jueves, 7 de agosto de 2014

Los indígenas pemones reinventan la Amazonía venezolana



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La minería ilegal y la migración de las nuevas generaciones a la ciudad son dos de las grandes amenazas que afronta una de las etnias más antiguas de América del Sur | Un grupo de estos indígenas lidera proyectos comunitarios para generar empleo y mantener sus costumbres ancestrales
Internacional | 07/08/2014 - 00:00h

Cómo viven los pemones en la selva venezolana - En el valle de Kamarata se encuentra esta cultura milenaria que intenta encontrar nuevas formas de subsistencia.
Melissa Silva Franco
Kamarata no es un poblado cualquiera. Se trata de un valle que está situado a los pies del Auyantepui, una montaña que se impone con sus 700 kilómetros cuadrados – casi del tamaño de Menorca – en plena Guayana venezolana. Aquí habitan los pemones, una etnia indígena que heredó estas tierras repletas de una cantidad incalculable de oro y diamantes escondidos bajo del verdor amazónico. 

Una riqueza que tiene a la comunidad dividida y al territorio herido. Un sobrevuelo por la zona es suficiente para ver cómo los campamentos de minería ilegal trabajan a toda marcha en el corazón de la selva, y que avanzan como picoteos salvajes cada vez más cercanos al sagrado Auyantepui. 

Hortensia Berti, una de las líderes de la etnia pemón, denuncia la situación sin miramientos. “Ahorita tenemos un problema grave, que es la minería, y por lo que produce la minería la gente está regresando a la zona. Nuestra tierra está minada de diamantes y oro. Es dinero fácil. Imagínate que estamos tan mal que los profesores en vez de explicar eso en la escuela, ellos en las tardes se van a las minas”. 

El Ministerio de Industria y Minas maneja unas cifras que certifican esta denuncia. El despacho gubernamental ha reconocido pérdidas de más de 300 millones de dólares anuales, tras la salida de incontables toneladas de oro al exterior sin consentimiento del Estado, y en manos de carteles de minería ilegal que contrata a indígenas como mano de obra barata.
“Somos nosotros mismos los que estamos irrespetando nuestras tierras. Nuestra lucha es convencer a nuestros jóvenes que irse a las minas significa acabar con la tierra que los dioses nos han prestado” argumenta Berti. 

En busca de alternativas
Desde hace más de dos años, los indígenas locales, una de las etnias más antiguas de América del Sur, trabajan para revertir esta situación que pone en peligro su cultura. Para ellos, el camino está en reinventar nuevas formas de convivencia en su selva, y que además genere trabajo para las generaciones más jóvenes. 
Desde que el explorador español Félix Cardona y el piloto estadounidense Jimmy Ángel descubrieron al mundo al Kerepakupai-merú – nombre indígena del Salto Ángel – una avalancha publicitaria de “el más alto”, “el más grande” y “con más fauna” invadió la tierra de los pemones. Ahora corren tiempos difíciles, y la comunidad ha encontrado en el turismo un camino digno para ganarse la vida y mantener a flote la cultura heredada de los indios Caribes. 

A través de una red de trabajo creada por la Fundación Esteban Torbar, los indígenas han diseñado más de 25 proyectos comunitarios de turismo sostenible en la comunidad del Valle de Kamarata. Este grupo se llama Eposak - en lengua pemón significa logro- y tiene como objetivo conseguir financiamiento para llevar a cabo estos proyectos, que luego los propios indígenas responden con un plan de repago. 

Karem Pérez es la gerente de Eposak. Ella explica que esta iniciativa comenzó tras detectar que los pemones estaban perdiendo su seña de identidad y renunciando a sus costumbres ante la falta de oportunidades en Kamarata. Este contexto llevó a buscar alternativas en el turismo sostenible, a fin de que los indígenas sientan que esta actividad “puede ser una economía periférica y no la razón de ser de lo que ellos son”.

“Venezuela es uno de los 10 países con más bellezas naturales en el mundo. El 65% del territorio está resguardado como parque nacional. Kamarata es parte de esto, y nosotros creemos que es turismo sostenible en mano de sus propios habitantes es una vía de desarrollo para el país”, agrega Esteban Torbar, presidente de la Fundación. 

Trabajo para los jóvenes
Inés no ha estudiado turismo, tampoco habla con fluidez el castellano y su lugar preferido en el mundo es su conuco, una especie de huerto en la que los pemones piden permiso a sus dioses para aprovechar la tierra con la siembra de verduras y frutas tropicales. Esta abuela indígena sabe que corren tiempos difíciles, por eso es una de las impulsoras de este grupo que quiere generar trabajo para las generaciones más jóvenes. 

