http://cdkn.org/2011/10/hidroelectricas-en-la-amazonia/?loclang=en_GB
América Latina y el
CaribeFortalecimiento
de la resiliencia a través de la gestión del riesgo de desastres relacionados
con el clima, Impactos
climáticos y vulnerabilidadagua, Energía Renovable, gases de efecto
invernadero, Hidroeléctricas,
impactos
ambientales y sociales, mitigaciónEntrada de blog
Tomado de:
CDKN Latin America | on: 3pm, October 26, 2011
Escribe Marc Dourojeanni, ingeniero agrónomo, ingeniero
forestal, doctor en ciencias. Profesor Emérito de la Universidad Nacional
Agraria de La Molina, Lima, Perú.
Durante más de un siglo la energía hídrica fue considerada
limpia y renovable y por ende era recomendada por los expertos y aceptada por
los ciudadanos. Pero, fue evidenciándose que ese supuesto era apenas una media
verdad y que, en realidad, todas las centrales hidroeléctricas tienen impactos
ambientales y sociales. Esto se hizo más obvio en la medida que la demanda por
energía aumentó y que más y más cursos de agua eran represados. Hoy son pocos
los ríos del mundo que aún no tienen infraestructuras energéticas. Entre estos
están los de la Amazonia, pero en la últimas dos décadas eso ha cambiado
drásticamente, especialmente en el Brasil y, debido a la rápidamente creciente
demanda energética de ese país, también está afectando al resto de la Amazonía,
es decir a su cuenca alta.
Por ejemplo, en el Perú hay apenas tres o cuatro centrales
hidroeléctricas de medio porte en operación en la cuenca amazónica y solo dos
de ellas están localizadas propiamente en el bioma amazónico. Este país genera
su energía en otras vertientes o con otros recursos (petróleo, gas). Pero, por
razones obvias, su mayor potencial hidroenergético (85%) está en la vertiente
amazónica y eso ha despertado el interés del Brasil, que ya casi agotó sus
reservas. Es así que actualmente existen 52 proyectos de construcción de
centrales hidroeléctricas en la cuenca amazónica, de las que las 15 mayores
serían destinadas a proveer de energía al país vecino, que las construiría y
operaría. Esa situación, con variantes, se repite con la porción amazónica de
los demás países, especialmente en Bolivia. Al mismo tiempo, el Brasil avanza
rápidamente sobre sus últimos rios amazónicos aún no represados. Ocurre que por
ser el Brasil un país plano, generar energía hídrica implica hacer enormes
lagos artificiales. En cambio, en la vertiente andino-amazónica, los embalses
pueden ser mucho menores y generar más energía, más barata.
Los impactos ambientales de las hidroeléctricas son directos
e indirectos y muy numerosos. Además son de gran complejidad, pues interactúan
entre sí: alteraciones del régimen hídrico, reducción de la biodiversidad y
productividad hidrobiológica (pesca), diversas formas de contaminación de las
aguas, aumento de riesgos de desastres “naturales” (por ejemplo, en caso de
sismos) y, obviamente, deforestación, caza ilegal, etc. En el caso de los
valles andinos-amazónicos esas obras gigantes amenazan la extraordinaria
diversidad biológica, llena de endemismos, que allí ocurre. Además, siempre se
olvida que la energía debe ser transportada a grandes distanciay que pare ello
se construyen líneas de trasmisión sobre centenas o miles de kilómetros destruyendo
bosques y abriéndolos a usos inadecuados. Los impactos sociales son igualmente
grandes y variados, tanto en la etapa de construcción como en la de operación,
obligando a reasentamientos forzados de millares de personas, inundando las
tierras más fértiles de los valles, facilitando nuevas ondas de deforestación,
propagando enfermedades y muchas veces, fomentando ocupaciones irregulares de
tierras indígenas o de áreas protegidas. Estos impactos, en el caso del Brasil,
han forzado a los ciudadanos perjudicados por esas obras a formar una
“federación de afectados por los grandes embalses” que lucha por recibir un
tratamiento justo de los gobiernos y de las empresas.
Para hacer aún más dudoso el carácter “ecológico” y
“sustentable” de la generación de energía hidroeléctrica, estudios recientes
demostraron que los lagos artificiales tropicales generan a lo largo de su vida
útil un volumen de gases de efecto invernadero casi tan considerables como lo
sería usando energía fósil. Estos lagos emiten metano, dióxido de carbono,
dióxido de azufre y óxido nitroso. Se demostró que el lago de la central
Balbina, en Brasil, en sus primeros cuatro años de funcionamiento, pudo haber
emitido hasta veinte veces más gases de efecto invernadero que generando la
misma energía con petróleo. Peor, dependiendo de los aportes de materia
orgánica al lago, este problema puede continuar durante toda su vida útil. Gran
parte de esas emisiones se producen en las turbinas y en el vertedero. Este
hecho es tanto más grave cuantos más sedimentos trae la cuenca y cuanto menos
limpia de su vegetación original queda el lecho del lago artificial.
El problema de fondo es que si la humanidad pretende mantener
el estilo de desarrollo consumista y cortoplacista actualmente dominante va a
requerir cada vez más energíapese a queninguna fuente es ideal. Los
hidrocarburos aportan directamente a crear el efecto invernadero, la energía
nuclear crea un riesgo grande y tiene cada vez menos simpatizantes. Las
opciones de biomasa (alcohol y biodiesel) son una farsa ya que cuando se
contabilizan sus impactos desde la producción hasta su uso, gastan más energía
que la que producen. Las energías solar y eólica son, sin duda, una promesa
pero sus costos son aún excesivos. Es decir que, mientras que la ciencia y la
tecnología no resuelvan el problema, hidrocarburos, hidroeléctricas y
biocombustibles continuarán apareciendo como las opciones menos malas.
La lucha por un desarrollo amazónico sensato debe enfocar
cambiar el estilo de vida dominante, rediseñando los principios de la economía
y, asimismo, revisando el concepto de “desarrollo sustentable”, que hace creer
que se puede crecer ilimitadamente sin destruir el entorno natural que sustenta
la humanidad. Mientras tanto, pues ese cambio llevará mucho tiempo, la lucha
debe orientarse a evitar lo peor. Los peruanos consiguieron evitar la
construcción de la central hidroeléctrica del Inambari y los bolivianos
revertieron la decisión del gobierno de construir una peligrosa carretera en
medio de su Amazonía, ambas obras promovidas por el Brasil. Los movimientos
sociales, cuando olvidan sus rencillas, hacen milagros. Pero, al mismo tiempo,
es preciso demandar alternativas menos agresivas, por ejemplo, centrales
hidroeléctricas del tipo “de paso”, que dejan el agua fluir, en lugar de hacer
las del tipo “lago artificial” o; exigiendo manejo de las cuencas colectoras
para limitar la sedimentación de los embalses y aumentar su eficiencia y
duración. También es preciso que los estudios de impacto socioambiental sean
bien hechos, incluyendo los de tipo estratégico, y que sean debidamente
respetados por las autoridades, incluyendo la opción de “no hacer”.
La sociedad de los países amazónicos debe estar muy atenta a
las propuestas de sus gobiernos detrás de las que siempre hay intereses
económicos que, muchas veces, no coinciden con las prioridades nacionales. El
agua es profusa en la Amazonia y ante la enorme demanda energética que existe
puede correrse el riesgo de olvidar que el agua es la vida y que como tal es el
bien más precioso que existe
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