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Tomado de:
15 de Agosto de 2013 • 10:35hs
Decían que era el mejor lugar para vivir", afirma Luiz
Martins Neto al explicar por qué en 1989 se mudó a Sao Félix do Xingú, entonces
un Eldorado con selva virgen, oro y una gran área indígena en la Amazonía, que
hoy lucha contra su historia de deforestación.
Martins Neto, de 54 años, consiguió su primera propiedad como
muchos en esa época: con fuego y un hacha.
"En aquel tiempo, cuánto más deforestabas, mejor era tu
vida y más tierra conseguías", explica sobre la política que incentivó la
acelerada ocupación de la mayor selva tropical del planeta, especialmente
durante la dictadura (1964-85).
Hoy el señor Luiz integra un proyecto modelo de agropecuaria
que aprovecha áreas ya deforestadas y no quita espacio al bosque. También se
pone al día con su deuda ambiental, recuperando la selva que el reformado
Código Forestal, que entró en vigor en octubre, le obliga a mantener intacta, y
que alcanza hasta 80% de cada propiedad en la Amazonía.
"Uno aprende a hacer las cosas bien", dice con
sonrisa orgullosa bajo el sombrero de paja. Frente a su pequeña hacienda,
rodeada de un prado y un gigantesco tronco muerto de 'castanheira' (el árbol de
la nuez de Brasil) son el visible legado de la deforestación del pasado.
Esta es la historia de muchos en Sao Felix do Xingú, un
municipio casi del tamaño de Portugal y 90.000 habitantes, al sureste del
estado de Pará (norte), donde territorios indígenas y parques ocupan la mitad
del espacio. Pero también es un polo minero y ganadero -hay más de dos millones
de cabezas de ganado-, que atrae a multinacionales, en este gigantesco país
exportador de materias primas.
"La entrada del hombre blanco ha sido como la ola del
río: va avanzando, avanzando, pero no retrocede", suspira Amaury Bepnhoti
Ayudjare, de la etnia indígena kayapó, cuyo territorio es un gran manto de
selva del que surgen pequeñas aldeas en círculo alrededor de una plaza
descampada.
Casi una década atrás, el paso de los camiones con madera
retumbaba en la ciudad y los fuegos que devastaban el bosque casi impedían la
visión.
"Sao Félix do Xingú era el campeón de la deforestación.
En 2008, el gobierno creó una lista de los municipios que más deforestaban y
fuimos el número uno, pero ahora también es el que más ha reducido la
deforestación, que pasó de 2.500 km2 en el 2000 a 169 km2 el año pasado",
explica el alcalde, Joao Cleber.
No obstante, no ha conseguido salir de la lista de grandes
deforestadores por su gran tamaño.
Hace cinco años y con el compromiso internacional de frenar
la devastación de la selva, el gobierno retiró el acceso al crédito a los
municipios que más deforestan y amplió el cerco a la industria: quien comprara
producción de áreas deforestadas sería penalizado.
"Fue fundamental la presión sobre los municipios y la
industria, porque eso llevó a un pacto contra la deforestación entre los
frigoríficos, la alcaldía y los productores rurales", señala Ian Thompson,
director del programa Amazonia de The Nature Conservancy (TNC).
"La industria del ganado ocupó buena parte del
territorio y causó buena parte de la deforestación, pero con una productividad
muy baja: una vaca por hectárea (el tamaño de un campo de fútbol). Con mejor
manejo, intentamos duplicar la producción sin deforestar más", destaca
Thompson, al frente de varios proyectos modelo financiados por grandes
frigoríficos, traders y supermercados que tienen que mostrar un suministro
ecológicamente correcto.
Sao Félix vive asimismo un boom del cacao, una especie nativa
que ayuda a recuperar áreas deforestadas, porque el arbusto del cacao se
cultiva a la sombra de árboles frondosos.
Uno de esos proyectos, apoyado por la gigante internacional
Cargill, implanta cacao en 100 haciendas de pequeños productores.
"A Cargill le interesa producción en gran cantidad y
sustentable, a nosotros asegurarnos una renta y recuperar áreas
degradadas" para ponerse al día con la ley de bosques, explica Ilson
Martins, presidente de la cooperativa local de cacao Cappru.
"Queremos darle otra imagen a la región, el consumidor
no quiere productos a costa de la deforestación", señala por su lado
Wilton Batista, presidente del Sindicato de Productores Rurales, protegiéndose
del sol con su sombrero de cowboy.
Mantener la deforestación bajo control es una tarea hercúlea.
En este municipio de más de 84.000 km2 y poco más de 80% de selva todavía
preservada, las tierras indígenas dividen el territorio y cruzarlo implica un
periplo a través de municipios vecinos.
La tecnología, en cambio, avanza a toda velocidad. En la
alcaldía, los técnicos analizan informaciones de satélite y el censo ambiental
de los productores, que en este municipio ya casi alcanza 80% del área, para
saber dónde hay deforestación y quién es el responsable.
Garantizar un medio de vida que no atente contra la selva es
un desafío. "Hay que encontrar una manera de garantizar la renta de esas
personas que viven en la Amazonía (25 millones de habitantes), caso contrario,
viviremos el caos", alerta el secretario de Agricultura de Sao Felix,
Denimar Rodrigues.
La deforestación amazónica, que alcanzó un alarmante máximo
de 27.772 km2 en 2004 (un área casi equivalente a la de Albania), convirtió a
Brasil en uno de los grandes emisores de gases nocivos al clima. El país se
comprometió en 2009 a reducirla en 80% para 2020, una meta que está cerca de
alcanzar. En 2012, la deforestación cayó a 4.571 km2, el mínimo en décadas.
ym/lbc/rn
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