas-, entre las varias potencias colonialistas europeas de fines del siglo XIX.

Ya antes habían logrado subyugar a antiquísimos pueblos y culturas, como los casos de India y China, por citar tal vez los más relevantes pero no los únicos.

El colonialismo se extendió también por buena parte de Asia; mientras que en Sudamérica el colonialismo financiero – diplomático británico había logrado el dominio pleno, solo sutilmente reforzado por ciertas presencias militares o exhibiciones discretas pero contundentes de su poder naval, por entonces excluyente. El colonialismo cultural era una pieza clave de la estrategia colonial británica en América del Sur y parte del Caribe, y la doctrina económica liberal, sin duda operó como el duro mascarón de proa para forzar el mantenimiento de ese esquema de subordinación real, bajo apariencias de independencias formales.

En América Central y buena parte del Caribe, la Doctrina del Gran Garrote (Big Stick) resultó ser la transparentación del intervencionismo militar de EEUU en su “patio trasero” próximo; despectiva denominación que luego se amplió a toda Iberoamérica y El Caribe, solo tolerando ciertas presencias colonialistas de Gran Bretaña, Francia y Holanda en ese contexto geográfico.

Después de promesas de descolonización a escala mundial, rápidamente incumplidas por las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial, al cabo de la Segunda Guerra Mundial el proceso de descolonización adquirió por fin fuerza efectiva, con las independencias de nuevas naciones o los resurgimientos de viejos Estados, en un proceso históricamente muy breve, sobre todo entre 1945 y la década del sesenta; continuando en escalas menores en las dos o tres décadas siguientes.

Pocos enclaves abiertamente coloniales perduraron, siendo uno de ellos el de los tres archipiélagos en disputa en el Atlántico Sur, en los cuales Gran Bretaña mantuvo el anacrónico régimen, pese a los muy fundamentados reclamos de Argentina.

Claramente, entre 1945 y cerca de fin de siglo, era “políticamente incorrecto” declarar abiertamente posiciones favorables a acciones colonialistas, desarrolladas según la tónica tradicional de las intervenciones armadas directas; pese a lo cual hubo muchas acciones de intervenciones solapadas en otros Estados, pudiendo citarse los sucesivos golpes de Estado en Sudamérica en los años setenta, algunos de ellos con directas pero encubiertas participaciones de la CIA (la inteligencia norteamericana), pero no fueron los únicos casos en el mundo, en esos convulsionados años, los sucesivos y también los anteriores recientes.

Pero a partir de la Revolución Neoconservadora, personificada en la dupla Reagan–Thatcher, el intervencionismo militar directo y desembozado, amparado por nuevas doctrinas de “ataques preventivos” y de “defensa de la libertad, la democracia, los derechos humanos” y otros eufemismos esgrimidos como justificativos mediáticos, puede considerarse que se dio origen a la era del Neocolonialismo del Siglo XXI. Evidentemente el cuadro de Unipolaridad Excluyente –que algunos vaticinaron como cuadro permanente- al emerger EEUU como la única gran potencia mundial, y contando con la Unión Europea como socio menor casi incondicional, fue el contexto geopolítico global que dio cabida a esa nueva etapa del colonialismo, dentro de la cual están sucediendo muchos hechos de gran trascendencia estratégica mundial.

Sin duda el mundo se transformó rápidamente en Multipolar, con los roles crecientes de la Potencias Emergentes del BRICS, de los otros Doce Emergentes (dentro de los que está Argentina), además de los cambios en las potencias tradicionales de la troika económica de EEUU, UE y Japón.

Es por las presiones de la nueva realidad mundial, que Gran Bretaña pretende darle una pseudo apariencia no colonial, intentando crear un Estado prefabricado y falso, fogoneando la supuesta autodeterminación de su población invasora y trasplantada, en Malvinas. Y con ello, no solo proyecta un nuevo Estado tapón, sino darle mayor viabilidad a sus pretensiones de usurpaciones de los territorios antárticos de Argentina y Chile.

Mientras, realiza constantes acciones de “guerras blandas”, por medio de varias ONGs pseudo ecologistas (como Greenpeace), de “derechos humanos” (una excusa eufemística para desarrollar otras acciones disolventes), y ultra indigenistas (como Mapuche Nation, que se entromete descaradamente en la Patagonia Argentina y la Patagonia Chilena, desde su sede en Bristol, Gran Bretaña).
Sin duda los ultra indigenistas buscan provocar conflictos y odios de tipo racial, acorde a la vieja usanza británica de “divide y reinarás”.

