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En ese contexto geopolítico internacional es que debe analizarse la maniobra político militar de la dictadura cuando decidió ingresar en Puerto Argentino.
La manera en que lo hizo, cuidándose de no producir bajas entre los ocupantes británicos del archipiélago, estaba basada en un error garrafal por parte de los dictadores, sobrevalorando el rol de aliados que objetivamente tenían con los norteamericanos, pero sin tener en cuenta que la alianza de éstos con Gran Bretaña superaba históricamente a cualquier acuerdo bilateral de los yanquis con un régimen faccioso de América del Sur.
Las fuerzas armadas del capitalismo argentino creyeron que podrían contar con, por lo menos, una actitud prescindente por parte de los Estados Unidos y lograr una mediación yanqui con Gran Bretaña que evitara cualquier posibilidad de guerra entre Argentina e Inglaterra.
Pero se equivocaron y mucho, porque no tomaron en cuenta que el imperio británico es uno de los baluartes políticos, militares e ideológicos del mundo capitalista que hegemonizaban los Estados Unidos.
De allí en más ocurrió lo previsible: los norteamericanos no dudaron en privilegiar a sus aliados estratégicos históricos y fue el gobierno conservador inglés liderado por Margareth Thatcher quien capitalizó la situación y, con la guerra como elemento central de su campaña electoral, pese a que todas las encuestas británicas la daban como perdedora, se impuso en los comicios ingleses superando así su propia crisis política y su complicada situación económico social exacerbada por las políticas de ajuste de los conservadores británicos representados por Thatcher.
La estrategia descabellada de Galtieri fracasó y la guerra de Malvinas se reveló pronto como una maniobra disparatada, que tuvo como principales víctimas a los miles de soldados conscriptos argentinos que combatieron en ellas y al pueblo que los alentó y apoyó desde una legítima reivindicación territorial histórica de la Argentina.
Ya es sabido que una cosa fue la participación de Leopoldo Galtieri, del general Mario Menéndez, de los oficiales de la Armada como Alfredo Astiz, Jorge Acosta, Antonio Pernía, entre tantos otros en esa guerra, y muy otra la de esos soldados que resultaron víctimas tanto de los ingleses como de sus propios jefes y oficiales, ya sea por incapacidad profesional o por traición lisa y llana y/o cobardía.
En relación con esto último, para muestra basta un botón: el general Juan Ramón Mabragaña, entonces coronel y Jefe del Regimiento de Infantería 5 (RI 5), rindió sus fuerzas cuando aún tenía una importante capacidad de reservas para continuar los combates.
Así lo determinó incluso el párrafo 850, apartado 1, del Informe del general (RE) Benjamín Rattenbach (finalizado el 16 de setiembre de 1983 y escondido por la cúpula militar) que solicitaba entre otros para Mabragaña, la “pena de muerte o reclusión por tiempo indeterminado”, sin que ninguna medida se haya tomado nunca al respecto.
Ayuda a comprender mejor las motivaciones que llevaron a la conducción de las Fuerzas Armadas del capitalismo, en 1982, a decidir la ocupación de las islas, determinar la composición en aquella época de los Estados Mayores de las tres armas y de la conducción del Teatro de Operaciones Atlántico Sur (TOAS): en ningún caso los oficiales superiores que comandaron la guerra de 1982 tuvieron siquiera la menor tentación “nacionalista” y mucho menos apegada a lo popular.
El mayor poder de decisión en el TOAS estuvo en manos de los siguientes oficiales: General Leopoldo Galtieri, Almirante Jorge Anaya, Brigadier General Basilio Lami Dozo, Vicealmirante Leopoldo Suárez del Cerro, Vicealmirante Juan Lombardo, General Osvaldo García, Brigadier Mayor Helmut Heber, General Mario Menéndez, General Rodolfo Daher, General Oscar Jofré, General Omar Parada, General Juan Mabragaña, Coronel Ernesto Repossi, Teniente Coronel Italo Piaggi, Comodoro Wilson Redrozzo, Capitán de Corbeta Luis Lagos, Teniente de Navío Alfredo Astiz, entre otros.
Las fuerzas armadas del capitalismo argentino, como mastines de los intereses del gran capital local y extranjero, fracasaron en su intento por perpetuar o al menos mejorar la situación del régimen iniciado el 24 de marzo de 1976, dejando, como lo hicieron siempre, profundas secuelas en el pueblo argentino.
Años después, algunas mistificaciones elaboradas desde sectores del poder económico y político argentino, trataron de ocultar los verdaderos intereses que protegían las fuerzas armadas del capitalismo local como institución, mostrando al llamado sector “carapintada”, autodenominado “nacionalista”, como “héroes” de Malvinas.
