Tomado de:
Una feliz iniciativa ha quedado contaminada por la propaganda
facciosa y el uso político que ha intentado darle el gobierno kirchnerista
Por más que el kirchnerismo intente relatar el pasado remoto
y reciente escondiendo verdades y exaltando falacias, nadie, salvo los
interesados en promover esa versión maniquea que produce réditos de distinto
tipo, cree en los endiosamientos ni en las condenaciones de la "historia
oficial".
De la misma manera en que la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner ordenó arrancar de la plaza pública contigua a la Casa de Gobierno la
estatua de Cristóbal Colón, al parecer por sugerencia de Hugo Chávez, que le
endilgó la acusación de genocida -argumento absurdo y anacrónico como pocos-,
sin que de nada valiesen los justos reclamos de gran parte de la ciudadanía, se
han adoptado a lo largo de estos últimos años medidas tendientes a consolidar
un culto de la personalidad impropio de un gobierno democrático.
Para ello no se ha vacilado en descalificar a figuras clave
de la historia argentina con el propósito de ensalzar a otras, según el
particular criterio historiográfico de la primera mandataria, ni en adjudicar
al matrimonio Kirchner méritos exclusivos en las acciones reivindicativas que
sucesivos gobiernos constitucionales asumieron en calidad de políticas de
Estado. Como ejemplo cabe citar el reclamo por la soberanía nacional en las
Malvinas y las islas del Atlántico Sur, que ha sido materia de intentos
diplomáticos y enérgicos reclamos en distintos foros internacionales desde la reinstauración
democrática, por no decir que también ocurrieron en otras épocas de nuestra
historia. Parecería que los gobiernos de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando
de la Rúa y Eduardo Duhalde hubieran pasado de largo por el tema, y que,
súbitamente, después de la asunción del primer mandatario santacruceño, se
hubiese caído en la cuenta de que era necesario defender los derechos
argentinos en aquella parte irredenta de nuestro territorio.
El Museo de las Malvinas, que creó el gobierno nacional en el
ámbito de la ex ESMA, debería ser bienvenido por todos los argentinos si no
hubiera sido utilizado también para la exacerbación de la propaganda oficial. A
lo largo de la recorrida, el visitante es aporreado con una proyección continua
de discursos de Néstor Kirchner y su esposa sobre el tema, como únicos dignos
de ser incorporados a la memoria colectiva.
Pocas son las cuestiones que ocupan la emoción y las
preocupaciones de la inmensa mayoría de los argentinos como el reconocimiento
por parte de Gran Bretaña de la usurpación y la consecuente devolución de
"la perdida perla austral", como reza la marcha que resuena en el
corazón de los hijos de este suelo. Por eso, el museo debió ser un sitio de
información jerarquizada por el equilibrio y la imparcialidad.
En vez de que prevaleciera el "relato" con sus loas
y reprobaciones, debió brindarse al público la posibilidad de que hiciera su
propio juicio, ayudado por material no contaminado por la propaganda facciosa
del partido gobernante. Pero se prefirió, una vez más, que prevaleciera la
infantil y sectaria postura que tiene su claro antecedente, y se podrían citar
otros muchos casos, en el Museo del Bicentenario.
Es de esperar que una vez que culmine el ciclo kirchnerista,
en diciembre de 2015, el nuevo gobierno, cualquiera que sea su signo, se ocupe
de brindar a sus conciudadanos la posibilidad de encontrar en el Museo de las
Malvinas la verdadera historia. Con sus puntos oscuros, pero también con los
hechos de afirmación de la soberanía en la diplomacia y en las acciones
militares que, si bien no alcanzaron la victoria, demostraron, más allá de los
gruesos errores de conducción estratégica y táctica cometidos por el gobierno
del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, el enorme valor y el
heroísmo de los soldados, marinos y aviadores argentinos.
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