martes, 16 de octubre de 2012

El Delta del Orinoco

http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/9965168.asp



Tomado de:

Hugo Alvarez Pifano

Lunes, 15 de octubre de 2012

Pero este camarón adulto, que se alimenta en aguas venezolanas no ha nacido de este lado, él procede de la orilla opuesta del Golfo de Paria, en los remansos de aguas azules, mansas y tranquilas de la isla de Trinidad

   Foto: Google
El Ganges, río sagrado de la India, desemboca en el Golfo de Bengala a través del delta del Ganges, así mismo, el Nilo, cuna de la civilización y morada del dios Ra, mediante el delta del Nilo rinde su tributo al Mediterráneo. Ahora bien, es muy difícil explicar a un extranjero por qué razón el padre Orinoco tiene un delta, que en lugar de ser llamado delta del Orinoco, se le llama Delta Amacuro, el cual desemboca en el Golfo de Paria o Golfo Triste como fue su nombre en una época (tal vez un presagio de lo que tengo que narrar).

Pues bien, el delta del Orinoco –como debe llamarse- posee las zonas del verde más intenso y resplandeciente que sea capaz de desafiar la mirada del viajero, sus aguas son bravas y arrastran materias en suspensión, plancton y nutrientes. Allí van a merendar los camarones más grandes y hermosos, por definición los más deliciosos que pueda reclamar el paladar más exigente de gourmet alguno.

Pero este camarón adulto, que se alimenta en aguas venezolanas no ha nacido de este lado, él procede de la orilla opuesta del Golfo de Paria, en los remansos de aguas azules, mansas y tranquilas de la isla de Trinidad. Es precisamente, en esas quietas aguas que la hembra va a depositar sus larvas y en donde éstas se desarrollan y viven hasta llegar a la edad de cuerpo medio, cuando van a buscar su alimento en las aguas venezolanas ricas en nutrientes. Todo esto significa que el camarón -en el Golfo de Paria que comparten Venezuela y Trinidad y Tobago- forma parte de un delicado ecosistema, del cual depende su existencia: no puede ser pescado en Trinidad, pues se estaría pescando a las hembras, lo cual es ni más ni menos que matar a la “gallina de los huevos de oro” o en otros casos, pescando a los camaroncitos jóvenes que todavía no tienen el peso adecuado para su comercialización. Lo correcto es pescar al camarón adulto, grande y hermoso en Venezuela, por parte de pescadores de ambos países. Pero, para regularizar la explotación económica de este recurso de una manera racional, se hace necesario negociar un acuerdo de pesca entre Venezuela y Trinidad y Tobago, poseedores de un recurso común, que debe ser compartido y explotado con sabiduría, si no se quiere destruir el mismo.

Durante el primer gobierno del Presidente Rafael Caldera (1969-1974) las actividades pesqueras del camarón por parte de los pescadores artesanales de ambos países, estuvieron reguladas por un acuerdo de pesca, cuya negociación el Canciller Arístides Calvani, tuvo a bien encomendar a mi persona. En esa oportunidad me dijo: -Alvarez Pifano, para negociar este acuerdo debes seguir las enseñanzas de San Cristóbal. Entonces yo pensé para mis adentros ¡Dios nos coja confesados! Cómo vamos, en un mundo moderno, a seguir las indicaciones de un santo de la más lejana antigüedad, quién tal vez nunca en su vida pescó un camarón. Luego, bajo una mirada inteligente y penetrante me indicó: -Cristóbal viene del griego Cristoforos, que significa portador de Cristo.

Es éste un nombre en el que la imaginación de la leyenda ha sobrepasado a la historia, por tener una mayor fuerza creadora que ésta. Se cuenta que un gigante de energía colosal, se ocupaba de cargar sobre sus hombros a los viajeros que querían cruzar un caudaloso río. Cierto día un pequeño niño le pidió sus servicios, él lo transportó a la orilla opuesta con gran fatiga, pues el niño pesaba mucho, entonces éste le dijo: mi peso es grande porque llevo a cuestas los pecados de la humanidad, pero un día seré el redentor y todos los hombres quedarán libres de pecados. Igual puedes hacer tú.

