http://www.abc.es/internacional/20130409/abci-guerra-malvinas-thatcher-201304082246.html
Tomado de:
emili j. blasco / corresponsal en washington
Día 09/04/2013 - 11.14h
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Margaret Thatcher (personajes)
Guerra de Las Malvinas (acontecimientos)
«Sabíamos lo que teníamos que hacer, salimos a hacerlo y lo hicimos»,
proclamó al terminar la guerra
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«Las Malvinas marcaron su alma y su mente», dijo de ella su
esposo, Denis Thatcher. Y ella misma se referiría después en innumerables veces
al dramatismo de aquellos días: «Pensabas en ello en cualquier momento de la
jornada, estaba en el fondo de tu mente no importa lo que estuvieras haciendo.
Pensabas sobre lo que estaba ocurriendo allí abajo y sobre las decisiones que
se habían tomado. Cuando el teléfono sonaba o un ayudante llegaba con una nota
en sus manos, un pensamiento recorría tu mente: ¿son malas noticias? Nunca tuve
ninguna duda acerca de lo correcto de la decisión».
Thatcher no necesitó el título de «comandante en jefe» que
gustan usar los presidentes de Estados Unidos. No hizo falta. Desde el primer
día del conflicto de las Malvinas estuvo claro quién tenía la autoridad de la
fuerza militar británica. «Nunca miró atrás», aseguraría la «Official History
of the Falklands Campaign» redactada después en Londres.
En el marco del gabinete de guerra creado con la invasión de
Argentina de las islas Malvinas y Georgia del Sur en 1982, Thatcher «no ignoró
oposición ni dejó de consultar a otros, pero una vez tomada una decisión, no
miró atrás», escribió el historiador inglés Lawrence Freedman. La decisión de
retomar las islas, a pesar de los problemas logísticos de la larga distancia, o
de hundir el Belgrano, ataque en el que murieron 323 combatientes argentinos,
muestra bien la personalidad de la Dama de Hierro. Una resolución que,
manifiesta en otras acciones de gobierno, le dio gran victoria electoral 1983.
Huída hacia adelante
En marzo de 1982, no obstante, la posición de la primera
ministra, elegida en 1979 para dirigir un país acosado por problemas, no era
tan sólida. Eso es lo que pensó la Junta Militar argentina, que para resolver
los conflictos en su propio país ideó una huida hacia delante de pretensiones
patrióticas. El 19 de marzo, un grupo de argentinos izó la bandera de su país
en Georgia del Sur, en una acción que buscaba medir la reacción del oponente.
La Argentina del general Galtieri invadió las Malvinas el 2 de abril y Georgia
del Sur al día siguiente.
Esa «Operación Rosario» pilló a Londres por sorpresa. El Alto Mando
británico había enviado el 29 de marzo dos submarinos, el HMS Splendid y el HMS
Spartan, y un par de barcos hacia la zona. Ese envío probablemente aceleró la
invasión argentina, en un movimiento rápido que el Reino Unido no había
previsto.
En Downing Street comenzó entonces lo que luego Thatcher
llamaría el «Falklands Spirit»: el esfuerzo para dar un giro a una situación a
todas luces muy adversa. De hecho, el cálculo argentino había sido que Londres
no reuniría una fuerza para enviarla a 12.700 kilómetros, una distancia que
presentaba problemas de abastecimiento, para defender una territorio de cada
vez menos valor para el Reino Unido.
«Los británicos no pelearán», aseguró Galtieri cuando
comenzaron las tensiones. En Londres, la oposición laborista cuestionó el
empeño de la premier. «La fuerza operacional costará al país una humillación
mucho mayor de la que ya hemos padecido. El intento fracasará», advirtió el
laborista Tony Benn. Thatcher se mantuvo firme: «¿fracaso? La posibilidad no
existe». «Cuando paras a un dictador siempre hay riesgos», explicaría después,
«pero los riesgos son mayores si no lo paras. Mi generación aprendió esto hace
tiempo».
El 2 de abril de 1982 la noticia de la invasión fue recibida
sin titubeos por parte de Thatcher. «Si les han invadido, les tenemos que
salvar», comentó de inmediato a su ministro de Defensa, John Nott. Al día
siguiente se dirigió a los miembros de la Cámara de los Comunes: «La gente de
las islas Malvinas, como el pueblo del Reino Unido, son una raza isleña. Son
pocos en número, pero tienen derecho a vivir en paz, a escoger su modo de vida
y determinar a quién deben lealtad. Su modo de vida es británico, su lealtad es
con la Corona. Es la voluntad del pueblo británico y el deber del Gobierno de
Su Majestad hacer todo lo que podamos para sostener ese derecho».
