lunes, 28 de diciembre de 2009

Epístola a Rafael Caldera (la Guayana Esequiba)





Tomado de.

http://www.eluniversal.com/2009/12/27/pol_esp_epistola-a-rafael-ca_27A3234217.shtml

Contenido relacionado
Mensaje del ex Presidente Rafael Caldera al país
Despedida a Rafael Caldera
Mi querido Presidente:


Atiendo el honroso y obligante encargo de sus causahabientes en la sangre para hablar acerca de Usted frente a sus restos y ante el país. Pero prefiero, Presidente, hablar con Usted.


¡Y es que no lo imagino ausente! Lo siento vivo, ahora como nunca antes, puesto que lo miro y a los venezolanos nos cabe mirarlo desde el corazón, con el pensamiento, en su ganada intemporalidad y a la luz de sus ejemplos de vida.


Goza Usted, como un regalo providencial y del Niño Jesús, de la serenidad y el reposo que tanto merece.
Hoy me dirijo a Usted en tono epistolar.
Pongo de lado el intento de elegía, porque llorarlo le resta sentido al sentido mismo de su vida. Sólo se llora sobre la esterilidad.


Sus trazos, su hacer y su fecundo caminar por los laberintos de esta patria hoy adolorida, rota en los afectos, dejan hendidura profunda. Las polvaredas, los ánimos encrespados de los años y de los días más recientes no logran ocultarla ni tirarla en el desván de la historia. Su devoción por Venezuela, en especial por sus trabajadores y quienes son víctimas de la exclusión social y afectiva, lo llevan a entregarle a ella todas las horas de su vida. Sin regateos. Usted no le da tregua al descanso, ni alega el derecho a la jubilación. Lo digo con palabras de Su Santidad Benedicto XVI: su vida ha estado hecha para el don, Caritas in veritates es la regla de su accionar como hombre, como padre, como maestro, como académico, como estadista, como líder y emblema genuino de la Venezuela posible.
Su labor como artesano de ciudadanía y sobre el cuerpo de la Nación, nos impone a las generaciones de esta hora mirar con ánimo menos trágico el porvenir.
Al hablarle, Presidente, lo hago con palabras mías, pero completo mis palabras con las suyas que ya no son suyas sino de su pueblo, y parte sustantiva del museo de nuestra memoria.
Los primeros pasos de su existencia, los aprecio sin apostillas. De esos y de los otros que le siguen puedo decir que son tozudamente coherentes, consecuentes todos a uno. Su tiempo de siembra y de recolección, al exprimirlos, muestran cabalmente el tenor de su compromiso como servidor.
¡Y es que Usted rompe con el molde de la trivialidad, del día a día que se hace a puñetazos y que nos hace presa a la mayoría de sus compatriotas!
Usted descubre la vida y la proyecta con notas de armonía, sin ceder jamás a los principios: esos que toma en préstamo de las enseñanzas de la Iglesia y que luego hace sustantivos a su quehacer político! Por lo mismo, es Usted un hombre de carácter, pero no de mal carácter. Predica con el ejemplo. Construye con empeño denodado. Por sobre todo, atesora y cuida como líder ese bien que otra vez, por un sino de nuestra historia de Caínes, tanta falta nos hace en esta hora crucial: el espíritu de la concordia.
Estoy persuadido, al hablar con Usted y dada la razón que nos reúne, de sus palabras dichas en 1948 a propósito de las Bodas de Plata episcopales del Arzobispo de Caracas y Primado de Venezuela, Lucas Guillermo Castillo. Dice Usted, refiriéndose a otros tres pastores que acompañan al eximio prelado y se le adelantan en su tránsito hacia la Ciudad de Dios, que "no son maitines impregnados de tristezas los que hay que entonar, porque triunfaron sobre la indiferencia, la incredulidad y el egoísmo". Es su caso, Presidente.
Quiero hablarle, Presidente, de su andar y desandar como maestro de generaciones, como forjador de ideas y de criterios y, sobre todo, como enemigo de la inconstancia y de la inconsistencia; en defecto de lo cual no pudiera citarlo como uno de los parteros fundamentales de nuestra República democrática, en fin, como el artesano civil de la paz venezolana en el siglo XX.
Lo veo a Usted en la distancia, con el pie montado sobre su tierra yaracuyana de caquetíos a comienzos de nuestro siglo pasado, doblegado entonces por la muerte prematura de su madre a quien hoy reencuentra sobre los espacios infinitos.
¡Qué Venezuela ganada para el tedio, Presidente, donde la noticia relevante es la donación hecha a un equipo de béisbol o la actuación de la Banda Gómez, por las noches, insuflándole vida a su querida San Felipe! Es cuando la Junta Explotadora de Occidente recorre las comarcas de su pueblo para el trazado de las primeras vías de comunicación. Y razón tiene Usted, por ello, cuando al paso de casi seis décadas de su vida nos dice a los venezolanos, en 1975, que quien "no aspire a más de lo posible nunca podrá realizar todo lo posible".
Viene a mi memoria el emocionado recuerdo de uno de sus hijos - el menor, Andrés - quien al presentar el proyecto de la Escuela de Gobierno que en justicia habrá de llevar su nombre, reseña su estadía en la Escuela Padre Delgado. Y cuenta que Usted, "Toño", ayuda desde ya a sus imberbes condiscípulos para que comprendan las primeras lecciones. ¡Ser útil le viene como herradura a su Ser!
Llegada su juventud y la búsqueda agónica de vientos y de huracanes para combatirlos, para darle un giro a la realidad agreste que deja atrás, en su equipaje viaja el recuerdo de sus compañeros de aula y con éstos el recuerdo de los hijos todos de su pequeña comarca. En ellos ve a los venezolanos de su tiempo. Es un tiempo en el que todo está por hacerse en Venezuela.