El informe Shackleton y el informe Rockefeller
Elaborado por un equipo de especialistas, conducido por Lord Shackleton, el informe fue presentado en 1976. Recomendaba distintas líneas de acciones que juzgó factibles. Entre ellas la pesca –con el puerto isleño como base operativa-, y otras operaciones vinculadas al rico mar continental austral y similares, como cría de salmones y procesamiento de algas. Consideraba una prioridad la extensión del aeropuerto, tanto para uso civil como militar.

No obstante, no recomendaba la actividad petrolera y gasífera, no solo por los problemas técnicos – operativos, sino seguramente por serle muy importante contar con un respaldo en tierra firma, el cual lógicamente Argentina no está dispuesta a dar hasta tanto se resuelva favorablemente el conflicto por la soberanía de los archipiélagos.

Se asegura que las conclusiones de dicho informe siguen siendo válidas para los entes británicos en la fecha.
Sin duda constituyó otro paso en las acciones colonialistas británicas en el Atlántico Sur y la Antártida.

Por su parte, el Informe Rockefeller, finalizado en 1969, fue realizado por Nelson Rockefeller, en la presidencia de Nixon. Analizó los factores que forjan la notable unidad que es Íbero América (también llamada Latinoamérica). Los factores de unidad de nuestros pueblos son tres. Idioma en común (incluyendo al muy similar portugués); historia en común (la cual cuenta con numerosos antecedentes de intentos de unificación); religión en común, siendo el catolicismo la religión mayoritaria, y con fuerte inserción histórica en esta gran región.

Los ataques en muchos casos sutiles, se dieron en todos los campos, siendo notable la mayor penetración de pautas culturales de violencia y de bajo nivel, por medio de la difusión masiva de series de TV, de películas, así como las distorsiones conceptuales difundidas por distintos medios que operan bajo la batuta de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa).

La historia en común es omitida por los falsificadores de la historia, al estilo del academicismo histórico basado en omisiones y tergiversaciones, que tuvo en Argentina a Bartolomé Mitre como su fundador y principal instigador. Incluso tratan las historias de nuestras fragmentadas naciones como hechos aislados, no como un todo de origen, y acentúan factores de desunión, como guerras y otros hechos conflictivos, incluyendo ciertos prejuicios racistas inculcados con mucha sutileza, y con violencia conceptual y de hecho en los últimos años, en el movimiento ultraindigenista, financiado desde los centros de poder de las potencias anglosajonas, con el entusiasta apoyo de sectores de “izquierdas” pseudo progresistas, divorciados de todo lo vinculado al Pensamiento Nacional.

La religión en común es un factor no solo espiritual, sino cultural de importancia formidable. Ya en 1912, Theodore Roosevelt (el presidente de la doctrina del Gran Garrote), había manifestado su contrariedad por el accionar de la Iglesia Católica, por hacer pensar a los fieles e inculcarles pautas de compromiso, honestidad y de dignidad personal, entre otros valores morales esenciales. Rockefeller fue mucho más allá, pues aconsejó apoyar a las variopintas iglesias y sectas llamadas genéricamente pentecostales, con interpretaciones muy curiosas de La Biblia, con énfasis acentuado en el Antiguo Testamento, con técnicas de captación y de asimilación férreamente consolidada de los fieles, y dentro de la notable variedad, unidas todas por el constante ataque a la Iglesia Católica, dedicándose claramente más a cooptar sus fieles entre católicos que entre los agnósticos o los fieles de otras religiones. Las financiaciones provenientes de EEUU a esa expansión pentecostal, según lo indican diversas fuentes extraoficiales, parecen ser muy importantes y constantes.

Queda en claro que los notables esfuerzos de unidad continental, de entes regionales como el Mercosur, la Unasur y la Celac, están a contramano de las líneas de acciones marcadas desde los centros de poder de América del Norte.

Por algo esos entes regionales hicieron suya la causa de Malvinas, mientras desde los organismos panamericanos (en los que influyen mucho EEUU y Canadá), el tema es tratado con parsimonia y evidente postura anglófila.
co/as
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.

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