martes, 2 de septiembre de 2014

Yanomamis Aislados en la Amazonia





Tomado de:

La visión sobre una de las comunidades más aisladas culturalmente del planeta, que pasa sus días al norte de Brasil, en el límite con Venezuela.

Pepo Garay - Especial para Turismo
 “Yanomami” podría tranquilamente ser el nombre de un grupo de cumbia que realiza 17 presentaciones por sábado en locales bailables del conurbano bonaerense, y cuyo líder canta temas como “Melina, me gusta tu axila” o “Rebeca, sos más rápida que Sebastián Vettel”, y que a causa de ello y de otros crímenes de lesa humanidad, tiene orden de captura de la Interpol. 

Pero por suerte no: los Yanomamis son unos indígenas que habitan las regiones amazónicas del norte de Brasil y del sur de Venezuela, y que conforman una de las comunidades más aisladas del planeta.
Fueron contactados por primera vez en el meridiano del siglo pasado, cuando empleados del gobierno brasileño llegaron al área para demarcar las fronteras del país.

Al poco tiempo los visitaron cantidad de misioneros, quienes además de la palabra de Dios, les trajeron epidemias de gripe y sarampión, por solo mencionar algunas yapas celestiales.   

Cientos y cientos de décadas viviendo completamente apartados del resto del mundo, han llevado a los Yanomamis a desarrollar una cultura alejada a años luz de las formas occidentales (“Hipoteca, hipo-teca”, trata de explicarles, en vano, un antropólogo criollo).

Entre sus costumbres figuran incrustarse pequeños palos en el tabique nasal como adorno (no recomendables para el resfrío), pintarse los rostros y los cuerpos, usar sólo taparrabos para vestirse y habitar casas comunales que pueden llegar a albergar a más de 350 personas.

A estas se las denomina “shabonos”, tienen forma de óvalo y una zona central a cielo abierto donde los miembros de distintas familias charlan, comen, juegan y realizan sus fiestas y rituales.

Uno de ellos gira en torno al consumo de la yakoana, un polvo que aspiran y que los hace ver espíritus “xapiripë” de todos las contexturas y colores.
“Qué lástima que no tengan una Creamfield cerca” dirá algún joven de la gran ciudad, muy ajeno a conceptos tales como “alma”, “metafísica” o “inteligencia”. 

Otra curiosidad del modus operandi de la comunidad radica en su alimentación: el menú incluye ranas, arañas y hasta larvas de insectos, platos que en una brasserie parisina capaz que no tendrían mucho éxito, pero que los amazónicos engullen con devoción. Igual, la dieta se basa en granos, pescados y carne de tapir, pecarí y mono.

Animales que salen a cazar los hombres, quienes prefieren internarse en la peligrosísima selva, infectada de bestias salvajes y alimañas venenosas, antes que quedarse a escuchar los “Nunca limpias nada”, “¿Por qué ya no me haces mimos?”, y “El tapir a la parrilla te quedó muy seco”, de sus esposas. 

Peligro de extinción
Lamentablemente, desde hace años los Yanomami corren serio riesgo de extinción. Apenas unos 30 mil quedan con vida, los cuales deben lidiar con las permanentes amenazas que suponen los buscadores de oro (que les contagian enfermedades y contaminan sus árboles y ríos a fuerza de plutonio), y los terratenientes ganaderos (que devoran la selva con su avaricia, y juran no tener nada que ver con Samid).

Con todo, lo peor son los proyectos de minería a gran escala que podrían ponerse en marcha en los próximos años, y que según los expertos acabarían con el pueblo originario.
Sus integrantes, entonces, intentan defenderse ayudados por varias ONG internacionales, y han organizado la Asociación Hutakara, que reúne a diferentes tribus de la región.
El Gobierno Brasileño, en tanto, no hace demasiado por el bienestar de esta gente (ni un miserable estadio les construyeron para el mundial). Las malas lenguas dicen que los políticos y los empresarios con intereses en el lugar, suelen pasarse las reuniones cantando  “Yanomami, decime qué se siente…”  


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