"Yo vine a Caracas de niño", son sus palabras, a las que siguen estas: "Deberé decir, más bien, me trajeron, aunque ya con alguna edad suficiente para darme cuenta de los hechos y recordar que de San Felipe a aquí tuvimos que hacer dos días de viaje: tomando el ferrocarril Bolívar en mi ciudad natal, llegando en horas del mediodía al Puerto de Tucacas, embarcando en Tucacas para Puerto Cabello en uno de los barquitos que se llamaban San Felipe y Barquisimeto".

Al hilo - ¡cómo olvidarlo! - nos narra Usted una y otra vez sobre esos barquitos: el "Barquisimeto más pequeño pero de acero, el San Felipe un poquito más grande pero de madera, y los dos dotados de la condición de mover terriblemente las vísceras de todos los pasajeros". La remezón sobre su caja de huesos, por su audaz y juvenil travesía hacia la Capital, son un anticipo de la otra odisea que le espera a la vuelta de la esquina. "Ha de pasar grandes trabajos en el ponto - puede decir de Usted el mismo Homero - antes de volver a la patria tierra" como lo hace en esta hora.

¡Pero es que a diferencia del personaje de la tragedia, Presidente, Usted viaja a Caracas, ¡he allí la diferencia!, sin alma de desdichado. Llega a la cuna del Padre Libertador tocado por una fuerza incontenible, que jamás le permite desfallecer.

Caracas le toma de manos. Le empuja hacia todos los costados del país que gobierna más tarde y por dos veces, como Presidente de la República. Y por el que trabaja, por el que no deja de trabajar incluso en este día, porque el tiempo de las ideas fecundas - que siempre es el suyo - es el no tiempo de lo inmaterial.

"Llego en la noche a Puerto Cabello - prosigue Usted con su relato - para pernoctar en el Hotel Universal o en el Hotel de los Baños, para seguir al día siguiente en tren hasta llegar a Caracas por la tardecita, guardando entre estos recuerdos pintorescos el de las empanadas en Las Mostazas y el de los coches de caballos que nos esperaban en la estación de Caño Amarillo".

