Sadio Garavini di Turno
La política exterior de un Estado puede definirse como un proceso de fines, medios, acción y resultados, que se concretan en actos oficiales, verbales y no verbales, hacia un actor o actores en el sistema internacional. El conjunto de estos actos dirigidos al exterior forma un todo más o menos coherente de políticas exteriores sectoriales y regionales. La política exterior de un Estado además depende, básicamente, de dos factores: 1) Las necesidades y estímulos internos del Estado, como la supervivencia, el desarrollo socio-económico etc. 2) Los estímulos y desafíos que provienen del sistema internacional. Ambos factores condicionan la política exterior, en la medida y en la forma, como sean percibidos e interpretados por las personas que tienen la función de seleccionar y jerarquizar los fines del Estado, o sea los encargados de la toma de decisiones. Los fines del Estado, a su vez, están condicionados por el potencial del Estado, que tiene elementos tangibles (e.g. territorio, población, recursos naturales, recursos militares) e intangibles (e.g. nivel técnico y educacional, homogeneidad nacional). En la Venezuela actual, hay un “único y supremo” encargado de la toma de decisiones. Por tanto, el caudillo selecciona y jerarquiza los fines del Estado venezolano, de acuerdo a la percepción e interpretación que tenga de las necesidades y estímulos internos y de los desafíos y estímulos externos. Para colmo, su megalomanía le hace ver patológicamente hipertrofiado el potencial de Venezuela. Está convencido de que Venezuela es una gran potencia, cuando apenas somos un Estado mediano, subdesarrollado, monoproductor y monodependiente que, coyunturalmente, disfruta de abundantes recursos fiscales. Por tanto, tenemos una política exterior definitivamente “sobrextendida”. Pero lo más grave es que los “lentes ideológicos”, con los cuales Chávez interpreta el país y el mundo, lo conducen a actuar en contra de los intereses y fines permanentes del Estado venezolano. La ya evidente asociación con los narcoterroristas y secuestradores de las FARC ha conducido a un marcado deterioro de las relaciones con Colombia, la relación bilateral más importante de Venezuela, nuestro segundo socio comercial, con el cual tenemos en común la frontera viva más relevante de América Latina Por la anacrónica ceguera ideológica del “Supremo”, estamos, estúpida e innecesariamente, enfrentados con EEUU, nuestro mercado natural y primer socio comercial. Por esa misma “ceguera” ideológica, Chávez no está defendiendo los intereses de Venezuela en relación con la reclamación del Esequibo y nuestra “salida libre” al Atlántico, en la cual están en juego enormes potenciales de hidrocarburos. En marzo del 2004, Chávez declaró que Venezuela no se oponía a que Guyana otorgara unilateralmente concesiones y contratos a compañías multinacionales en el Esequibo, con lo cual acabó con 40 años de diplomacia venezolana y entregó unilateralmente y, a cambio de nada, una de nuestras pocas armas de negociación. En efecto, la posibilidad de desestimular los proyectos de inversión foránea en el Esequibo era una de las escasas herramientas que Venezuela tenía, para deteriorar las ventajas que la posesión del territorio le concede a Guyana. Desde entonces, Guyana tiene una poderosa razón más, para no negociar. El “Supremo”, en febrero del 2007, deslegitima la reclamación venezolana, al repetir una declaración del embajador guyanés Ishmael, reafirmada después por el canciller Insanally, en la cual se afirma que la reclamación fue sólo producto de la presión de los Estados Unidos para desestabilizar el gobierno filocomunista de Cheddi Jagan, en plena Guerra Fría. Lo cual es históricamente falso. La política exterior de un Estado serio no puede manejarse de esta manera. La irresponsabilidad, al final, se paga.
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