sábado, 18 de julio de 2009

La “diplomacia” y una noche bogotana de 1922

Tomado de:
http://www.frentepatriotico.com/inicio/index.php?option=com_content&task=view&id=639&Itemid=1


Por Alfredo Coronil

Saturday, 18 de April de 2009
Revisando la sección de mi hemeroteca sobre las relaciones Venezuela/Colombia, fue tal el cúmulo de material encontrado, que preferí en este país que cotidianamente se desinstitucionaliza o monocratiza cada vez más, dedicar estas líneas que bien hubiese podido titular diplomacia, militares y militaristas. Lejísimo –por supuesto- de utópicas lucubraciones jurídicas, paso a relatarles un episodio que protagonizó un militar de verdad (había derrotado a todos los caudillos regionales de este lado del Arauca vibrador, un honorable presidente civil Don Marcos Fidel Suárez y el embajador de Venezuela en Colombia. Mi abuelo, el Dr.Domingo Antonio Coronil, Profesor Titular de Derecho Civil de la UCV, abogado personal y apoderado general de los bienes del Benemérito, se desempeñaba como Senador por el Estado Bolívar y presidente del Congreso Nacional, cuando las relaciones binacionales tomaron un cariz casi de “Casus Belli”, Colombia cerró el puerto de encontrados y turbas enardecidas apedreaban la Legación de Venezuela en Bogotá. Diariamente la temperatura subía –existían todavía patriotas en Venezuela- y el Doctor Coronil recibió instrucciones directísimas de trasladarse a Bogotá como Jefe de Misión –se hizo acompañar como segundo de abordo por Diego Bautista Urbaneja- a escasísimos días de presentar credenciales, invitó a cenar en la embajada al Ministro de Relaciones Exteriores colombiano, las brevísimas instrucciones transmitidas a su hija –embajadora en ejercicio- la Profesora Josefina Coronil Ravelo, fueron que al terminar a cena, el Canciller y él se retirarían a la biblioteca, “…y que no falte el coñac, ni los habanos” no había pasado mucho más de una hora cuando el Ministro, la faz enrojecida y descompuesta, se retiró de la sede diplomática.


El embajador, no obstante la hora indicó a su hija: “te voy a dictar un cable, en la clave personal del general Gómez” . Le respuesta de quien sin duda estaba esperando la comunicación fue lacónica e inequívoca: “hable con el Ministro de Guerra”. A las 7.30 AM el militar estaba desayunando con el embajador y antes del mediodía el conflicto estaba cancelado.

No podemos sino suponer, intuir, especular, sobre lo allí tratado, pero el Río de Oro siguió siendo venezolano, hasta que otro presidente –muy respetable- más de diez años después aplicó otra política, pero eso no viene al caso. El razonamiento que se nos impone es otro, como un militar de verdad, pero no militarista, rodeado de lo mejor del intelecto y la civilidad de su país, enfrentó con éxito, sin escándalo ni menos aún alharacas patrioteras como las de ahora, que avergüenzan a propios y extraños, pataruqueando en el estercolero que ha vuelto a Venezuela. El embajador regresó con la “Cruz de Boyacá” tintineándole sobre el pecho y el General Gómez, que había sido ganadero, pero nunca vendió cotufas, maní ni tostones ni administro cantinas, siguió en su obra de construcción del Estado.

¿Qué ocurrirá ahora? El doble “conductor” del MRE arreglara el asunto, los “juristas” del TSJ convencerán a la academia colombiana o terminaremos como con la “Guayana Esequiba”, el petróleo y la dignidad obsequiándoselos a los “amigos” de la “revolución bonita” ¿Hasta dónde permitirán Uds., que pueden evitarlo la humillación colectiva?

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