La impresión que le causa la primitiva ciudad de San Francisco mudada en Santiago de León de Caracas, es tanta que de ella se enamora y la cultiva. Y tal es el impacto que le ocasiona, que a ella le canta Usted Presidente con los versos en borrador del mismo Andrés Bello, su modelo de vida intelectual:

"Oh montes, oh colinas, oh praderas
amada sombra de la patria mía, orillas del Anauco placenteras, escenas de la edad encantadora que ya de mí, mezquino, huyó con presta, irrevocable huída, …"

Esta Capital, Caracas, la providencial, a la que Dios - son sus palabras Presidente - hace "carne de su carne y sangre de su sangre", ahora lo despide. Y también lo conserva para fundirlo entre sus raíces. Para hacerlo fruto vivificador y alimento propicio para el día en que la malquerencia abandone de nuevo a las faldas del Ávila majestuoso. Para cuando a Caracas le sea devuelto su donaire y le quede asegurado su destino irrevocable, como es su aspiración. Ya habremos de hablar otros llegado el momento. Y a buen seguro lo honraremos con el mismo cariño que le brindan Usted y Doña Alicia, su "compañera de vicisitudes", su "socia - como lo confiesa Usted - en la aportación de seis venezolanos" al capital humano del país".

En Caracas Usted cursa sus estudios de bachillerato con los "viejos jesuitas". Aquí y con ellos se hace de la consigna de la excelencia y del mérito, mostrándola real y posible para luego mostrársela como alternativa cierta a un país entonces taimado, hecho de medianías que ahora intentan regresar por sus fueros.

En ese tiempo "Venezuela [está] encerrada herméticamente, con un Gobierno primitivo y simplista, irreductible en sus elementales y salvajes procedimientos, incapaz de ponerla a tono con el tiempo", según leo en su obra casi póstuma Los Causahabientes, que me ayudan a comprenderlo a Usted en su hora inaugural y juvenil.

Ingresa Usted como estudiante de leyes a la Casona de San Francisco, sede de la Universidad de Caracas, en un interregno de fragor que no se resiste a la paz armada ni a la paz de los sepulcros. ¡Cómo olvidar Presidente, el día en que me narra la anécdota de la ancianita de Pozo Salado. Viajaba yo a la UNESCO para representarlo en una reunión sobre la paz mundial. Fea, tuerta y coja, la ancianita se llama Paz y a propósito de ella, el educador tocuyano, don Egidio Montesinos, de quien es discípulo su padre adoptivo, Tomás Liscano, le machaca a sus alumnos: Muchachos, no lo olviden, ¡paz, aunque sea la de Pozo Salado!

Pero a su generación no le basta la paz gomera, porque no es hija del diálogo fecundo ni resulta del acre combate por las ideas, en un ambiente de fresca libertad. ¡Y es que la Venezuela de su tiempo se suelta el corsé, Presidente, y ello explica, incluso, su debate personal como líder estudiantil frente a los líderes de los estudiantes universitarios miembros de la Federación de Estudiantes y agresores de los jesuitas!

La refriega cívica hace posible que Usted, junto a Pedro José Lara Peña y otros más funden la UNE, y seguidamente la Liga de Defensa Nacional, en una hora en que las ideas comunistas tocan a nuestras puertas. Se inicia, como atisbo de la experiencia democrática por venir, el deslinde en el pensamiento. Emerge éste en sus expresiones plurales hacia el país.