«Lo siento Ron»
El 3 de abril, el Consejo de Seguridad de la ONU condenó la
actuación argentina y pidió el restablecimiento de la soberanía británica en
las Malvinas y Georgia del Sur. La resolución tuvo diez votos a favor, uno en
contra (Panamá) y cuatro abstenciones (China, URSS, Polonia y España).
Hubo varios intentos de mediación, como el de Estados Unidos.
«Ron, no voy a entregar las islas ahora» protestó ante Ronald Reagan en medio
de la guerra; «no he perdido algunos de mis mejores barcos y algunas de las
vidas más excelentes para irnos calladamente bajo un alto el fuego sin que los
argentinos se hayan marchado». La guerra estrechó la relación entre ambos
mandatarios, con un EE.UU. cada vez más abiertamente a favor de las posiciones
británicas en el conflicto.
Las unidades de la «task force» británica comenzaron a ser
enviadas el 4 de abril, con el submarino nuclear Conqueror y los portaviones
Invencible y Hermes, acompañados de buques escolta. El fuego entre ambos bandos
comenzó a finales de mes, y la guerra concluyó el 14 de junio, con la rendición
de Argentina. Murieron 649 argentinos, la mitad de los cuales pereció en el
torpedeo del Belgrano, ocurrido el 2 de mayo y que Buenos Aires consideró un
crimen de guerra. Por parte británica fallecieron 300 soldados y tres
habitantes de las Malvinas.
«Sabíamos lo que teníamos que hacer, salimos a hacerlo y lo
hicimos. Gran Bretaña es grande de nuevo», proclamó Thatcher al terminar la
guerra. Y añadiría: «el espíritu del Atlántico Sur fue el espíritu británico en
su mejor expresión. Se ha dicho que sorprendimos al mundo, que el patriotismo
británico ha sido descubierto en esos días de primavera. En realidad nunca se
había perdido». La bandera patriótica con la que la dictadura argentina quería
envolverse, sirvió de manto para Thatcher, en su caso por una acción que
restituía el orden internacional, no por acción que lo vulneraba.
Thatcher no necesitó el título de «comandante en jefe» que
gustan usar los presidentes de Estados Unidos. No hizo falta. Desde el primer
día del conflicto de las Malvinas estuvo claro quien tenía la autoridad de la
fuerza militar británica. «Nunca miró atrás», aseguraría la «Official History
of the Falklands Campaign» redactada después en Londres. En el marco del
gabinete de guerra creado con la invasión de Argentina de las islas Malvinas y
Georgia del Sur en 1982, Thatcher «no ignoró oposición ni dejó de consultar a
otros, pero una vez tomada una decisión, no miró atrás», escribió el
historiador inglés Lawrence Freedman.
La decisión de retomar las islas, a pesar de los problemas
logísticos de la larga distancia, o de hundir el Belgrano, ataque en el que
murieron 323 combatientes argentinos, muestra bien la personalidad de la Dama de
Hierro. Una resolución que, manifiesta en otras acciones de gobierno, le dio
gran victoria electoral 1983.
En marzo de 1982, no obstante, la posición de la primera
ministra, elegida en 1979 para dirigir un país acosado por problemas, no era
tan sólida. Eso es lo que pensó la Junta Militar argentina, que para resolver
los conflictos en su propio país ideó una huida hacia delante de pretensiones
patrióticas. El 19 de marzo, un grupo de argentinos izó la bandera de su país
en Georgia del Sur, en una acción que buscaba medir la reacción del oponente.
La Argentina del general Galtieri invadió las Malvinas el 2 de abril y Georgia
del Sur al día siguiente.
«Operación Rosario»
Esa “Operación Rosario” pilló a Londres por sorpresa. El Alto
Mando británico había enviado el 29 de marzo dos submarinos, el HMS Splendid y
el HMS Spartan, y un par de barcos hacia la zona. Ese envío probablemente
aceleró la invasión argentina, en un movimiento rápido que el Reino Unido no
había previsto. En Downing Street comenzó entonces lo que luego Thatcher
llamaría el «Falklands Spirit»: el esfuerzo para girar una situación a todas
luces muy adversa. De hecho, el cálculo argentino había sido que Londres no
reuniría una fuerza para enviarla a 12.700 kilómetros, una distancia que presentaba
problemas de abastecimiento, para defender una territorio de cada vez menos
valor para el Reino Unido.
«Los británicos no pelearán», aseguró Galtieri cuando
comenzaron las tensiones. En Londres, la oposición laborista cuestionó el
empeño de la premier. «La fuerza operacional costará al país una humillación
mucho mayor de la que ya hemos padecido. El intento fracasará», advirtió el
laborista Tony Benn. Thatcher se mantuvo firme: «¿Fracaso? La posibilidad no
existe». «Cuando paras un dictador siempre hay riesgos», explicaría después,
«pero los riesgos son mayores si no lo paras. Mi generación aprendió esto hace
tiempo».
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