Así Cristóbal, voluntariamente aceptó el oficio de transportar a la gente, por amor de Dios, de un lado a otro de un caudaloso río, sobre sus hombros. A este punto, el Canciller Calvani me dijo: -esto es precisamente lo que debemos hacer con los pescadores trinitarios, transportarlos al otro lado del golfo, al lado nuestro, para logar el bien común. En el acuerdo negociado, pescaban el mismo número de pescadores de ambos países, con embarcaciones similares y con el mismo método de pesca. El objetivo y finalidad del acuerdo era la explotación racional y conservación de un recurso común. Exactamente, como hubiera hecho San Cristóbal.

En 1977, el gobierno de Venezuela (primera presidencia de Carlos Andrés Pérez) inició la negociación de un nuevo acuerdo pesquero con Trinidad y Tobago, en esa ocasión el negociador fue Isidro Morales Paúl, hombre de gran prosapia. Era hijo de Carlos Morales, canciller de Venezuela durante el gobierno de Isaías Medina Angarita. En los ambientes de abogados en Caracas, se decía que el bufete de Carlos Morales era el que producía los más elevados ingresos, pues tradicionalmente atendió la elaboración de los acuerdos petroleros. Para la fecha, se desempeñaba como profesor en la Universidad Central de Venezuela, pero no era un profesor que hubiera ganado su cátedra por concurso, como en los países civilizados, los abogados que atendieron el bufete de su padre lo habían puesto allí a dedo limpio. Inició su carrera diplomática como embajador en París y fue, por pocos meses, canciller de Venezuela durante el gobierno de Jaime Lusinchi. Todo esto sin tener ninguna experiencia como diplomático ni carrera política. Por parte de su madre, era descendiente del Presidente de Venezuela Juan Pablo Rojas Paúl, quien fue el fundador de la Academia Nacional de la Historia en 1889. Atrás, tenía en los Paúl a muchos de los denominados “Amos del Valle”. Isidro Morales Paúl fue un ser a quien la vida le ofreció todo en bandeja de plata y nadie le impidió desempeñar el papel a que estaba destinado: un hombre arrogante, pedante e inflado como un inmenso “pez globo”

Un día me citó en la biblioteca de la cancillería para que le informara acerca del tratado de pesca que habíamos negociado. La entrevista duró dos minutos, a un hombre como él no había posibilidad de hablarle de San Cristóbal y de mi parte, yo no tenía interés en ser su colaborador. Pero, debo decir que fue muy claro acerca de sus intenciones, me dijo: “nosotros sí vamos a defender nuestra soberanía, ningún pescador trinitario vendrá nunca jamás a pescar en aguas de Venezuela” El otro aspecto lamentable de esta historia, fue la persona a quien escogió el negociador como su colaborador: Adolfo Taylhardat, un funcionario que era exactamente como una cebolla, se le podía quitar capas sobre capas y nunca se encontraba un núcleo sólido. Un fruto podrido, sin la simplicidad de una modesta nuez, que le sirviera de consistencia a su vida profesional. Como se suele decir “un mentecato emperifollado”

El acuerdo pesquero de 1977, trajo a Venezuela el triste espectáculo de un guardia nacional, con una subametralladora en sus manos, conminando a un asustado pescador trinitario a regresar a las aguas territoriales de su país. En otros casos, eran detenidos y su pesca decomisada. A partir de esta visión errada de nuestras relaciones diplomáticas con Trinidad y Tobago, se inicia un proceso en el cual no hemos buscado a los trinitarios como nuestros aliados, sino más bien como antagonistas. En la actualidad, no tengo información sobre la existencia de camarones grandes y deliciosos en el Golfo de Paria o Golfo Triste. Pero si el recurso ha desaparecido, esto se debe a dos diplomáticos venezolanos: “un pez globo, bien inflado” y un “mentecato emperifollado”.

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