El sentido de la Justicia y de la misma democracia, como Usted nos lo enseña, se niega a los extremismos. Usted nos lo muestra con su ejemplo, cuando al caer Eutimio Rivas en medio de la refriega del 11 de febrero de 1937, no se deja atrapar por la crispación de ánimo que hace presa de la Federación de Estudiantes. Protesta la acción policial trágica, por llegada a petición de las autoridades universitarias encabezadas por el Rector Salvador Córdoba; pero a la vez es firme y ecuánime, lo recuerda alguna vez su amigo René De Sola, al salvar las responsabilidades de sus adversarios de la misma Federación por el trágico desenlace. "La idea de la subordinación de la conducta política a las normas éticas, el repudio de la dicotomía en la conducta", es su mensaje preciso. Así lo leo en su librito - como lo llama Usted - Especificidad de la Democracia Cristiana.

¿Se recuerda, Presidente, del tiempo en que Usted y Jóvito Villalba, reunidos con el Presidente López Contreras, le reclaman apertura democrática? López, lo cuenta su secretario, Amenodoro Rangel, espeta al final de la tertulia: "Hoy si me han hecho doler la cabeza" estos muchachos.
"Desaparecidos los viejos partidos de las aulas universitarias - lo expreso con sus mismas palabras - surgían las posiciones ideológicas que se transformarían en movimientos y partidos que competirían más adelante por imprimir su orientación a la República… Gente como yo que no había conocido otro régimen que el despotismo…, comprometimos nuestras vidas al objetivo de que el país fuera gobernado democráticamente", concluye.

Frisa los 25 años cuando su aguda voz se hace sentir luego en el parlamento. Se debate y aprueba el Tratado de Límites con Colombia, firmado por López y ratificado por su sucesor, el General Medina Angarita. Usted lo juzga hecho de buena fe, pero perjudicial para Venezuela. Pero lo que importa es la enseñanza de su protesta. La defensa de nuestra soberanía y su integridad territorial son deberes que han de asumirse con convicción, sin imposturas ni estridencias. Usted, con la palabra y el testimonio nos muestra que los intereses de la República nunca deben comprometerse en la mesa de las ambiciones personales o políticas. Asimismo, nos lo enseña, en 1969, al declarar que ve "…con angustia la idea de que el planteamiento de nuestro derecho a una reivindicación territorial conduzca a una situación de enemistad, de odio, de antagonismo entre dos colectividades humanas que han de buscar caminos para el común desarrollo y bienestar del Continente…".

Tres décadas más tarde, tiene Usted el tino de abrir los espacios para el diálogo con Guyana, sin renunciar ni debilitar a nuestra postura nacional en El Esequibo, fijándole cauces estratégicos para su solución práctica y equitativa. Mantiene, en igual orden, una acertada y muy firme gestión en la defensa del Golfo de Venezuela, sin horadar el respeto que a Usted le profesa Colombia de modo constante. Y otro tanto hace al fortalecer las relaciones con Brasil, en una acción paralela para que sean manos venezolanas las realizadoras de nuestra Conquista del Sur.

¡Usted, Presidente, abraza a Venezuela entera y la cuida como la mejor de sus prendas! Los venezolanos nunca dejamos de ser su primera prioridad.

Cuando la mayoría de los actores venezolanos se mira en el Estado y en su República Militar, Usted observa y se ocupa de la fragua nuestra sociedad, apenas en cierne. Descubre que tras el rótulo oficial y de los cuarteles medra el hombre y la mujer comunes, cuyas dignidades son preteridas y explotadas. De allí que insista, no sin ser víctima de ataques falaces, que la idea del Bien Común - en lo interno y en lo internacional - implica que al vivir los hombres dentro de una sociedad organizada, ésta ha de asumir la responsabilidad "de crear y mantener las condiciones adecuadas, para que cada una de las personas que la integran y cada uno de los grupos sociales que en su seno actúan puedan lograr en forma conveniente la satisfacción de sus necesidades… y su propio perfeccionamiento".

Al venezolano lo entiende Usted como centro y meta de su compromiso. Y por reconocernos en su igual dignidad, no nos usa ni nos manipula. Es explicable, así, que bajo inspiración de la doctrina social de la Iglesia dedique su mejor esfuerzo intelectual y universitario, y luego como gobernante, a la defensa y el reconocimiento pioneros del derecho de los trabajadores. Y que a la sazón le de a Venezuela su primera legislación social y le obsequie, como prueba de fidelidad, su obra sistemática y pionera de Derecho del Trabajo.

