Quienes logran burlas los puestos de control vial, caminan
durante cuatro días hasta llegar a Boa Vista. Llegan agotados, deshidratados,
hambrientos y con los zapatos deshechos. Fotografía: Cortesía.
Una amiga, descendiente de españoles, me contó -cuando apenas
comenzaba nuestra crisis, a mediados de los noventa- que a su abuela cuando
llegó a Venezuela le llamaban la atención los zapatos de los venezolanos
porque, a diferencias de los calzados de quienes viajaron a América a mediados
del siglo XX, eran lustrosos, limpios, confortables. Para la abuela eran una señal
de dignidad, de la prosperidad sencilla de los habitantes del país que adoptó
como propio.
Son las cinco de la tarde, corre julio y en la sede de la
Policía Federal (PF) brasilera en Villa Pacaraima tres jóvenes venezolanos
aguardan por un milagro.
Uno de ellos cuenta que no los quieren dejar entrar al
Brasil.
Villa Pacaraima es la primera población brasilera de cara a
Venezuela, a 15 kilómetros de Santa Elena de Uairén, la última localidad hacia
el sureste extremo venezolano y a 230 kilómetros de Boa Vista (BV), capital del
estado de Roraima.
Boa Vista es una ciudad de 326 419 habitantes (IBGE 2016) en
donde ahora residen, trabajan, buscan empleo, estudian, mendigan, se
prostituyen, delinquen y se refugian aproximadamente 25 mil venezolanos, según
la cifra que maneja la Folha de Boa Vista, el más leído de los diarios de la
entidad.
Los tres del comienzo apenas superan la mayoría de edad.
Uno calza un par de zapatos de cuero amarrados con sendos
pedazos de cordel de nylon: el derecho en verde y el izquierdo en rojo. Los
tres van de camisetas y gorras. Dos llevan pantalones cortos. Uno con leguins
negros por debajo. El tercero viste de largo. Aunque ya no hace calor, los tres
lucen sudorosos.
Entonces, faltando minutos para el cierre de la dependencia,
aparece el permiso de ingreso y el de pantalones largos se incorpora, se cuelga
el morral de lona cilíndrico color verde oliva, del que usan los soldados del
Ejército venezolano y agradece con una sonrisa y sus palmas en rezo. El que le
sigue lleva a sus espaldas una colchoneta de goma espuma. El tercero una
mochila común.
Se hizo el milagro.
**
Termina la primera semana de julio, agoniza la mañana y en
los bancos de madera, en el frente que sirve de sala de espera a la sede de la
PF-Villa Pacaraima, no cabe ni uno más. Todos somos venezolanos. Los brasileros
y los viajeros de otras nacionalidades fluyen por separado. Hasta 2013, quienes
habitamos en esta frontera apenas esperábamos minutos para carimbar (sellar),
para ir al médico, para pasar un fin de semana diferente. Ahora hacemos cola,
de pie o sentados, durante horas: dos, tres, cuatro o más.
“Todo ha cambiado totalmente”, comentó Iván de la Vega, un
investigador de la Universidad Simón Bolívar (USB) en un reportaje publicado en
el sitio web de The New York Times en español en noviembre de 2016.
Se refería a que durante 2016 se incrementó en 60% el número
de venezolanos que se fueron del país en comparación con el año anterior y dijo
lo que sigue:
“Los ingresos de estas personas son bajos (...) La única
opción que les queda es irse a los países cercanos, los que pueden llegan a
pie, en balsas o en barcos con motores pequeños”.
Esta es la segunda diáspora, la de los desprovisto de dinero,
de un aval académico o empresarial o que les abra las puertas en los Estados
Unidos o Europa. Los de alta calificación e ingresos elevados, se fueron, según
un trabajo publicado por Anitza Freitez, investigadora de la Universidad
Católica Andrés Bello (UCAB), desde mediados de los noventa del siglo pasado y
consiguieron saliendo durante los primeros años del tiempo que corre.
Los que salen ahora, en 2017, por esta frontera, llegan por
lo general en bús y siguen su travesía en carro por puesto, en otro autobús, a
veces, incluso a pie.
***
La mujer de al lado, sobre el tercero de los bancos de
madera, en el frente que sirve de sala de espera a la sede de la PF-Villa
Pacaraima, reposa sus pies descalzos -hinchados- sobre su equipaje.
Viene de Vargas. Debió rodar al menos 20 horas -1400
kilómetros- hasta atravesar el país en un recorrido desde el litoral norte
hasta el sureste profundo venezolanos. En su entidad, una franja costera
aledaña al Distrito Capital, ejerce como policía. Se graduó con honores.
Quiere llegar a Boa Vista para trabajar en una cocina durante
un mes. La amiga que la recomendó le dio garantía de que recibirá comida y
pernocta. Así que ella se vino con la certeza de que se llevará el salario
intacto y de que aliviará, al menos por unos días, la situación económica de la
familia. A la fecha, el real brasilero ronda los Bs. 2400.
Más allá, reposa un morral con los colores de la bandera
venezolana, amarillo, azul y rojo, de los que entrega el Ministerio del Poder
Popular para la Educación a los estudiantes de los niveles básico y medio y al
lado espera un hombre joven calzando un par de deportivos de marca
reencauchados.
