jueves, 25 de octubre de 2012

UNA DE LAS HAZAÑAS DE LOS MARINOS DE GUERRA DE LA AMAZONÍA PERUANA EN EL TRAPECIO AMAZÓNICO.




Publicado el 22 oct, 2012 | 0 comentarios
POR: JUAN SOREGUI VARGAS.

Esta crónica la elaboramos en base a las declaraciones de un excelente técnico de nuestra Marina de Guerra del Perú, de profesión radio y  comunicación, el señor Germán Segura,   que sirvió a su institución de manera ejemplar.   No pudimos conversar, en persona,  con el  destacado ex comandante loretano, Herman Peña, quien fue el jefe del  BAP Amazonas. Desde hace muchos meses hemos tratado de conversar con personal subalterno retirado de la Marina para obtener información más detallada, pero lo que queda son solo recuerdos nebulosos de estos héroes anónimos de la patria. He buceado en el baúl de recuerdos de mi padre,  práctico de esta institución y solo encontré algunos pedazos de papiros en papel manteca y algunos apuntes sobre sus viajes por los ríos Amazonas, Negro y una pequeña nota sobre el canal del Casiquiari.  En el internet solo se encuentran dos artículos muy breves resaltando la figura del presidente Fernando Belaúnde Terry, quien fue el promotor de este recorrido fluvial y terrestre. Vamos a relatar esta odisea, porque eso fue, de nuestros marinos de los años 70 y 80, desde el punto de vista de un observador joven marino de comunicaciones  y que reportaba permanentemente como un cuaderno de bitácora radial a las centrales de todo el Perú, ya que en el viaje se encontraba la máxima autoridad gubernamental de nuestra nación.

Recuerdo muy bien, porque fue días antes del cumpleaños de mi hermana Dolores, el 22 de junio de 1983,  llegó una comisión a mi hogar,  a ver a mi padre y a proponerle un viaje por el rio Amazonas, el río Negro y el canal de Casiquiari hasta el Orinoco. Muchos dicen que el flaco Soregui estuvo en el viaje, otros como el comandante Peña, con quien nos comunicamos por teléfono dice que no. En todo caso me acuerdo muy bien que mi  padre tuvo varias  reuniones con otros viejos y jóvenes prácticos para contribuir a planificar el viaje y,  estamos seguros, que él fue consultado por el  alto mando de la marina para explicar detalles de esos ríos. El flaco Soregui  tenía una gran experiencia en estos viajes. Durante toda su vida profesional viajó a Panamá, Venezuela, El golfo de México, Houston, Manaos, San Paulo, para venir en grandes barcos y traerlos hasta Iquitos. Había trabajado como guía del contralmirante Faura Gaig,   para elaborar el libro “Los ríos de la Amazonía peruana”  Esta acumulada experiencia de viajes por todas las cuencas, me da la seguridad que  don Antonio Soregui Dávila, estuvo inmerso de una u otra manera en esta odisea.

Los primeros días de Julio de 1983, partieron los buques Amazonas comandado por el oficial loretano Herman Peña, el buque Stiglich, y el buque de madera Pucallpa comandada por el comandante Miguel Saetone, como jefe de la expedición iba el capitán de fragata Gonzales Corcuera. Las tres embarcaciones llegan a Manaos donde revisan el plan de viaje y se abastecen de combustible y víveres y enrumban hacia el rio Negro. El río Amazonas que nace en los andes peruanos,  tiene aguas de características blancas, y con un tipo de flora y fauna  diferente al de su afluente, el río Negro, que nace en las serranías de Colombia y baña cientos de kilómetros de  tres fronteras (brasilera, colombiana y venezolana)  presenta este color negro  por los restos húmicos que lleva, parecido al río Itaya en la parte alta.

¿Por qué un buque de madera? Los encargados de la misión, con los datos proporcionados por los prácticos y otros entendidos, deciden contratar el buque Pucallpa como una especie de guía cebo. Ya que por las características del río negro y del canal del casiquiari, que tenían un  fondo de piedras  con bastantes cashueras lo envían adelante para orientar a las demás embarcaciones y, de ocurrir un choque con las piedras sería éste el malogrado y no en el que iba a ir Belaunde. Cuando llegan al poblado brasilero de San José de Cachoeira, el Stiglitch no puede seguir viajando debido al poco empuje que tenían sus máquinas y continúan el viaje el BAP Amazonas y el Pucallpa.

Con torrenciales lluvias, con zancudos que parecían monstruos que querían devorarlos día y noche van los marinos a recoger al señor Presidente de la República que esperaba en la localidad venezolana de San Carlos. Dos días después de dejar al Stiglitch, el buque insignia casi se voltea al tratar de esquivar una tremenda roca. La pericia de los brujos del agua, es decir de los prácticos y de Herman Peña, evitan esta tragedia. Un día más de viaje, el Amazonas no puede surcar el río. Las máquinas del BAP Amazonas tenían solo 11 nudos de fuerza, tres días tratando de surcar las aguas que tenían mayor fuerza que los motores del buque peruano. Tres días en que se quemaron los cabestrantes. Cuenta otro señor ya de edad, que tuvieron que ir de pesca, de caza y en la noche veían luces  y escuchaban canciones brasileras y venezolanas cantadas por bellas mujeres. Una de esas noches, me comentó uno de los tripulantes ya fallecidos hace poco, salieron tres marinos  a ver que sucedía con los cantos y las luces y dice que cada vez que se acercaban al fuego fatuo y a los cantos, estos se alejaban  más.