No paso por alto, Presidente, la copia de la carta que Usted me envía a Buenos Aires hace poco, escrita desde Buenos Aires para Usted en enero de 1940 por el eminente laboralista Alejandro Unsain. Le dice éste, a propósito de su tesis doctoral, que conociendo todo lo escrito desde México hasta la Argentina sobre legislación del trabajo y luego de más de dos décadas de docencia, "no creía que en Venezuela pudiese hacerse un libro así, metódico en el plan y rebosante de información".

Le confiesa que "creía difícil compendiar la materia" y que Usted Presidente le demostró lo contrario. Parco y tacaño como lo era Unsain en materia de elogios, no omite, sin embargo, su sentencia: "De lo que conozco [Caldera], su libro es lo mejor. Puede Usted sentirse satisfecho y espero que en su país le estarán agradecidos por haberlo servido a la medida".

El tiempo mortal apremia, Presidente. No es el tiempo sin tiempo, ese del que Usted dispone ahora. De modo que, para sintetizar su hacer y el motivo de su humano recorrido, cabe declare que Usted se entrego a Venezuela sin prevenciones egoistas. Ata al destino de ella hasta el destino de su propio hogar. Sacrifica incluso su salud y sosiego. Todas sus horas las ocupa en la lucha por el bienestar de todos y cada uno de los venezolanos, en quienes omite diferencias y nos ataja en la indiferencia; porque todos a uno somos merecedores de su atención, de su trato considerado y respetuoso.

Ha pocos meses, bajo el peso de su larga enfermedad, con el hilo ya débil de su voz le escuche decirme, corajudo, que de no estar atado a la silla de ruedas su brega por el país continuaría. Debo decirle, mi querido Presidente, que no deja de luchar siquiera en esta hora nona, porque su siembra no cae en tierra infecunda.

Su amor por la libertad en dignidad y por pacificarnos a los venezolanos, sin arredrarse ante las traiciones, es la igual pasión, Presidente, que hoy tiene su pueblo, al sostener en medio de muchos peligros y de las acechanzas del poder arbitrario la experiencia democrática civil que Usted nos lega.

Miramos el porvenir con el mismo ánimo que tiene Usted, Presidente, durante su ruta desde San Felipe hasta Caracas, tomado de la mano de su madre adoptiva, doña María Eva Rodríguez de Liscano, quien lo recibe y le abraza de nuevo en el día de la Navidad. Querido Presidente,

He escrito recién sobre su vida y obra como gobernante. Apenas pude contarle acerca de la empresa que me impuse para saciar su angustia; esa que no pocas veces nos trasmite a quienes tuvimos el privilegio de ser sus colaboradores, como lo es sostener la memoria ideológica de la República civil y democrática que construyen junto al pueblo venezolano, Usted, Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba.

Hubiese querido leerle alguna de mis páginas en respuesta a su reclamo, para saciarlo en su legitimidad; para que en nuestro acervo como nación no se olvide el duro y largo tiempo de construcción que ocupan Usted y sus compañeros de generación para modificarle el perfil agreste a la República de cuarteles que se nos instala por sobre la gente desde principios del Siglo XX.

Pocos saben o recuerdan la tierra de analfabetas, endémica y de letrinas que los miembros de su generación encuentran y superan, y que al rompe, cambia para ser otra, y para disfrutar de la libertad al calor de instituciones democráticas a partir de 1958.

No he de repetir circunstancias que Usted conoce mejor. Si el tiempo lo hubiera, pudiese hablarle de su participación en los ideales del 18 octubre - apostando por el voto universal, directo y secreto de los venezolanos - o del momento cuando el maestro Rómulo Gallegos, todavía Presidente, le confía que "el hombre de presa acecha". Le cuenta que la República Militar vuelve a las suyas para apagar el sueño de libertad balbuceante.