En el lugar contiguo, aguarda otro muchacho con zapatos
casuales renovados mediante una costura a mano; la chica que le acompaña lleva
unas sandalias de goma tan desgastadas que apenas la separan del piso; en el
lugar que sigue, espera otro chico con unas zapatillas deportivas de tela
endurecidas por el lodo seco; en el inmediato, está sentado un hombre con un
par de botas de lona recién salpicadas de fango y a su lado otro morral cilíndrico
verde oliva.
En el pasillo de ingreso al recinto, los viajeros que toman
esta vía para hacer la conexión aérea desde BV hacia otras ciudades de Brasil o
del mundo abandonan sus maletas de rueditas. Los vuelos desde y hacia Venezuela
son cada vez más escasos y el Aeropuerto Internacional de BV se ha convertido
en una alternativa.
Los propietarios de las maletas de rueditas debieron llegar
temprano porque ya ocupan el primero de los bancos de madera y se alistan para
ingresar. Se diferencian del resto porque llevan carpetas con las impresiones
de sus boletos electrónicos y van vestidos y calzados de otra manera: franelas
de la UCAB, una de las principales universidades privadas del país, una
chaqueta Ducati, una gorra Everest Poker, zapatos deportivos Adidas, New
Balance, botines Merrell.
****
A mediados de abril, cinco hombres warao caminan rumbo a BV.
Dos de ellos llevan a sus espaldas los morrales con el tricolor venezolano. Los
otros tres llevan la carga en bolsas plásticas negras. Son las tres de la tarde
y el calor es infernal.
La migración de los warao, habitantes ancestrales del Delta
del Orinoco, hacia el norte del Brasil se inició en 2014 y se incrementó en la
medida en que se agravó la crisis del país.
Según los reportes de El Pitazo, Folha Web y BBC Mundo entre
Villa Pacaraima, Boa Vista y Manaus, en la Amazonía brasilera, residen
alrededor de 750 warao, entre mujeres, hombres y niños. La mayoría mendiga.
A la altura de la Tierra Indígena de San Marcos, cercana a
Villa Pacaraima, los cinco, un adolescente, tres adultos jóvenes y un hombre
mayor, levantan el pulgar al tiempo que imploran uma carona (una cola).
Un conductor brasilero reduce la velocidad y les ofrece
llevarlos a cambio de 20 reales por cada uno. “No tenemos real”, dice uno de ellos.
Y el hombre acelera a fondo, aunque asegura que se le rompe el corazón al
verlos así.
20 reales es la mitad de lo que cuesta el pasaje en un carro
por puesto y dos tercios de los que cobra el autobús que conecta a Pacaraima
con BV.
A diario, venezolanos solitarios o en grupos de tres, de
cuatro, de cinco caminan sobre el hombrillo derecho en la BR174 en sentido
Venezuela-Brasil. Pocos consiguen cola o pagar por un puesto a bordo de un
carro venezolano o brasilero. Viajan sin el permiso que otorga la PF para
ingresar al país.
Los conductores de los carros por puesto se apuran al verlos.
Les temen. Aseguran que las autoridades viales imponen multas de 800 reales por
llevar un extranjero ilegal. Un chofer cuenta que uno de sus colegas debió
pagar 2400 reales porque subió en la ruta a tres venezolanos sin papeles.
Entonces, no hay alternativa: Quienes logran burlas los
puestos de control vial, caminan durante cuatro días hasta llegar a Boa Vista.
Llegan agotados, deshidratados, hambrientos y con los zapatos deshechos.
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2005 La Guayana
Esequiba – Zona en Reclamación. Instituto Geográfico Simón Bolívar
Primera Edición
La Guayana Esequiba Zona en
Reclamación
Terminología sobre cómo referenciar
la Zona en Reclamación-Guayana Esequiba.
Nota del editor del blog:
Al referenciarse a la República
Cooperativa de Guyana se deben de tener en cuenta los 159.500Km2, de
territorios ubicados al oeste del río Esequibo conocidos con el nombre de
Guayana Esequiba o Zona en Reclamación sujetos al Acuerdo de Ginebra del 17 de
febrero de 1966.
Territorios estos sobre los cuales el
Gobierno Venezolano en representación de la Nación venezolana se reservó sus
derechos sobre los territorios de la Guayana Esequiba en su nota del 26 de mayo
de 1966 al reconocerse al nuevo Estado de Guyana:
“...por lo tanto, Venezuela reconoce
como territorio del nuevo Estado, el que se sitúa al este de la margen derecha
del río Esequibo y reitera ante la comunidad internacional, que se reserva
expresamente sus derechos de soberanía territorial sobre la zona que se
encuentra en la margen izquierda del precitado río; en consecuencia, el
territorio de la Guayana Esequiba sobre el cual Venezuela se reserva
expresamente sus derechos soberanos, limita al Este con el nuevo Estado de
Guyana, a través de la línea del río Esequibo, tomando éste desde su nacimiento
hasta su desembocadura en el Océano Atlántico...”
Mapa que señala el
Espacio de Soberanía Marítima Venezolana que se reserva, como Mar
Territorial mediante el Decreto Presidencial No 1152 del 09 de
Julio de 1968
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