viernes, 6 de junio de 2014

Malvinas y los jóvenes que tomaron el fusil por primera vez


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El 14 de junio se conmemora el 32 aniversario de la rendición de los argentinos contra los ingleses en Malvinas (Foto: Creative Commons).

Mónica 05/Jun/2014 16:01

 Cuando tenía 17 años, “X” jamás imaginó que iría a la guerra. Tenía la melena larga y la actitud rebelde cuando asistió al sorteo del Servicio Militar Obligatorio en Argentina, allí resultó seleccionado para cumplir con un año de servicio. A los 18 años, después de haber sido expulsado de tres colegios, “X” llegó al Distrito Militar de San Martín; ese fue el comienzo de un capítulo en su vida, que entre más quiere olvidar, más recuerda: “Es como hablar de una mala novia, no niego que fue parte de mi vida, pero si no tengo que pensar en ella, mejor”, dice. Inevitablemente, los ojos de “X” comienzan a enrojecerse cuando empieza el relato.

 No es cosa fácil hablar de la guerra, me confiesa, pero hace un muy valeroso intento por ordenar sus recuerdos. “Después de pasar el verano con mis amigos, ingresé al servicio militar el día 7 de marzo de 1982. Cuando llegué al Distrito que me correspondía, nos subieron a un camión y nos llevaron a la unidad militar, allí me cortaron la melena, a mí y a los demás; nos quitaron nuestras cosas de valor y así inició el periodo de instrucción”.

 Diez días después ingresó formalmente al cuerpo del servicio y se encontraba internado en la unidad militar recibiendo las primeras clases de tiro, supervivencia, estrategias, entre otras. Los jóvenes que recién habían ingresado, así como él, no tenían forma de comunicarse con el exterior, pero uno de ellos había logrado guardar consigo un pequeño radio. Lo que el dos de abril escucharon los dejó atónitos: la guerra contra Inglaterra había estallado. “Yo era un descerebrado –en aquel entonces más que ahora-, y pensaba: está bien, tal vez iré a la guerra. 

No medía la dimensión de la palabra, ni mucho menos la del conflicto. Apenas tenía un par de semanas en el servicio militar, así como los cientos de jóvenes que jamás habían tenido un fusil en la mano”, reflexiona. Los superiores llegaron a confirmarles lo que ya habían escuchado: irían a la guerra a recuperar el territorio. Todo iba pasando muy rápido: “Nos dieron una polera (camiseta), pantalón, calcetines, una chamarra y así nos trasladaron a la unidad aérea del Palomar, luego nos llevaron a Comodoro y ahí abordamos un avión hacia las Malvinas. La primera tragedia que presencié se dio justo antes de irnos, cuando uno de nuestros compañeros, ante la noticia, decidió ahorcarse”. 

Durante la plática, recarga sus codos en la mesa, amarra sus puños y recuesta su frente en ellos. Prefiero no interrumpir sus pensamientos. Cierra sus ojos, respira hondo y continúa: “Fue muy duro. Recuerdo que me encontré con el hermano de mi madre, él era Mayor de la Fuerza Aérea Argentina, trabajaba en la Séptima Brigada Aérea. Todos estábamos sentados esperando órdenes cuando se me acercó, me pidió que me pusiera de pie y me dijo llorando: ¿Cómo le explico a tu madre que no pude sacarte de aquí?, y le contesté: No te preocupes, yo voy a volver”.

 Los jóvenes soldados llegaron a Malvinas el día 5 de abril de 1982 a bordo de un avión Hércules 130, conocido como “La Chancha”. “Ninguno de nosotros tenía la más puta idea de lo que era Malvinas, nunca nadie le había prestado atención a cómo sería el terreno y cuando llegamos nos encontramos con la nada; había colinas, lomas sin vegetación, un viento de 80 kilómetros por hora y mar en el horizonte. Fue un shock muy fuerte ver ese lejano pueblecito que no tenía más que agrupamientos rocosos alrededor”, relata. Al principio, la misión no era más que explorar el territorio.

 Los argentinos recorrieron la isla por un par de semanas, sin embargo, a finales del mes de abril la llegada de los ingleses ya era inminente: “vi el horizonte lleno de barcos, ahí pensé: acá estamos todos muertos”… Porque ¿A dónde podrían escapar? ¿Cómo podrían combatir contra un agrupamiento tan equipado? “Entonces la lucha se convirtió en anhelo de sobrevivir”, asegura “X”.

 Con el paso de los días, los suministros se iban agotando. Según las palabras del veterano, algo pasaba que no llegaba ni la comida, ni la ropa, ni el armamento. Pese a las deplorables condiciones, el 1 de mayo se dio el “bautizo de fuego”, en el que la fuerza aérea argentina atacó las embarcaciones enemigas logrando el hundimiento de dos fragatas inglesas. “Luego llegamos al Estrecho de San Carlos, donde me tocó ver la batalla aérea más increíble de mi vida. La fuerza aérea argentina logró atacar muy de cerca la flota inglesa y es en ese momento en el que ellos tienen la mayor cantidad de bajas. 

No éramos los indios con plumas que ellos pensaban. Empezamos a combatir cuerpo a cuerpo, pero nosotros teníamos una gran desventaja de logística: Ellos se acercaban, se daba el enfrentamiento, llegaba el helicóptero y se los llevaba y entonces hacían relevos; en cambio nosotros teníamos que quedarnos allí sin nada y no estábamos preparados para reabastecernos y por eso teníamos que retroceder. 