Nada que decir y todo que decir acerca de su contribución vertebral para la fragua y consolidación de la democracia, a través de su mayor obra de ideales y de afectos, el Partido Social Cristiano COPEI; que entiende como un movimiento nacional para la afirmación y desarrollo de la democracia desde los valores éticos, como estado del espíritu y vehículo para la realización de la justicia social. Nada que agregar, Presidente, sobre su defensa de la invocación de Dios en el pórtico de la Constitución de 1947, que se anticipa a la Constitución alemana de 1949 - hecha sobre el Holocausto - para declarar como razón de la Nación "la libertad espiritual, política y económica del hombre, asentada en la dignidad humana".

Con firmeza de convicciones Usted no le ofrece habitáculos a la dictadura, sean cuales fueren sus signos. Es ejemplar la decisión que toma junto al COPEI de no participar en la mascarada constituyente de 1952. Tanto como no está de acuerdo, debo confesarlo desde lo íntimo, con favorecer la mascarada constitucional de 1999. Pero así como la satrapía de la década militar perezjimenista tiene su término, todos los intentos por reeditarla lo tendrán.

No debo omitir, Presidente, su observación en cuanto a que los pactos hechos desde el exilio o desde adentro para el restablecimiento de la democracia - antes de 1958 y muy importantes - son testimoniales, a pesar de la autoridad de quienes los firman, entre ellos Usted. Y es que la insurgencia del 23 de enero, como nos lo recuerda, "fue un verdadero estallido colectivo". La formalidad de los acuerdos es necesaria - nos lo dice - de cara al mundo externo y para indicar que el fin de la dictadura no implica un salto al vacío, o la instauración de la ingobernabilidad. Pero el pacto, por si solo, de nada vale si no se confunde con el pueblo y éste lo asume como propio para la acción.

Es célebre su apuesta en los días posteriores a la caída de la Dictadura, cuando la izquierda brinda "a la unidad" y Usted brinda "a la Patria". Entretanto la izquierda, pide unidad y un candidato único fuera de los partidos, y Rómulo, Jóvito y Usted, apuestan por la diversidad partidaria.

Pactan por la unidad, pero para la defensa de la libertad y el sostenimiento de la democracia. Unidad en la diversidad que hace posible y obliga al bien supremo al que Usted le canta desde La Rábida: el diálogo, que reclaman muchos cuando "son minoría, pero lo ignoran cuando son mayoría".

En Betancourt, su socio de hornada, he recordar a propósito suyo, que él se hace su amigo y Usted es su leal amigo, Presidente. Pero también, de conjunto, situados uno en la llamada "izquierda criolla" y Usted sobre la universalidad de la ética demócrata cristiana, entienden - lo digo con las palabras de Rómulo - que el mayor desafío para Venezuela es sacar de raíz la saña de "caínes" que prende en el espíritu de nuestros políticos desde el más lejano amanecer.

Usted da el ejemplo. Luego de combatir con acritud a los comunistas desde los años de López Contreras, les tiende su mano limpia en 1958. Gustavo Machado y Pompeyo Márquez no firman el Pacto de Punto Fijo, pero sí acompañan y defienden públicamente sus propósitos.

Si de estos propósitos - otra vez necesarios - cabe una síntesis, Usted la hace al recordarnos que "la libertad política, en sus aspectos fundamentales, involucra el derecho a pensar, a actuar, a desarrollar la propia personalidad… y a ventilar las disidencias dentro de los cauces que señalan la moral, el ordenamiento jurídico y las necesidades de la convivencia social.