La familia de Inés fue la primera en construir un techo para los turistas en Kamarata. Pero el sentido comunitario llevó a que la tierra se repartiera y con ello la comunidad levantó otros dos albergues. Esto se ha convertido en el primer escaño de una larga escalera que los pemones construyen para responder desde sus tradiciones ante los tiempos que corren.

Fanny Tello forma parte de esta red de trabajo. Ella ha conocido a muchos turistas que han pasado por Kamarata de camino al majestuoso Salto Ángel. Fanny es curiosa, por lo que escucha con atención las historias que estos foráneos traen desde distintos rincones del mundo. Y así fue como hace unos años se enteró que en España había una excursión llamada Camino de Santiago, y que cada vez más personas se animaban a disfrutarla a bordo de una bicicleta.

Esta historia quedó enclavada en la memoria de Fanny hasta hace dos años, cuando se cansó de ver cómo los adolescentes de su comunidad cada día abandonaban la selva para irse a trabajar a la ciudad o a los campamentos mineros de la región. Esta mujer pemona pensó que tal vez sería una buena salida aprovechar los 30 mil kilómetros cuadrados que rodean al Parque Nacional Canaima donde está Kamarata para crear un Camino de Santiago al estilo venezolano, y emplear a los más jóvenes como los guías de esta excursión para turistas.

“Mi idea fue buscar una salida para que nuestras nuevas generaciones contaran con una oportunidad de trabajo para no irse a las minas o a la ciudad. Entonces, comencé a trabajar en el proyecto de rutas en las que ellos mismos se convirtieran en los guías, y mostraran nuestras costumbres a los turistas”, cuenta Fanny desde su churuata, una vivienda indígena que sirve de parking para bicicletas. 

Este programa se llama Saway, que en lengua pemona significa pedalea, pedalea. En la actualidad funciona con cuatro rutas en bicicleta, y permite a los indígenas más jóvenes mostrar las creencias y las costumbres de su etnia. 

Este tipo de proyectos están logrando que otros indígenas que migraron a la ciudad vuelvan a sus comunidades. Uno de estos casos es Amanda Calcaño, quien decidió abandonar su comunidad cuando era una adolescente para buscar un trabajo como doméstica en casas de la ciudad.

Amanda estuvo alejada de su familia más de cinco años, un período en el que trabajó en condiciones irregulares y se alejó del estilo de vida indígena. Pero cuando los pemones comenzaron a organizarse para generar nuevas vías de trabajo, Amanda entendió que había llegado el momento de volver a casa. 

En la actualidad, esta joven es la creadora de una pequeña fábrica artesanal para hacer mermeladas de frutas que cultiva su propia familia en los huertos de la selva. Ella misma hace estas mermeladas que luego distribuye por las posadas y centros de venta a los turistas. 

Rescatando la tierra

La tierra es la principal herramienta de subsistencia en Kamarata. Es por esto que la relación que los pemones tienen frente ella es de respeto y reconocimiento. Una práctica que acompañan durante los meses de lluvia con la pesca, para la que usan el "barbasco", un veneno extraído de una raíz y que se tira en los ríos, para después recoger los pescados muertos flotando. 
Narciso Calcaño decidió mostrar esta manera de subsistencia a los turistas. Es por eso que a través de su proyecto abrió las puertas a su huerto para que los visitantes se sumerjan dentro del mundo que heredó de sus ancestros. Él tiene la piel curtida, las manos resecas y las piernas definidas. Estos son los signos que el trabajo en el campo ha dejado en su cuerpo. 

Narciso invita a sus acompañantes a tomar cachiri, una bebida fermentada con la que termina de convencer a los espíritus de poder trabajar en los cultivos sin sustos, ni espantos no previstos. A esta aventura diaria se une Petra, su mujer. Ella tiene un cabello negro brillante, y la fortaleza para caminar con sacos pesados a sus espaldas salteando la dureza de la selva.

“Para mi trabajar la tierra es más mina que trabajar la propia mina. Porque la mina es sólo destruir la tierra y dejarla pobre. Trabajar la agricultura me da para toda la vida. Me han pasado millones de mineros por aquí diciéndome y yo les insisto que toda mi vida es el conuco (huerto)”, dice Narciso.
Los pemones continúan rediseñando la selva sin renunciar a sus costumbres. Como los proyectos de turismo experimental de Narciso, en la actualidad la comunidad indígena ha diseñado nueve proyectos nuevos que implican a los más jóvenes y se encuentran dentro de sus costumbres milenarias.


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