Así empezó a darse el combate por un mes”. Pasaban los días, los sobrevivientes perdían fuerza, compañeros, ánimo… el cuerpo se desgastaba y muchos de ellos ya sufrían de congelamiento en sus miembros. Ya a finales de mayo los suministros eran tan escasos, que los jóvenes soldados salían a los campos para cazar animales y comer sus vísceras para mantenerse vivos. En un enfrentamiento, entre los disparos y las bombas, “X” fue herido con una esquirla que se le enterró en el hueso de su rodilla izquierda: “No lo sentí, solo recuerdo que no me podía levantar, entonces mis compañeros me llevaron a un refugio hecho con piedras. Un practicante de medicina que también estaba en la lucha, me dio un trapo para que lo mordiera, y sacó la esquirla. Fue un dolor terrible”. 

El ex militar sigue respirando profundo; a veces parecía arrepentido por haber aceptado la entrevista. Después de pedirme un breve descanso, continúa: “A mediados de junio se dio el último intento de dirigirnos Puerto Argentino. Avanzamos un kilómetro que nos pareció una eternidad. Llegamos y los ingleses estaban atrás nuestro. Nos habremos defendido 40 o 50 minutos y ya está, se nos acabó todo, no teníamos la posibilidad de escapar, nos replegamos y nos sentamos en el piso mientras que nuestro oficial avanzaba hacia los contrarios con una playera blanca… no lo vimos más, hasta que regresó una hora después con los ingleses”. En ese momento, muchos jóvenes se tomaron de la mano, otros lloraron, se abrazaron pensando que sería el final.

 Los ingleses estaban frente a ellos, apuntándoles con el arma, pero jamás la detonaron, por el contrario, los agruparon por rangos, les dieron un plato de sopa caliente y a los heridos, atención médica. Tan intensa es la fuerza del recuerdo, que ahora sí, los ojos de “X” se desahogan con un intenso pero silencioso llanto. Se pasa una mano por la frente, habrán transcurrido unos 20 segundos y lo suelta: “ahora me vienen cosas a la cabeza, cosas que se hacen en la guerra que provocan arrepentimiento, pero bueno, eso mismo que hice me pudo haber pasado a mí”. Cabe otro largo silencio. Prefiero no decir nada, o mejor dicho, no sé qué decir. El relato sigue su curso. “Nos curaron, y a los diez días que nos rendimos terminó la guerra. Se hizo el intercambio de prisioneros y un buque nos llevó a Uruguay. 

De ahí nos llevaron a Buenos Aires, todos queríamos estar con nuestras familias y en vez de eso, nos llevaron a un centro para adoctrinarnos y decirnos lo que no teníamos que decir, era una locura, estábamos desesperados”. Luego, los dejaron ir a casa. El veterano recuerda que abrazó a su madre, una mujer de fuertes raíces italianas, como muchas en Argentina. Una mujer angustiada, con insomnio, con el corazón asfixiado y los ojos tristes por no saber si volverían a ver a su hijo… como muchas en la Argentina de 1982. La narración casi termina cuando me atrevo a preguntar: ¿Te cambió la guerra? “No sé si me cambió, más bien me marcó. Sigo teniendo los mismos sueños que a los 18 años. Creo en el valor de la vida, en el amor, en la bondad”. ¿Te enseñó algo la guerra? “Mucho, pero años después. 

A los 18 no me cabía en la cabeza todo lo que había vivido. Valoré muchas cosas, entre ellas a mi familia -que me ayudó a superar todo-, valoré el placer de comer y disfrutar cualquier cosa, aprendí a no tener miedo, y logré no engancharme con el pasado”. ¿Cuál es el momento más difícil, el durante o el después de la guerra? “El después de la guerra. Malvinas es uno de los conflictos bélicos donde se dieron más muertes después que durante la confrontación debido a las enfermedades, las heridas y los suicidios. Es muy traumatizante comenzar a recordar los cuerpos mutilados, los disparos, los estruendos de las bombas, los gritos, eso en el momento no lo asimilas.

 Ahora pienso que Dios es quien te va poniendo en el lugar que te toca, porque 10 centímetros a un lado o al otro, y tal vez yo ya estaría muerto”. “Ya no quiero recordar”, me pide. “Han pasado más de 30 años y jamás había hablado de Malvinas, ni siquiera puedo ver películas o documentales de la guerra”, confiesa. Le pido entonces una última reflexión: ¿Qué significa para ti la guerra? Antes de responderme me mira con ojos impacientes y entiendo que esta será la última pregunta que le podré hacer. “Mira, recuerdo que antes de salir hacia Malvinas, un sacerdote nos bendijo a nosotros y a las armas para que pudiéramos “matar bien”. Es algo que no entiendo, la guerra en realidad es algo que no entiendo. 

Desde un escritorio es muy fácil tener los huevos suficientes para no resolver conflictos y mandar a matarse unos contra otros. Eso es hipocresía. Creo que la guerra es justo esa incapacidad del ser humano para resolver conflictos, es el desconocimiento del valor de una vida humana, pero sobre todo, es el infierno”. Y así, con esas últimas palabras, apago la grabadora. Mónica Rojas//Twitter: @MRojasEscritora//www.monicarojasescritora.com - See more at: http://www.vertigopolitico.com/articulo/34580/Malvinas-y-los-jvenes-que-tomaron-el-fusil-por-primera-vez#sthash.aZ5PEQvf.dpuf

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