Son éstas las premisas que nutren el corazón del legado que su generación deja para las generaciones del porvenir y que Usted cuida como albacea más allá de la vida física de sus compañeros de brega. Me refiero a los paradigmas de la Constitución de 1961, suscrita incluso por algunos personeros que luego aplauden al soldado quien la decreta "moribunda", haciéndole espacio, sobre los hombros de la traición civil, a una suerte de reedición esta vez populista de la vieja República Militar.

Su ejemplo, pues, es acicate para que emprendamos el camino nuevo al que nos convoca un tiempo que será distinto y que ya es distinto. No es menos exigente que el tiempo vivido por Usted, en sus prolegómenos como forjador de nuestra civilidad.

Entre tanto, Presidente, puede irse con la seguridad de que los venezolanos forjados dentro de la democracia, y demócratas a pie juntillas, no le daremos tregua al desaliento. Nos sabemos "sin derecho - como Usted nos lo enseña en Moldes para la Fragua - a parar por más tiempo el reloj en la espera del destino común".

Pero camino nuevo y de elevado privilegio, mi querido Presidente, es el que se gana Usted con creces en esta hora, de manos de la Virgen María y de su Hijo, nuestro Padre.

Ha sido Usted el regente de la República durante una década de su vida y de nuestra vida como Nación. Dos lustros en los que la voluntad popular lo unge para ejercer la presidencia de todos los venezolanos. Tres mil seiscientos cincuenta días de afirmación sin desmayo, que realiza en dos etapas signadas, cabe recordarlo, por la austeridad. Lo hace en momentos de sequía material, pero abonados por su amor profundo a Venezuela.

La siembra en la carestía da frutos buenos. Ello es motivo de honda reflexión. En un sólo año de su primer quinquenio, Usted deja a los más necesitados dentro de los necesitados tantas casas dignas como las que construye el país botarate a lo largo de la última década, primera del siglo XXI. Es una muestra que carece de relevancia a la luz del motivo que nos congrega alrededor de sus restos y en el que todo cede, para abrirle espacio a lo trascendente. Pero es una muestra.

En lo interno, Usted instituye como gobernante, a contracorriente, situado más allá de su minuto, la "promoción popular"; para que el país deje de ser de Estado o República de gendarmes, o mera República de Partidos, y para hacer del país expresión viva del protagonismo de su gente.

Afirma al país sobre la idea del nacionalismo democrático, el desarrollo democrático, que preserve los modos esenciales de nuestro ser colectivo, pero sin el complejo de los países que dudan de su dignidad nacional. De allí que en lo externo, guiado por su tesis de la Justicia Social Internacional, le abra senda constructiva a la inserción de Venezuela en el mundo - como nación pequeña, modesta, pero conciente de sus fortalezas espirituales - y nos inserte en el apasionante desafío de la integración andina.

Son memorables sus palabras dichas ante el Consejo Permanente de la OEA en 1970: "Más grave que una mentalidad imperialista en los países desarrollados, es una mentalidad colonialista en los países en vías de desarrollo".

En su segunda jornada presidencial hereda una realidad hecha rompecabezas, al borde de la violencia social. Median un cambio histórico - e incluso universal al Occidente - de magnitudes todavía inapreciables, y el fenómeno de la movilización crítica de los venezolanos, que es el producto no de lo actual sino del esfuerzo educativo de la democracia civil.

Usted, con serenidad, sin caer en las provocaciones, sin darle habitáculos a lo inmediato, ofreciéndole al tiempo su tiempo y su justa dimensión dentro del tiempo largo de toda República, arma el rompecabezas otra vez como en su primer Gobierno, con el cemento de la paz. Menguada y sin prestigio la institucionalidad republicana, quebradas las finanzas nacionales, dividida la milicia, debilitada la palanca del petróleo, "muertos los afectos" que hacen posible a la República civil, no obstante la convivencia se sostiene durante su último mandato. No corre a borbotones y por estas calles - en los términos de ahora - la sangre de Juan Bimba, ni este mengua en su dignidad humana. La cultura de la protesta la asume Usted sin temores. La interpreta como necesaria para que el país reencuentre su rumbo o, mejor, para que logre discernir sobre su cambio necesario y se prepare para el milenio que entonces golpea sobre nuestras narices: ese que otra vez, por un sino de nuestra historia, nos lo retardan como a principios del siglo XIX y del siglo XX las fuerzas de la disolución o el gendarme innecesario.