 De pronto se dieron cuenta que estaban perdidos, tuvieron que regresar con la ayuda de un viejo indígena yanomami, de la zona, en la madrugada, estaban pálidos, con diarreas y con vómitos. Ninguna medicina del botiquín les hizo efecto. Vino el abuelo indígena y les dio un brebaje vegetal y les icaró con un cigarro  preparado con tabaco de su chacra, tan fuerte que hacia correr a los zancudos. Otro de ellos, un mitayero comentó que al internarse en la selva a buscar sajinos y llegar al canto de un caño, se quedó paralizado al ver la escena: una sachavaca se había quedado clavada en la orilla, una boa a cinco metros de ella la miraba fijamente, la  hipnotizó y poco a poco se acercó el reptil, abrió sus fauces y el mitayero vió cómo la inmensa sachavaca ingresaba a la boca de la anaconda y luego a su sistema digestivo donde  era triturada.  Cuando me contó esta cacería de la boa, le creí, porque es algo parecido a lo que vi, le contesté, cuando trabajaba en el lago Rimachi. 

Cuentan los tripulantes que era tal la cantidad de mosquitos en el día, que tenían que comer con protección en la cara. Pero tenían que llegar a San Carlos. Varios de los tripulantes del Pucallpa y del Amazonas  bajaron a tierra y fueron a dar su vuelta hasta que vieron  tremendos tractores haciendo labores de construcción de carretera. Conversaron con uno de los  tractoristas y le pidieron que jalara al BAP Amazonas. El tractor se acero a la orilla del río que era de una buena altura y desde ahí pusieron cables de acero para remolcar  a la embarcación a un sitio del río donde la fuerza del agua era menor.

Los mecánicos motoristas trabajaron arduamente para arreglar lo quemado y después de cinco días de viaje llegaron a San Carlos una población y guarnición venezolana,  de donde recogieron al presidente Fernando Belaunde que iba acompañado de un arqueólogo. Cuenta el señor Segura, que Belaunde paraba la embarcación y pedía un deslizador con motorista y guía y se internaba en las aguas del canal de Casiquiari y de sus caños para matar lagartos y pescar. Siempre que hacía esto traía dos o tres lagartos. El Casiquiari es un río pequeño, como un canal de 20 metros de ancho, con fondo lleno de piedras y con grandes cashueras y con aguas  torrenciales.  Muchas veces se recibían mensajes de la fuerza armada venezolana para recoger al presidente peruano en helicóptero, él se negaba, tenía en su mente demostrar que se puede unir las cuencas del Amazonas y el Orinoco. Ingresaron al Orinoco y después de varios días de viaje, llegaron a puerto Venado. En este sitio  desembarcó el presidente Belaunde, en donde lo esperaba una delegación del gobierno venezolano. Acompañado de sus marinos de la fuerza fluvial del Amazonas se dirigen por tierra  a una ciudad de la serranía venezolana, llamada Ayacucho.

De este puerto que da al atlántico, el primer mandatario se embarca en un helicóptero venezolano  con rumbo a Caracas para llegar a tiempo a la celebración del bicentenario del libertador Simón Bolivar. Si bien es cierto que la visión de Latino América  unida por vías fluviales se demostró con la idea de Belaunde y su pragmatismo de viajar, el mérito es de estos marinos amazónicos (oficiales, subalternos, cocineros, motoristas, sanitarios, médicos, prácticos, marineros, etc), algunos viejitos, otros fallecidos,  que con su sabiduría y experiencia supieron capear las dificultades de estos ríos misteriosos y desconocidos, llenas de mitos y leyendas.

El señor Segura nos ha aseverado con  vehemencia que el flaco Antonio Soregui Dávila, uno de los mejores prácticos de la Fuerza Naval de la Amazonía peruana, perteneciente a la hornada de los Manguinuri, de los Panaifo, de los Vacalla, de los Romayna,  estuvo embarcado en los diferentes buques de esta odisea. Haya estado o no físicamente, el viejo brujo del río, como le conocían por su don de ver bajo la superficie del agua en que viajaba, estoy seguro que contribuyó con sus papiros y su experiencia en esta notable expedición contada ahora por uno de los sobrevivientes y otros más y recuerdos míos. Odisea, única en  su género, porque, dice el testigo principal de este relato que en el puerto de San Fernando o  San Rafael, existen dos leyendas dejadas por los barcos brasileros y colombianos expresando su derrota de no poder hacer lo que hicieron nuestros marinos fluviales: hasta aquí llegamos. Uno de ellos, comenta el señor Segura es el buque de guerra brasilero Roraima. La hazaña de estos 90 tripulantes para unir estas cuencas del Amazonas, Orinoco, del río Negro, del torrentoso Casiquiari, no solo fueron por  cuestiones físicas y mentales, sino espirituales que demuestran el valor de nuestra Marina de Guerra del Perú, en esta parte de la patria

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