Uno de sus principales mascarones de proa, el teniente coronel Aldo Rico fue claro en relación con el tema:
Para ser objetivos, debe señalarse también que la valentía individual de ciertos militares profesionales (oficiales y suboficiales) caídos en la guerra del Atlántico Sur, estuvo basada en el engaño a que fueron sometidos esos hombres por parte de sus mandos jerárquicos.
Eso los convierte en la mano de obra descartable que el capitalismo siempre ha usado para concretar sus propósitos, engañando y traicionando incluso a sus propios hombres.
Los únicos héroes de Malvinas fueron los soldados conscriptos que además del engaño, el maltrato y el ocultamiento posterior a que fueron sometidos, resultaron ser los mayores perjudicados por los sectores políticos, económicos y militares que desde la instalación del capitalismo en la Argentina han construido sus privilegios y fortunas sobre ríos de sangre derramados por el pueblo.
Por eso, las Malvinas son y serán argentinas, pero los poderosos que la saquearon siempre, no.
La recuperación de las Islas Malvinas y demás islas del Atlántico Sur es un derecho histórico inalienable del pueblo argentino, y no de los perros de presa del imperialismo y sus lacayos que siempre defendieron los intereses de nuestros enemigos.
El 2 abril es una fecha que debe recordarse entonces en homenaje a los caídos y a la necesidad de no abandonar nunca el objetivo de recuperar todas las islas argentinas del Atlántico Sur, hoy convertidas en una fortaleza miliar descomunal del imperialismo en esta parte del mundo.
Tomado de:
Secretario de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre
La guerra de 1982 en Malvinas fue una traición premeditada a
las históricas expectativas populares respecto de la recuperación de las islas
del Atlántico Sur como parte indivisible del territorio nacional
argentino. El plan urdido por las fuerzas armadas del capitalismo
argentino encabezadas por el general Leopoldo Galtieri, tenía como fin la
legitimación del régimen imperante, ante una situación política y económica
cada vez más difícil que lentamente iba generando mayores protestas en diversos
sectores de la sociedad, especialmente entre los trabajadores.
Por: José Schulman
Vale recordar que en 1976 esas fuerzas ya se habían
convertido en un ejército de ocupación cuya hipótesis de conflicto principal
era el pueblo argentino y ya en 1982 funcionaban como una fuerza de tareas
imperialista con ingerencia en diversos países de América latina, bajo la
conducción estratégica de los Estados Unidos en el marco de su Doctrina de
Seguridad Nacional que era en realidad la seguridad nacional de los
yanquis.
D esa manera, años antes de la toma de decisión que llevó a
las unidades militares a desembarcar en territorio malvinense, las FFAA
operaban en diversas naciones latinoamericanas como punta de lanza de la
estrategia norteamericana en varios teatros de operaciones de la región. Entre
otros países, en Honduras entrenando a los Contras financiados por los EEUU; y
en El Salvador, apoyando al ejército local en guerra contra la guerrilla del
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
En ese contexto geopolítico internacional es que debe analizarse la maniobra político militar de la dictadura cuando decidió ingresar en Puerto Argentino.
La manera en que lo hizo, cuidándose de no producir bajas entre los ocupantes británicos del archipiélago, estaba basada en un error garrafal por parte de los dictadores, sobrevalorando el rol de aliados que objetivamente tenían con los norteamericanos, pero sin tener en cuenta que la alianza de éstos con Gran Bretaña superaba históricamente a cualquier acuerdo bilateral de los yanquis con un régimen faccioso de América del Sur.
Las fuerzas armadas del capitalismo argentino creyeron que podrían contar con, por lo menos, una actitud prescindente por parte de los Estados Unidos y lograr una mediación yanqui con Gran Bretaña que evitara cualquier posibilidad de guerra entre Argentina e Inglaterra.
Pero se equivocaron y mucho, porque no tomaron en cuenta que el imperio británico es uno de los baluartes políticos, militares e ideológicos del mundo capitalista que hegemonizaban los Estados Unidos.
De allí en más ocurrió lo previsible: los norteamericanos no dudaron en privilegiar a sus aliados estratégicos históricos y fue el gobierno conservador inglés liderado por Margareth Thatcher quien capitalizó la situación y, con la guerra como elemento central de su campaña electoral, pese a que todas las encuestas británicas la daban como perdedora, se impuso en los comicios ingleses superando así su propia crisis política y su complicada situación económico social exacerbada por las políticas de ajuste de los conservadores británicos representados por Thatcher.
La estrategia descabellada de Galtieri fracasó y la guerra de Malvinas se reveló pronto como una maniobra disparatada, que tuvo como principales víctimas a los miles de soldados conscriptos argentinos que combatieron en ellas y al pueblo que los alentó y apoyó desde una legítima reivindicación territorial histórica de la Argentina.
Ya es sabido que una cosa fue la participación de Leopoldo Galtieri, del general Mario Menéndez, de los oficiales de la Armada como Alfredo Astiz, Jorge Acosta, Antonio Pernía, entre tantos otros en esa guerra, y muy otra la de esos soldados que resultaron víctimas tanto de los ingleses como de sus propios jefes y oficiales, ya sea por incapacidad profesional o por traición lisa y llana y/o cobardía.
En relación con esto último, para muestra basta un botón: el general Juan Ramón Mabragaña, entonces coronel y Jefe del Regimiento de Infantería 5 (RI 5), rindió sus fuerzas cuando aún tenía una importante capacidad de reservas para continuar los combates.
Así lo determinó incluso el párrafo 850, apartado 1, del Informe del general (RE) Benjamín Rattenbach (finalizado el 16 de setiembre de 1983 y escondido por la cúpula militar) que solicitaba entre otros para Mabragaña, la “pena de muerte o reclusión por tiempo indeterminado”, sin que ninguna medida se haya tomado nunca al respecto.
Ayuda a comprender mejor las motivaciones que llevaron a la conducción de las Fuerzas Armadas del capitalismo, en 1982, a decidir la ocupación de las islas, determinar la composición en aquella época de los Estados Mayores de las tres armas y de la conducción del Teatro de Operaciones Atlántico Sur (TOAS): en ningún caso los oficiales superiores que comandaron la guerra de 1982 tuvieron siquiera la menor tentación “nacionalista” y mucho menos apegada a lo popular.
El mayor poder de decisión en el TOAS estuvo en manos de los siguientes oficiales: General Leopoldo Galtieri, Almirante Jorge Anaya, Brigadier General Basilio Lami Dozo, Vicealmirante Leopoldo Suárez del Cerro, Vicealmirante Juan Lombardo, General Osvaldo García, Brigadier Mayor Helmut Heber, General Mario Menéndez, General Rodolfo Daher, General Oscar Jofré, General Omar Parada, General Juan Mabragaña, Coronel Ernesto Repossi, Teniente Coronel Italo Piaggi, Comodoro Wilson Redrozzo, Capitán de Corbeta Luis Lagos, Teniente de Navío Alfredo Astiz, entre otros.
Las fuerzas armadas del capitalismo argentino, como mastines de los intereses del gran capital local y extranjero, fracasaron en su intento por perpetuar o al menos mejorar la situación del régimen iniciado el 24 de marzo de 1976, dejando, como lo hicieron siempre, profundas secuelas en el pueblo argentino.
Años después, algunas mistificaciones elaboradas desde sectores del poder económico y político argentino, trataron de ocultar los verdaderos intereses que protegían las fuerzas armadas del capitalismo local como institución, mostrando al llamado sector “carapintada”, autodenominado “nacionalista”, como “héroes” de Malvinas.
Uno de sus principales mascarones de proa, el teniente coronel Aldo Rico fue claro en relación con el tema:
“La guerra de Malvinas, por ejemplo, fue legítima aunque
absolutamente evitable” (Extracto literal publicado en “Conversaciones con
el teniente coronel Aldo Rico, pag.47, Editorial Fortaleza, 1989”).
Esta disquisición sobre la “guerra evitable” hecha por Rico,
releva de la necesidad de mayores comentarios sobre los cálculos de las fuerzas
armadas del capitalismo argentino al tomar la iniciativa de ocupar las
Malvinas: evitar la guerra, es decir, no combatir al imperio británico.
Para ser objetivos, debe señalarse también que la valentía individual de ciertos militares profesionales (oficiales y suboficiales) caídos en la guerra del Atlántico Sur, estuvo basada en el engaño a que fueron sometidos esos hombres por parte de sus mandos jerárquicos.
Eso los convierte en la mano de obra descartable que el capitalismo siempre ha usado para concretar sus propósitos, engañando y traicionando incluso a sus propios hombres.
Los únicos héroes de Malvinas fueron los soldados conscriptos que además del engaño, el maltrato y el ocultamiento posterior a que fueron sometidos, resultaron ser los mayores perjudicados por los sectores políticos, económicos y militares que desde la instalación del capitalismo en la Argentina han construido sus privilegios y fortunas sobre ríos de sangre derramados por el pueblo.
Por eso, las Malvinas son y serán argentinas, pero los poderosos que la saquearon siempre, no.
La recuperación de las Islas Malvinas y demás islas del Atlántico Sur es un derecho histórico inalienable del pueblo argentino, y no de los perros de presa del imperialismo y sus lacayos que siempre defendieron los intereses de nuestros enemigos.
El 2 abril es una fecha que debe recordarse entonces en homenaje a los caídos y a la necesidad de no abandonar nunca el objetivo de recuperar todas las islas argentinas del Atlántico Sur, hoy convertidas en una fortaleza miliar descomunal del imperialismo en esta parte del mundo.
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