La paz, que no se alcanza sin justicia social, tal y como Usted lo predica desde su primer viaje juvenil al Congreso de Estudiantes Católicos celebrado en Roma, en 1933, es la paz por la que Usted aboga en 1960, cuando desde su curul de Presidente de la Cámara de Diputados intima a Fidel Castro para que cese en los fusilamientos de su pueblo y tras el engaño de una Revolución que se dice redentora del mismo pueblo.

Negado a las conveniencias de momento, es la misma paz que como norte explica su tarea de pacificación y la incorporación a la vida democrática de quienes, siguiendo el ideario del dictador cubano, toman el camino de la violencia armada. Es la misma idea de la paz que nutre el esfuerzo que Usted aborda al final de su vida y como hombre de Estado, para reconciliarnos como país luego de los trágicos sucesos militares de 1989 y de 1992.

Se trata de una tarea pacificadora que al momento de realizarse y a diferencia de la acometida durante primer gobierno, la comparte sin reservas toda la Nación, que ahora sufre de amnesia en medio de su tragedia. Todo el espectro partidario del país, los medios de comunicación social, los candidatos a quienes Usted vence en la justa comicial de 1993, la Iglesia Católica a la cabeza y como peticionaria, y hasta la víctima de los golpes de sangre ocurridos entonces, el presidente Carlos Andrés Pérez, y su sucesor, Ramón José Velásquez, acompañan las medidas de gracia orientadas a la reconciliación nacional.

La humana gratitud se hace presente durante su labor pacificadora posterior a 1969, más el espíritu cainita es el signo que domina luego de su segunda jornada pacificadora. Pero ello no le resta valor a la ejemplaridad histórica de su conducta, coherente, fundada en los principios.

Nadie puede regatearle, querido Presidente, que en su acendrada formación de cristiano católico y por hacer de su credo guía y testimonio durante la generosa vida que le otorga el Creador, Usted pone de lado la impostura. Sostiene los valores permanentes de la democracia en las horas de mayor adversidad, así como combate de manera frontal a los negadores del hombre, vengan de la fuente totalitaria o de las aguas del socialismo real y marxista. Entiende bien que la democracia no se niega, antes bien se afirma en la idea de la tolerancia en la convivencia .

Como gobernante demócrata cristiano, Usted no le abre las puertas a los Estados cuyos gobiernos son cuna de la satrapía, sino a los pueblos que son sus víctimas; de allí su tesis, de arraigada tesitura democrática e inspiración en el magisterio eclesial, sobre el pluralismo ideológico y la justicia social internacional.

Mi querido Presidente:

Luego de más de noventa años de fecunda entrega a Venezuela y a los venezolanos, objetos preferentes e indiscutibles de su afecto; en prueba de que sus enseñanzas logran desbordar como río generoso y hacen fértiles los terrenos que a su paso éstas encuentran, lo despido por lo pronto, en nombre de todos los aquí presente y del país que sigue su ejemplo. Y así lo hago, mi muy querido Presidente Rafael Caldera, apropiándome del verbo de su hijo Rafael Tomás, para dejar cuenta concreta y lograr una síntesis de su existencia ejemplar:

"La búsqueda de la verdad, lejos de constituirse… en motivo de aislamiento e indiferencia hacia los demás, se hace [en Usted] ejercicio de caridad… Como dijera San Agustín, sabe que no se debe entregar al ocio, desentendiéndose de ser útil al prójimo, ni a la acción olvidando la contemplación de Dios".

¡Descanse en paz el artesano de nuestra paz!
Caracas, 26 de diciembre de 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario